Conducía sobre medianoche, al salir de trabajar, desde el Puente de San Martín hacia San Juan de los Reyes. Al pasar por un pequeño jardín situado entre las sombras, he visto alucinada que de los árboles llovían cientos de hojas de forma copiosa y veloz. Parecía como si los árboles estuvieran fabricando hojas vorazmente en una imprenta clandestina a la luz tenue de unas viejas farolas, y que el otoño fuera una criatura inquietante que dominara el engranaje. Ha sido una visión fugaz. Siempre pensé en el otoño como una realidad climatológica de bellísimos colores naturales. Ahora sé que eso es un simple disfraz, una mascara melancólica de castañas, setas y mandarinas.
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