Si viene a Pekín, tenga cuidado. Aunque China es uno de los países más seguros del mundo, un cuarto de siglo de milagro económico capitalista no sólo ha traído los mayores índices de crecimiento del planeta, sino también la picaresca a este pueblo por lo general decente, amistoso y bastante ingenuo.
Pero siempre hay excepciones que confirman la regla. Es el caso de esas parejitas de atractivas y simpáticas muchachas que pasean por la plaza de Tiananmen y que, de manera inocente, se acercan a los turistas, preferentemente varones que viajan solos, para entablar conversación con la excusa de practicar el inglés o, en ocasiones, incluso el español.
Entre risas coquetas, las chicas aseguran ser enfermeras o profesoras que trabajan o están de vacaciones en Pekín y se ofrecen a acompañar al visitante por los rincones más encantadores de los hutongs, los viejos y estrechos callejones del centro de la ciudad. Tras invitar al turista a un barato y típico restaurante para comer hot pot, una deliciosa foundué de agua hirviendo donde se cuece todo tipo de carne y vegetales, las muchachas proponen ir a un salón de té de la calle Da Sha Lan, cerca de la puerta de Qianmen y a escasos metros del mausoleo de Mao Zedong.
Y ahí, en locales como Lu Yu Quan, tiene lugar el cuento chino del té, un timo tan monumental como la Ciudad Prohibida. Tras presenciar durante una hora la laboriosa ceremonia del té a cargo de una esforzada camarera, que hace todo tipo de malabarismos con las tazas, llega la cuenta, que el turista se ofrece a pagar al sentirse en deuda por la invitación de la comida.
La sorpresa es mayúscula cuando el confiado guiri descubre que la fiesta le va a salir por 2.000 yuanes (200 euros), el sueldo mensual de un oficinista en Pekín y, sin duda, el importe del té más caro del mundo.
Lo malo es que la lista con tan desorbitados precios está en un rincón del establecimiento que ningún extranjero suele mirar, como enseguida se apresuran a mostrar los camareros ante las quejas del desplumado cliente, que ve así anulado cualquier intento de llamar a la Policía.
Luego, las chicas que hacen de gancho se despiden a toda prisa del frustrado turista, que ni siquiera ve cumplidas sus expectativas de conquista, y se reparten el dinero con el dueño del local.
Así que, si viene a Pekín, no tomé té con extrañas y, si lo hace, consulte antes el precio.