Tomás González-Martín el 14 feb, 2016 Cae mal, está claro. Cristiano nació en un barrio humilde de Funchal, allá donde jugaba el Andorinha, y sufrió miles de humillaciones. Hasta en Lisboa, seleccionado ya por el Sporting de Portugal, tuvo que soportar las risas de una profesora, porque su acento de Madeira provocaba los aires de superioridad de la señora lisboeta, como si ser de la capital de un país siempre modesto fuera un status. Ya se sabe que los mediocres buscan la diferencia en lo más tonto, porque no tienen categoría para destacar, y la profe de Ronaldo así lo demostró. Pero el futbolista de 12 años se enfrentó a la superiora, cogió a la señora casi de cuello, la cantó la gallina y las bromas se acabaron. Por parte de ella y de algunos compañeros. No le echaron del colegio porque tenía razón y porque caminaba hacia el triunfo en el Sporting. Si hubiera sido otro, le echan. Ese sentimiento de pisoteo le hizo alimentar un carácter orgulloso, de desafío ante tanta lucha por llegar arriba. Le hizo duro. Por eso cae mal, porque no es diplomático ni falsamente humilde para ganarse a la gente. Ha aguantado mucho para acometer comportamientos hipócritas, empezando por un padre borracho con quien no tuvo una conversación seria durante toda su niñez. Su padre falleció por el alcoholismo hace una década. Como se observa, el dinero no lo puede todo. Esos sufrimientos también marcan. Toda su vida fue una carrera contra todo, contra todos los inconvenientes de una familia pobre, que vivía en una casa de uralita, sin un padre que llevara el orden en la casita. Era su madre quien tenía los ovarios para sacar la familia adelante buscando lo mejor para sus hijos. Fue ella la que le convenció, a los doce años, para quedarse solito en Lisboa, llorando a lágrima viva, y no volver a Funchal a seguir siendo pobre y no tener un futuro. En ese contexto hay que comprender la personalidad de Cristiano. En ese contexto hay que entender sus lágrimas cuando mira a su madre, que también llora, en la entrega del Balón y la Bota de Oro. Es orgulloso porque los problemas de la vida le obligaron a serlo para defenderse de tantos ataques. A los humildes siempre les acosan, les desprecian. Cristiano lo soportó hasta que, a los quince años, comenzó a ser una figura en el Sporting. Esa precocidad anunciaba su anhelo de triunfar pronto y sacar a su madre de una vida durísima, empezando por la relación con su padre. La mayoría de la gente desconoce esta historia. Y el cainismo del partidismo habitual de la prensa, con el barcelonismo mediático diario dedicado a ridiculizarle por sus poses, sus gestos y sus enfados, hacen la labor de zapa para darle una imagen de prepotente. No quieren admitir que sus enfados se producen, cuando falla un gol o un pase, porque tiene la virtud de jugar con la misma ilusión que tenía a los ocho años, cuando lloraba si en un partido no marcaba un gol. Muchos jugadores del Barcelona no sienten esa ilusión en el campo, y los nombres son conocidos. otea cosa es que la MSN solucione partidos y esconda verdades. Los medios de comunicación parciales buscan con las cámaras las gesticulaciones del luso durante los noventa minutos de cada encuentro, para sacar lo peor de él. Y con esa foto quieren definir todo su rendimiento en un partido. Ningún medio cuanta esta realidad de su vida, porque no interesa. Es el mundo que vivimos, que no busca la noticia sino la demagogia y la exageración para sacar punta donde no la hay. Pero de relatar el mérito de tanto trabajo hasta llegar a la cúspide no se habla. No vende. Esos críticos con colores de equipo afirman desde hace un año que el portugués está acabado, que ya no regatea, que no encara a los rivales. Dentro de dos, tres o cuatro años tendrán obligatoriamente razón, por mera razón de edad. Eso no tiene mérito. Pero lo cierto es que Ronaldo tiene 31 años y continúa rindiendo a una gran nivel. Esos que dicen que está en su etapa final callan ahora, porque Cristiano suma 21 goles en la Liga y pelea por el Pichichi con Luis Suárez, trofeo por el que ha luchado desde que vino al fútbol español en 2009. Lleva siete años siendo el máximo rematador del Real Madrid. Hoy lo es, a los 31, con 32 tantos, los 21 de Liga y los once de Champions anotados en la primera fase, récord histórico en una fase previa de la Copa de Europa. Esa plusmarca la consiguió en diciembre. Pero está acabado. Frente al Athletic encaró, regateó, trajo en jaque a De Marcos, que se sintió huérfano de ayudas, y marcó dos dianas. La primera, tras desbordar a su vigilante, con un recorte y un disparo a la escuadra contraria. El segundo, en un remate típico de nueve. Y dicen que está acabado. Ya se sabe de donde y por qué surgen esos ataques gratuitos. Se falta al respeto a un futbolista que ha ganado tres Balones de Oro, la última vez en 2014, y ha roto todos los pronósticos de tantos en cada Liga desde 2011. Santillana, nueve excelso, alucina con sus promedios de acierto. Pero está acabado. Otros temas Comentarios Tomás González-Martín el 14 feb, 2016
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