La ciudad china de Xi´an, en la provincia central de Shaanxi, es conocida por sus famosos guerreros de terracota, la legión de miles de figuras a tamaño natural que custodian el mausoleo de Qin Shi Huang, el primer emperador que unificó el país en el año 221 antes de Cristo. Pero no sólo de terracota vive Xi´an, ya que esta populosa urbe de más seis millones de habitantes fue la capital de 13 dinastías imperiales durante casi 1.200 años.
Gracias a tan ilustre pasado, Xi´an es uno de los destinos más apreciados por los turistas que visitan el coloso oriental, que acuden atraídos por los legendarios soldados de barro y descubren uno de los lugares con más encanto y tradición de esta exótica nación.
No en vano, la provincia de Shaanxi está considerada la cuna de la civilización china, ya que los miles de yacimientos arqueológicos repartidos por esta región de 205.000 kilómetros cuadrados y 38 millones de habitantes demuestran que aquí se asentaron los primeros pobladores del gigante asiático en los albores de sus 5.000 años de Historia.
Sin embargo, la primera época de esplendor de Xi´an no llegaría hasta la subida al poder de la estirpe Qin (221-207 a.C.) y su primer monarca, Ying Zheng. Coronado en el año 246 a.C. con sólo trece años de edad, este tiránico pero visionario soberano, que adoptó el nombre de Qin Shi Huang, acabó con los dos siglos y medio de luchas que duró el período de los Estados en Guerra e impuso una Administración, una lengua y una moneda únicas. Todo ello tras exterminar a sus enemigos y quemar miles de libros para borrar cualquier tipo de oposición.
Por tanto, el origen de la ciudad actual se remonta a la majestuosa Chang´an, la capital de aquella dinastía que se convirtió en un cruce de caminos en el extremo oriental de la Ruta de la Seda.
De esta época data el mausoleo del emperador Qin Shi Huang, quien empleó a cientos de miles de esclavos para levantar tanto los primeros tramos de la Gran Muralla como su propia tumba, situada a 30 kilómetros de Xi´an a los pies del monte Leshan. Tras su muerte en el año 210 a.C., el primer monarca de China fue enterrado en este espectacular palacio subterráneo que alberga 400 fosas de objetos funerarios, como carrozas y caballos de bronce y figuras de animales. A un kilómetro y medio al este de dicho templo se distribuyen más de 7.000 guerreros de terracota, repartidos en tres fosas de entre cuatro y ocho metros de profundidad. La primera de ellas, descubierta por casualidad en 1974 por un granjero que estaba excavando un pozo, tiene una superficie de 12.000 metros cuadrados y contiene 6.000 estatuas, la mayoría de las cuales sigue enterrada. Todos los soldados, que miden 1,80 metros, tienen características diferentes (bigote, pelo, rasgos fisonómicos) y estaban armados con lanzas, escudos y arcos reales. La segunda fosa, de unos 520 metros cuadrados, alberga 68 figuras de generales, mientras que en la tercera, con más de 1.000 piezas, hay carros de combate, soldados de caballería e infantes.
Cuando el viajero haya terminado de maravillarse ante este imponente yacimiento, declarado en 1987 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, tiene la oportunidad de contraponer tan sobrecogedora experiencia con una visita a la cercana tumba del emperador Han Jing, mucho más sencilla y humana que la de Qin Shi Huang pero igual de bella.
Una vez que haya cumplido con estas excursiones, al turista aún le faltará por descubrir toda la magia de Xi´an, que se concentra tras la muralla que marca los límites de la ciudad antigua. Superviviente de los excesos destructivos de la Revolución Cultural, esta fortaleza de 13,74 kilómetros de perímetro es la única que aún se conserva casi íntegra en China y fue erigida en 1374 durante la dinastía Ming (1368-1644).
Con 12 metros de alto y un grosor de entre 13 y 16 metros, sus bien preservados muros y los 15 torreones que aún quedan de los 98 originales se levantan sobre los restos de la Ciudad Prohibida de la dinastía Tang (618-907), que coincidió con el apogeo de esta población.
A escasos metros de la puerta sur del fortín se encuentra el Museo del Bosque de Estelas, que cuenta con 3.000 valiosas lápidas de piedra donde se han esculpido inscripciones con caracteres en mandarín. Las más antiguas de ellas proceden de la dinastía Han (206 a.C.-220 d.C) y resumen la Historia de la grafía en el dragón rojo.
Justo en el corazón de la ciudad, y rodeada por un moderno parque urbano y por las imponentes galerías comerciales que han surgido al amparo del crecimiento económico del país, se alza la Torre de la Campana, fechada en la dinastía Ming. Edificado en 1384, este torreón de 36 metros que fue reconstruido en 1739 servía para dar la hora. Un cometido que aún hoy sigue desempeñando junto a las impresionantes actuaciones musicales con instrumentos tradicionales que un grupo lleva a cabo en su interior.
En la vecina Torre del Tambor (1380), un conjunto de bellas y acrobáticas percusionistas también ofrece espectaculares y rítmicos conciertos utilizando sólo este instrumento, uno de los más antiguos de China.
Fuera del casco histórico, en una zona en plena expansión urbanística plagada de grandes parques y lagos y donde sobresalen los rascacielos y las viviendas de lujo, aún despunta la Pagoda del Gran Ganso, construida en el año 652 y de 64 metros de altura. Desde su último piso, el viajero puede contemplar el futuro que le aguarda a una de las ciudades chinas con más largo y brillante pasado.
Pero en Xi´an no sólo se puede apreciar la rica Historia de China, sino sumergirse también en los oscuros y estrechos callejones de su barrio musulmán, exactamente iguales a los de cualquier zoco de Oriente Medio. En torno a esta zona, que cuenta con una de las mayores mezquitas del gigante asiático, se concentra la abundante población Hui de la ciudad, una etnia distinta a los Han (la mayoritaria del país) por seguir el rito musulmán.
Alrededor de la Gran Mezquita de Xi´an, se arraciman tiendas, restaurantes y puestos ambulantes que cobran vida al ponerse el sol, por lo que su mercado nocturno tiene todo el embrujo de Oriente… tanto del Próximo como del Lejano.
En medio de una oscuridad sólo rota por los típicos farolillos rojos chinos y por el fuego incandescente que refulge en los fogones donde se asan los más variados pinchitos morunos en plena calle, vendedores ataviados con el característico gorro blanco musulmán deambulan de aquí para allá mientras vociferan las bondades de sus artículos, apenas entrevistos entre las sombras. A pesar de la penumbra que envuelve a sus misteriosas callejuelas, aquí brilla con luz propia el hechizo que desprende un auténtico zoco chino.
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