Que la creciente tensión interreligiosa en Malasia es un tema que levanta ampollas entre los políticos está tan claro como que la mayoría de sus habitantes, malayos musulmanes, chinos budistas, cristianos e hindúes, prefiere no remover más el asunto y seguir viviendo en paz. Como hasta ahora.
Tras entrevistar a bastantes católicos en la misa del pasado domingo, me he ido a la Mezquita Nacional de Kuala Lumpur para recabar la opinión de los musulmanes. La “Mesjid Negara”, como se denomina en malayo, es un descomunal recinto de aire setentero que acoge a más de 15.000 personas en la oración del viernes.
Cubierto por un colorista velo, una mujer pasa ante la entrada a la Mezquita Nacional, cerrada para los turistas durante la oración
A pesar de su importancia, los imanes de la mezquita se excusan diciendo que están muy ocupados para declinar hacer cualquier comentario sobre la polémica por la utilización de la palabra “Alá” en malayo para referirse al Dios cristiano, permitida por el Alto Tribunal y apelada por el Gobierno. Los imanes prefieren no meterse en camisa de once varas y derivan todas las preguntas al Departamento Religioso, que depende del Ejecutivo.
Como alrededor de la mezquita se levantan las sedes del Museo de Artes Islámicas y el Departamento Religioso, pruebo suerte con su “dato” (honorable) director, Haji Che Mat Bin Che Ali. Como es el jefe, me dicen en la entrada, su despacho está en el piso 16, la última planta de un edificio construido al amparo del desarrollismo malasio de los años 80 y 90.
Abriéndome paso entre los bedeles que van sirviendo café por las oficinas es primera hora de la tarde y los funcionarios acaban de regresar de almorzar , llego al despacho del “dato”director. Y ahí me topo, de inmediato, con la particular burocracia de los países en vías de desarrollo.
Sentadas en desgastados sofás de escay, varias mujeres con velos de colores y hombres tocados por el gorro tradicional malasio hacen cola para ver al director. Sus ropas raídas delatan su humilde procedencia. A su lado, los impolutos funcionarios enchaquetados que no paran de entrar y salir con legajos para que los firme el director parecen príncipes que se topan con mendigos en el laberinto de la burocracia.
Uno de los que guardan cola es el señor Rizal Guna, un anciano que ha venido a pedirle ayuda al director. Con un inglés impecable, me explica que gracias a las gestiones del “honorable”, su hija ha sido operada de la espina dorsal pero, como no puede moverse ni valerse por sí misma, necesita 185 ringgit (40 euros) a la semana para atenderla y comprarle medicinas. Una fortuna para Rizal Guna, que está jubilado y ya no puede trabajar. Pero confía en que el director, que a su juicio es “un buen hombre y un buen musulmán”, vuelva a ayudarle.
Confío en que así sea, aunque me asaltan mis dudas cuando me cuenta que lleva esperando desde las nueve de la mañana, hora a la que tenía su cita, pero que el “dato” no ha podido recibirlo porque hoy tenía la agenda cargada de reuniones muy importantes. Y, a las cuatro y media de la tarde, ahí seguía el pobre de Rizal haciendo cola en el sofá de escay.
Para que no me pase lo que a él, aprovecho que el director sale de su despacho para ir un momento al cuarto del baño y le asaltó en cuanto regresa. Me presento; le explico que he venido a Malasia para escribir un reportaje sobre la situación religiosa y la controversia por el uso cristiano de la palabra “Alá” y que me gustaría conocer su opinión como director del Departamento Religioso.
La forzada sonrisa de cortesía que he mantenido todo el rato se me hiela y me quedo con cara de tonto cuando el “dato” me suelta con gran desparpajo que “uf, ése es un tema muy complicado y no quiero decir nada que pueda resultar inconveniente y luego me lo reproche el ministro”. Y, a tenor de su cara angustiada, me creo lo que me dice y prefiero que deje de pasar un momento embarazoso.
Eso es lo que pasa con los políticos en todos los países, que siempre tienen miedo a sacar los pies del plato para que no les caiga una bronca de sus superiores. Al menos confío en que ayude a la hija de Rizal Guna el muy honorable, pero también esquivo, director.
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