María José Muñoz el 26 may, 2013 Con motivo de la presentación de “Nueva York a diario”, el nuevo libro del poeta toledano y flamante pregonero del Corpus de Toledo 2013, Hilario Barrero, el diario ABC de Toledo ha tenido la oportunidad y el honor de conocer al profesor José Luis García Martín, excelente poeta y director de la pretigiosa revista Clarín, temidísimo crítico literario, profesor de la Universidad de Oviedo y ameno conversador. Un hombre al que cada día se le amontonan sobre la mesa del café de Oviedo que frecuenta montones de libros a la espera de su “sentencia” literaria. ¡Vaya responsabilidad! García Martín viajó el jueves 23 de mayo a Toledo para presentar el libro de Barrero, un acto que con su presencia resultó todo un éxito. Al día siguiente, muy de mañana, junto a un grupo de amigos, el profesor García Martín recorrió las calles de la ciudad, casi engalanada ya para su Fiesta Grande; un Toledo que lleva semanas atisbando el Corpus desde cada esquina, cada recodo, cada ondear del toldo que servirá de palio gigantesco a la Custodia de Arfe. Una visita que a las pocas horas plasmó con el título de “Callejear” en su blog Café Arcadia: Caminar por las calles de esta ciudad es como darse un paseo por la historia de la literatura. Entre los versos de Garcilaso y la prosa de Cervantes, entre la sutil melodía de Bécquer y el tantarantán de Zorrilla, recuerdo de pronto una glosa de Eugenio d’Ors: “Conviene al que ha llegado a Atenas y ha orado en la Acrópolis, y tiene su alma en paz con la Razón y con el Orden, llegarse hasta Santo Tomé de Toledo y ante El entierro del conde de Orgaz sentir toda la sabiduría del ímpetu y de la pasión”. Mientras camino sin rumbo por las callejuelas en cuesta me viene a la memoria Camino de perfección, la novela de Baroja. También Fernando Ossorio, el inquieto protagonista, caminó sin rumbo por estas callejuelas hasta encontrarse de pronto frente a Santo Tomé. La iglesia estaba a oscuras. El cuadro del Greco, bajo su cúpula blanca, apenas se veía. No importaba. Lo que no percibían los ojos lo completaba la imaginación: “En el ambiente oscuro de la capilla el cuadro aquel parecía una oquedad lóbrega, tenebrosa, habitada por fantasmas inquietos, inmóviles, pensativos”. Súbitamente ocurrió el milagro: un rayo de sol atravesó los cristales de la cúpula y las figuras del cuadro salieron de su cueva. Mi experiencia es muy distinta. Yo, en paz con la Razón y con el Orden, no recibo aquí el ímpetu y la pasión que buscaba d’Ors ni la emoción del misterio que encontró el personaje barojiano. La capilla del cuadro ha sido separada de la iglesia y convertida en una fría sala de exposiciones. Al cuadro lo han cambiado de lugar para que pueda verse mejor. Brillante, como recién pintado, parece una perfecta reproducción, solo el tamaño le diferencia de las láminas de una historia del Arte. Le faltan el alma y el aura. O eso me parece a mí mientras me martillea los oídos la explicación que la guía da un grupo de turistas tópicamente japoneses. No entiendo lo que dice, pero más parece una proclama militar que otra cosa. El arte, la fascinación del misterio, lo encuentro mejor en la luz matizada por los toldos que anticipan la procesión del Corpus y serpentean sobre las estrechas calles, en una ventana a la que se asoma fugazmente un rostro, en un caserón en ruinas o en ese alto jardín del que me llega el rumor de una fuente. Hasta aquí, la bella entrada de García Martín en su blog, que acompaña con una impresionante fotografía del toldo. Callejear Toledo con el prestigioso escritor unos días antes de la fiesta es atisbar el Corpus desde una posición privilegiada. Otros temas Comentarios María José Muñoz el 26 may, 2013