Acabo de regresar de pasar las vacaciones de Navidad en España y aterrizo de lleno en el año nuevo chino. En esta ocasión coincide con el dragón, mitológico animal alado que además es el símbolo del país. De nuevo, los chinos se echan a las calles para celebrar la llegada del año nuevo lunar con una estruendosa traca de petardos y fuegos artificiales. Pero, más allá del ruidoso alarde de cohetes y bengalas – que para eso se inventó la pólvora por estos lares –, lo cierto es que el año nuevo chino es un muermo.
Cuando llegué a China hace ya siete años, me hacía cierta gracia y hasta disfrutaba con los petardos de marras y quemando incienso en los templos para pedir buena suerte, por supuesto nunca para rezar porque el comunismo primero y luego el capitalismo se han encargado de aniquilar cualquier vestigio de religión – y hasta de moral – en este país. Y que conste que no habla una persona especialmente piadosa, sino más bien todo lo contrario. De hecho, jamás he tomado las doce uvas al son de las campanadas y no me sé ningún villancico aparte del clásico “He comido pavo, he comido pavo…”, banda sonora de cualquier bloque de vecinos durante esas fechas tan entrañables.
Quizás por eso, en aquel entonces no me gustaban demasiado las Navidades occidentales. Pero, posiblemente porque uno va haciéndose mayor, las tornas han cambiado y cada vez me agrada más la Navidad y menos el año nuevo chino. Sensibilidades personales al margen, las diferencias entre ambas son palmarias.
Para empezar, las calles están a rebosar durante la Navidad en Occidente. Aunque los camareros insistían en que menos que otros años por culpa de la crisis, era un gustazo pasearse por el centro de Madrid, Barcelona y Córdoba (mi ciudad natal) y ver llenos los bares de tapas, restaurantes y tiendas. En China, megalópolis como Pekín y Shanghái se quedan prácticamente vacías – y mira que es difícil que eso ocurra en el país más poblado del mundo – porque más de 300 millones de emigrantes rurales (“mingong”) vuelven a sus pueblos para pasar las vacaciones con sus parientes.
Mis amigos chinos, que no conciben una tarde ocio fuera del “shopping mall”, me dicen que las Navidades occidentales han derivado en una excusa barata para el consumismo. Menos en lo de barata, les doy la razón, pero eso no implica que el año nuevo chino sea más divertido.
Con la estampida masiva a sus pueblos de camareros, oficinistas, taxistas, albañiles y dependientes, la mayoría de las tiendas, bares y restaurantes están cerrados y las calles lucen extrañamente desiertas. Desde mi ventana, en la planta 27 de un rascacielos cerca de la nueva torre de la CCTV (China Central Television), no se ve un alma, como si hubiera caído una bomba sobre la ciudad. Menos mal que sigue abierto un cercano restaurante japonés donde puedo pedir “sushi” para almorzar y “sashimi”, que es más ligerito, para cenar. Con el pescado crudo, y con la maleta que he colado de “estrangis” en la aduana repleta de jamón, queso, lomo y salchichón, voy sobreviviendo atrincherado en mi apartamento.
Porque los taxis, ya de por si complicados de tomar en circunstancias habituales, se han vuelto del todo imposibles. Es verdad que hay menos gente por las calles, pero también muchos menos conductores. Aprovechándose de que son pocos los que trabajan, los taxistas y “coches negros” (ilegales) se olvidan del cuentakilómetros y piden hasta cinco o seis veces más el precio normal de la carrera: 10 euros por un trayecto de dos. Como, a pesar del abuso, el importe sigue siendo asequible, se pagan besados porque la otra opción es volver a pata a casita a más de diez grados bajo cero.
Mientras en España no paraba de salir durante las Navidades, ahora llevo encerrado en casa varios días, desde la ya tradicional cena de año nuevo con mi casero, Charles Ru, y su familia, el pasado domingo. Tras un copioso banquete regado por abundantes brindis de “bai jiu”, el fortísimo licor de arroz local, dimos la bienvenida al año del dragón de agua con petardos y fuegos artificiales pasada la medianoche. Y a la una de la madrugada ya estaba durmiendo en casita en otro loco fin de año chino.
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