ABC
Suscríbete
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizMi ABCABC
Blogs Tras un biombo chino por Pablo M. Díez

Harbin, la ciudad de hielo

Pablo M. Díezel

Sus calles no están pavimentadas con asfalto, sino con nieve, y sus edificios no han sido levantados con ladrillos ni hormigón, sino con témpanos de hielo. Con unas temperaturas que rebasan los 20 grados bajo cero, durante el invierno se mantienen congelados enormes palacios de hielo que recuerdan a la Ciudad Prohibida de Pekín, descomunales pagodas como las del templo de Wat Phra Kaew en Bangkok, un castillo feudal que se parece al de Osaka, la Esfinge de las pirámides de Egipto, la plaza de San Pedro en Roma, una reproducción del mismísimo Kremlin de Moscú y hasta un típico rascacielos neoyorquino con decenas de metros de altura. Y, en medio de una noche cerrada con reflejos de aurora boreal que se echa sobre las cuatro de la tarde, todos ellos brillan en la oscuridad gracias a las luces de colores colocadas dentro de los bloques de hielo.

Bienvenidos al festival de la nieve y el hielo que, desde hace 26 años, se celebra entre enero y febrero en Harbin, una ciudad del norte de China cercana a la frontera con Rusia. A pesar del frío siberiano que caracteriza a su invierno, dicho evento se ha convertido en la principal atracción turística de dicha urbe de 4,7 millones de habitantes, capital de la provincia de Heilongjiang.

Cada temporada, miles de turistas desafían al termómetro y, envueltos como cebollas en varias capas de pantalones térmicos, camisas de paño, jerseys de pura lana, abrigos forrados de pelo, bufandas, guantes, gorros y hasta pasamontañas disfrutan de un espectáculo único que corta la respiración. Y no sólo por el frío, sino por la monumentalidad de decenas de construcciones de hielo que no se derretirán hasta la entrada de la primavera a principios de marzo.

De hecho, el hielo es tan consistente que los visitantes pueden subir hasta la cima del Kremlin o deslizarse desde ella gracias a unos témpanos pulidos en forma de escalones y toboganes. Con lámparas verdes, azules, rojas y amarillas en su interior, pagodas como las del templo de Angkor Wat en Camboya e iglesias como la de San Pablo en Macao refulgen majestuosas mientras sus colores cambian de forma intermitente.

Y ésa es sólo la atracción nocturna, porque durante el día se puede visitar el contiguo parque de la isla del Sol para contemplar sus espléndidas figuras de nieve. Algunas de ellas, de gran tamaño, muestran a un Buda sentado como el de Leshan, en la provincia de Sichuan, y otras lucen rostros asiáticos en relieves esculpidos en las blancas paredes de las rocas.

Patinando en las pistas de hielo o deslizándose en trineos tirados por perros huskys siberianos, los visitantes pueden extasiarse ante las esculturas de nieve repartidas por todo el recinto, contiguo al congelado río Songhua y cuyo cauce se puede cruzar a pie en esta época del año hasta el centro de la ciudad, justo en la otra orilla.

Allí, en una piscina al aire libre bajo el parque de Stalin, el arbolado paseo que recorre el río, un grupo de locos nadadores rusos se dan un chapuzón ante la atónita mirada de los turistas chinos, que tiritan sólo de ver sus cuerpos medio desnudos zambullirse en sus gélidas aguas.

Para entrar un poco en calor después de presenciar semejante hazaña, nada mejor que tomar un chocolate caliente en alguna de las numerosas cafeterías que pueblan la céntrica avenida peatonal Zhongyang. Aquí se puede admirar en toda su esencia la influencia rusa que predomina en Harbin, conocida como la San Petersburgo de Oriente desde que en1898 se construyera un ramal del Transiberiano que acortaba el camino a Vladivostok y enlazaba con el puerto de Dalian.

Convertida desde entonces en un importante centro de negocios que atrajo a miles de comerciantes de hasta 33 países, y sacudida por la Guerra Ruso-Japonesa, la Revolución bolchevique de Octubre y la Segunda Guerra Mundial, Harbin adquirió un estilo cosmopolita y colonial gracias a la llegada de exiliados políticos y judíos que huían del comunismo. Pasear por las adoquinadas calles del distrito de Daoli y embelesarse ante las fachadas, cúpulas y torres festoneadas de sus edificios neoclásicos supone un viaje en el tiempo hasta los años 20, cuando la moda de París llegaba a Harbin antes que a Shanghai.

Si no fuera por los rostros de ojos rasgados de sus vecinos, uno no diría que está en Asia, sino en Moscú o en algún otro lugar de Europa. Así lo demuestran también los cafés y restaurantes rusos, donde se pueden degustar suculentos platos como sus famosas salchichas y los deliciosos piroshki (una especie de empanadillas rellenas parecidas a los dumplings chinos).

En las bollerías de la avenida Zhongyang, y junto a las lujosas boutiques de Armani y Zara, se puede comprar pan recién hecho, todo un lujo en China. Y en sus tiendas se venden hasta Matrioskas, las conocidas muñecas rusas huecas que esconden otras figuras de menor tamaño en su interior.

Hasta 1949, cuando triunfó la revolución comunista liderada por Mao Zedong, la impronta rusa fue tal que llegó a haber unas 15 iglesias ortodoxas, varias de las cuales fueron destruidas o quedaron muy dañadas durante los turbulentos años de la Revolución Cultural (1966-76). De las diez que se conservan en la actualidad, la más imponente es la catedral de Santa Sofía, que fue erigida entre 1923 y 1932 y hoy es el museo de la arquitectura multicultural de Harbin. Bajo los tenues reflejos de la lámpara de araña que pende de su cúpula, un coro chino entona canciones navideñas junto a las fotografías que cuelgan de sus desconchadas paredes y resumen la historia de la ciudad.

Para completar la excursión a Harbin, no hay que perderse una visita al Parque del Tigre Siberiano, una reserva donde viven unos 90 animales de esta especie en vías de extinción originaria del nordeste de China, este de Rusia y Corea del Norte. Junto a estos felinos de Manchuria, también conocidos como tigres de Amur, hay varios leones africanos, panteras y leopardos, que los turistas pueden fotografiar a pocos metros desde un recorrido en autobús y hasta alimentar con gallinas, patos y ovejas vivas que cuestan entre 100 y 500 yuanes (entre 10 y 50 euros). Una forma bastante comercial de contemplar la Naturaleza salvaje y que ha sido muy criticada por los grupos conservacionistas, pero que constituye el contrapunto más caliente para la gélida ciudad del hielo.

Otros temas

Tags

Pablo M. Díezel

Post más recientes