La radio bien hecha fue el mejor eslogan posible y el más ajustado a la realidad. Si un tercio de siglo tras su fundación seguimos celebrando el espíritu de Antena 3, si veintiún años después de su desaparición los oyentes siguen añorándola en las redes, ha de ser por algo. Sólo las cosas muy grandes provocan rebufo y dejan vacío. Si cuando se convirtió en líder hubo que cerrarla fue porque aquel producto era imbatible.
¿Imaginan hoy una cadena radicada en Madrid, pero líder en Barcelona?
Vista la cosa desde dentro por un redactor de diecinueve años a mediados de los 80, el éxito impresionaba muchísimo pero tenía explicación: ganas. Radiofonistas brillantes. Buenos redactores y voces radiofónicas, ya fueran eufónicas o no. Pluralismo en las tertulias. Un empresario que te pagaba un poco más si trabajabas bastante más. Un sonido distinto. En tres décadas de radio sólo he aprendido dos cosas: que, aunque seas Demóstenes, sin el tío que maneja la mesa no suenas aceptablemente y que un buen técnico va medio segundo por delante de ti. En Antena 3 no estaban los buenos, sino los mejores. No me caben aquí; los que más me epataron fueron Marcos Granado, Balduque, Juan Antonio Navarro, Ingelmo, Menayo, Mejuto, Antonio Bravo. También estaban los mejores publicitarios vendiendo cuñas y los administrativos más eficaces.
Junto a la selección de personal y a su formación continua, otro factor de éxito de la calidad de la radio fue que a nadie se descartaba por joven. A los veintitrés años podías encontrarte sustituyendo a García Juez, con la tertulia aún hoy no superada de Ortuño, De la Viuda, Pumares y Carandell. Poco después, sustituías al gran Antonio Herrero y moderabas a leyendas: Lluch, Herrero de Miñón y Santiago Carrillo. Una tertulia con opiniones dispares. No me refiero a la costumbre actual de contratar a un sparring de ideología contraria para que tres periodistas de una tele se ensañen con él, sino a discrepar realmente.
Días ricos en experiencias. Para alguien interesado en la cultura, Balbín era un espectáculo. Cuando murió Enver Hoxha, José Luis encaró aquello en directo y habló delante de mí sobre Albania durante catorce minutos. Catorce minutos no preparados, sin diarios, teletipos de apoyo ni libros. Para alguien interesado en el lenguaje y sin Internet, las dudas se resolvían preguntándole a Luis Carandell ¡en persona! O a Santiago Amón o a Alfonso Ussía, que te sonreían sentados a tu lado. Yo le preguntaba sobre periodismo a José María Carrascal de madrugada, tras grabarle las crónicas telefónicas neoyorquinas. Todos ellos fueron nuestra Real Academia cuando pipiolos. El Valhalla dentro de la radio. Un honor del que fuimos muy conscientes. Madrugadas entre oyentes que también creían que charlar con Pumares era demasiado bueno para ser real. Si hablabas de motos en antena con García, luego te reconocían por la voz en algunos bares. Al acabar el tajo de noche, te quedabas a ver el deporte porque Supergarcía hacía mucho más que contar las cosas: lograba que sucedieran dentro del estudio. Feito era el mejor organizando. Rosety empezaba diciendo “me gustan los viernes” y de verdad nos parecía un deleite trabajar hablando allí. El ciclismo con Javier Ares, el baloncesto con Andrés Montes y con Siro, el lenguaje deportivo de Torrico, cualquier cosa con Fernando Soria, la radio del motor de Antonio Herrero, con transmisiones de rallies y de motos en directo. Muchos liderazgos sumados. El Primero de la Mañana del propio Antonio. Luis Vicente Muñoz inventó la radio económica, los hermanos de Prada la ecológica, Pepe Plana enseñó a España a cuidar las plantas de oído y a sonreír. Juan Claudio Cifuentes trajo el jazz, Rafael Benedito la clásica, José Ramón Pardo todas las músicas y Juan Luis y Guillermo hicieron reír a un país entero. “Había que tener mucho cuidado con lo que se decía en Gomaespuma, porque tenía muchísima trascendencia”, me dijo después Juan Luis. Mari Ángeles Escrivá levantaba más noticias que nadie tan joven. Luis Ignacio González, Primitivo y Ana Luisa nos enseñaron que la voz siempre podía sonar un poco mejor. Braulio Calleja era el estandarte de la ética periodística. Vicente Mateos enseñó el oficio a centenares, empezando por mí. Mario Arnaldo enseñó sus derechos a veinte millones de automovilistas. Hermida, Nieves Herrero y Consuelo Berlanga coloreaban la radio. José Luis Pécker y Miguel Ángel Nieto eran ejemplares de radiofonista de manual. Silvia Salgado y Elena Gómez eran jovencitas, pero con el tiempo estallarían en la profesión: escuchaban mucho. Pepi y Virginia eran más amables que nadie cogiendo el teléfono, porque los principios de mérito y capacidad no comienzan en el despacho del director general; empiezan en la centralita. Pido perdón a los no citados.
Calle Oquendo, número 23. Una época en la que los jóvenes también escuchaban -escuchábamos- la radio. No sé si un empresario que no sea un gigante como Manuel Martín Ferrand podrá limpiar los establos de Augías y repetir aquello: el que quisiera aglutinar todos esos talentos tendrá que resignarse a que las estrellas opinen en contrario.
Les he contado a ustedes la parte que no conocían; el resto lo escucharon por la radio. Gracias en nombre de mis compañeros. Nada habríamos sido nosotros solos. Resultar los más interesantes para oyentes de calidad fue un honor.
Creo que ninguno de nosotros desea que los jóvenes comunicadores sigan el ejemplo que fue Antena 3, pues las leyendas tienen también su espacio y su tiempo y los nuestros terminaron, aunque fuera artificialmente. Queremos que la escuchen para que hagan una radio mejor.
PUEDEN ESCUCHAR Y VER EL PROGRAMA ESPECIAL DE @CAPITALRADIOB para la conmemoración del trigésimo tercer aniversario de Antena 3.
Sólo tienen que pinchar en esta línea.
Más vida en @rafaelcerro
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