La izquierda perdió aquí la Guerra de las balas, pero ganó por goleada la guerra de la imagen. El mayor complejo de la derecha es el que hace que oculte sistemáticamente su identidad conservadora. El Partido Popular nos ha impuesto el eufemismo populares para que no digamos conservadores.
Creo que el señor Wert es popular en el sentido ideológico, pero poco popular en el sentido estético de la percepción del público. Muestra un cierto aire egregio y cabrea tanto al personal porque imprime a sus palabras un deje montaraz, incluso cuando lanza propuestas de mucha lógica. Por ejemplo, que quien quiere una beca tiene que ganársela, algo que en la vecina Francia no hace falta ni plantear. Cuando Wert intentó subir la nota de corte, tuvo que terminar dejándola en el 5,5. Provocó un conato de sedición entre los adalides de la indignación, que temen que, si les pedimos un esfuerzo a cambio de pagarles los estudios, los chicos puedan hacer una locura. Por ejemplo, estudiar.
Wert ha comparado la situación del castellano en Catalunya con la del catalán “en otras épocas”. Eso, que vuelve a constituir una afirmación sensata aunque sea políticamente incorrecto, ha sacado de su somnolencia habitual al diputado hipnótico de Esquerra Tardá, que le ha lanzado insultos desde la tribuna.
Los insultos no son noticia para los que nos hemos criado en un barrio chungo de Alcobendas. Los hemos oído en muchas tabernas y en algún que otro lupanar. Lo llamativo es que un tipo con la preparación cultural de Joan Tardá sea parlamentario. El tipo ha invertido las leyes de Darwin, lo cual resulta muy español. Aquí, el trabajo idóneo para quien no sabe encadenar sujeto y predicado, ni en catalán ni en español, es el de parlamentario.
Tardá es catedrático de lengua. No es una broma. Cada vez que abre la boca, me provoca la nostalgia del recuerdo del profesor Siesta que se quedaba dormido escuchando sus propios parlamentos hasta que alguien lo zarandeaba. Las palabras “ignorante” y “mala persona” dirigidas a Wert desde la tribuna tienen poco valor porque proceden de un emisor que sabe poco de semántica. Si don Juan entendiera mínimamente lo que dice en alguna lengua, si hablara antes del letargo y no durante el mismo, lo último que diría sería “fanático”. Lo último que un nacionalista puede decir es fanático. Mientras buen ciudadano es quien piensa que su país puede ser el mejor, ciudadano nacionalista es quien cree que su país es el mejor haga lo que haga. Nacionalista es sinónimo de fanático. Orwell dijo que el nacionalismo es hambre de poder sólo atemperada por el autoengaño. Sea cual sea su adscripción política, es aberrante que la sociedad catalana haya convertido a Tardá en un líder de masas y en un orador para multitudes.
He vivido y trabajado como periodista en Barcelona. Un compañero de mi revista se dirigía sistemáticamente en catalán a un camarero recién llegado de China que sólo hablaba algunas palabras en español porque decía que tenía que integrarse. Nosotros le traducíamos al chino la comanda para que, en lugar de rollitos, no fuera a servirle cocido. Los niños catalanes que conozco no saben escribir la conjunción copulativa y. Sus tuits pueden llegar a una masa de personas aproximadamente cincuenta y siete veces menor que aquélla a la que puede llegar una niña de Cuenca tuiteando. Los nacionalistas catalanes no intentan potenciar el uso correcto de dos lenguas: intentan eliminar una. Lo que allí se vive es un episodio de diglosia que se estudiará en las universidades. Diglosia significa bilingüismo “en especial cuando una de las lenguas goza de prestigio o privilegios sociales o políticos superiores”. La segunda acepción de diglosia reza “disposición de la lengua en forma doble o bífida”. Ojalá presentase lengua bífida el señor Tardá en lugar de escupir burdamente, cegado por el integrismo, palabras gruesas que no le caben en la boca. Nos divertiríamos más con él.
@rafaelcerro
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