Lo primero que hay que hacer al llegar a Pyongyang, incluso antes de ir al hotel, es dirigirse a la Colina de Mansu para rendir honores a la imponente estatua de bronce de más de 20 metros de Kim Il-sung, “padre de la patria” y del actual caudillo, Kim Jong-il. De hecho, la bienvenida a la capital norcoreana la da esta descomunal efigie del “Presidente Eterno”, ante el que hay que postrarse haciendo una reverencia para mostrar respeto. De manera voluntaria, se pueden comprar también unas flores y entregarlas a los pies de la estatua, situada junto al Museo de la Revolución Coreana. Ante Kim Il-sung se postran tanto los transeúntes que caminan por esta parte de la ciudad como parejas de recién casados que vienen expresamente a este lugar a mostrar su aprecio por el desaparecido dirigente, fallecido en 1994 pero nombrado “Presidente Eterno” de Corea del Norte. A pesar de su muerte, su figura es omnipresente en un país que se ha convertido en la primera dinastía comunista hereditaria, ya que su hijo, Kim Jong-il, le sucedió tras su defunción.
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