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Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Los biombos chinos

Pablo M. Díezel

Durante los inviernos de 1919 y 1920, el célebre escritor William Somerset Maugham, autor de El filo de la navaja, Servidumbre humana o El velo pintado, viajó por China. Fruto del periplo que emprendió por la cuenca del río Yangtsé nació su libro En un biombo chino, donde, con la extraordinaria capacidad de comprensión que le caracterizaba, reflejó con fina ironía el comportamiento de los expatriados occidentales en este milenario y apasionante país.

Lo malo es que el gigante asiático estaba atravesando por aquella época uno de sus momentos menos afortunados. Dividida entre los señores de la guerra que intentaban perpetuar su poder feudal tras la caída en 1911 del último emperador, Pu Yi, y rota por las tensiones políticas entre el Koumintang y sus rivales comunistas, China estaba arrodillada ante las potencias coloniales extranjeras, dueñas y señoras de su comercio exterior.
A la humillación que suponía haber entregado Hong Kong y Macao a Gran Bretaña y Portugal se sumaban los barrios enteros que países como Francia, Alemania y Japón controlaban en otras ciudades. En estas denominadas concesiones, como en la francesa de Shangai, hasta había letreros en los parques públicos prohibiendo la entrada a perros y chinos.
Pero los occidentales que vivían allí preferían cerrar los ojos a la insostenible realidad que se estaba fraguando y optaban por vivir tras sus biombos chinos. Era sólo cuestión de tiempo que acabase estallando una revolución que, para bien y para mal, acabó transformando radicalmente a China.
Sin embargo, casi un siglo después de que Somerset Maugham recorriera el Yangtsé, algunas de sus más lúcidas observaciones siguen tan vigentes como entonces, como la que le llevó a afirmar que en China es el hombre la mula de carga.

De igual modo, continúa también muy presente esa especial afición por vivir tras un bonito biombo chino, pero ya no es sólo patrimonio de los expatriados occidentales, sino también de la nueva clase media y alta que ha deparado el extraordinario crecimiento del coloso oriental durante las tres últimas décadas.
Y, junto a esas mamparas que nos protegen de la cruda realidad, han proliferado otras que tapan el presente con la promesa de un futuro mejor. En China, el mañana se dibuja sobre los espectaculares carteles tras los que se ocultan los numerosos solares en obras que pueblan el país. Inmerso en una revolución urbanística sin precedentes que está cambiando su faz por completo, el gigante asiático está derribando los viejos hutongs de sus ciudades, los típicos callejones chinos, y levantando en su lugar futuristas distritos de diseño. Pero, tras los muros sobre los que se instalan dichos anuncios, que reflejan imponentes rascacielos e idílicos parques plagados de vegetación y lagos, subyace la verdadera realidad de la nación más poblada del planeta.
Detrás de las pancartas que promocionan con todo lujo de detalles futuros paraísos terrenales sólo al alcance de un puñado de privilegiados, subyace un panorama apocalíptico que parece sacado de los últimos momentos de la Segunda Guerra Mundial en Europa.
En medio de bloques en ruinas en los que aún resisten numerosos inquilinos, aquéllos que se niegan a aceptar la compensación oficial para conseguir más dinero por su vivienda, cientos de personas escarban entre montañas de escombros en busca de ladrillos todavía útiles que luego venderán a las promotoras inmobiliarias, que sufren una acuciante necesidad de materiales de construcción.
Son legiones de campesinos, desempleados y mendigos que, por entre 10 y 30 yuanes (entre 1 y 3 euros), se pasan cada día 10 horas rebuscando entre los desechos y puliendo los ladrillos para eliminar los restos de cemento. De esta forma malviven en China millones de familias que no tienen otro medio de subsistencia, por lo que es frecuente ver a niños de corta edad acarreando ladrillos junto a sus padres con sus frágiles manos.
Esta es la cruz del milagro económico chino, que ha pasado de largo para los 800 millones de campesinos (el 60 por ciento de la población) que, a pesar de haber mejorado su situación, cada año ven cómo aumenta la brecha entre el mundo rural y la ciudad. No en vano, los ingresos medios urbanos ascendieron en 2006 a 11.759 yuanes (1.157 euros) al año, más del triple de la renta per cápita en el campo, que fue de 3.587 yuanes (353 euros).

En China, sólo el 10 por ciento de la población posee el 45 por ciento de la riqueza total nacional, mientras que el 10 por ciento más pobre apenas disfruta del 1,4 por ciento de ese bienestar. Unas diferencias que resultan especialmente sangrantes en un régimen que se sigue autodefiniendo como comunista a pesar de haber abrazado el capitalismo más salvaje con la misma ferocidad con que antes se entregó al socialismo.
Todo eso, y mucho más, está ocurriendo tras el espectacular biombo chino del crecimiento económico que con tanta frecuencia obnubila a Occidente. Todo eso, y mucho más, es lo que este blog le invita a descubrir tras un biombo chino.

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