Como llevaba la Merceditas de la famosa canción de Serrat bordadas en la boca, igual de cerca están la vida y la muerte en este céntrico enclave de la ciudad de Toledo. Solo es cuestión de doblar una esquina y colarse por Barrio Rey, o salir de esta angosta calleja a los espacios abiertos de la mítica Zocodover, para pasar en cuestión de segundos de la una a la otra.
Aún resisten sobre los muros de una nueva obra, como pasquines de guerra en la barricada, las tres o cuatro esquelas funerarias que nos recuerdan sin piedad «cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando», ese tablón de anuncios urbano que quién sabe si echará el cierre, -su reino no es de este mundo-, cuando las humeantes hamburguesas salgan en bandeja hacia las mesas donde esperan los adoradores del colesterol.
Desde hace unos meses atronan los oídos de trabajadores del entorno y transeúntes las obras para la construcción de un Burger King en los bajos de los soportales de Zocodover, donde hace décadas abrió y luego cerró una famosa pastelería que, algo más tarde, cedió su espacio como sede electoral a un partido político que aquella vez perdió las elecciones. Compartiendo acera, al otro lado de la plaza, lleva años ofreciendo también sus hamburguesas al respetable otro gigante del ramo, McDonald’s.
Y en medio de la carne, de las carnes de ternera, el espíritu, una suerte de choque cultural y metafísico que convive, no obstante, en las calles, entre las gentes, en nosotros mismos. Y que nos ayuda a aceptar el trago de que nuestro nombre podrá colgar algún día de la esquina del nuevo burger.
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