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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

El color gris

Rafael Cerro Merineroel

La mediocridad es nuestra seña de identidad. Mediocridad es reemplazar lo cualitativo por lo conveniente. Hay mediocres en todas partes, pero en España la gente gris nace prácticamente con el puesto de trabajo bajo el brazo porque su competencia no despierta los recelos de nadie. Por eso decimos que un tonto llega siempre por lo menos a secretario de Estado. Una de las claves de identificación está en la competencia lingüística, que al igual que el sentido del humor es reflejo directo de la inteligencia: la norma es que los portavoces de los partidos no sepan hablar con locuacidad (salvo Rivera e Iglesias) y que las declaraciones de muchos ministros hagan que nos sonrojemos. La paradoja está en que la media intelectual española está seguramente muy por encima de la de los dirigentes del país. La explicación está en que la española selección de líderes no es una meritocracia. Es una exhibición de capacidad social y habilidad para las relaciones públicas, que es la que cuenta para medrar aquí. Por eso hablamos también de un país de cortesanos.

El sistema laboral no encuentra a estas personas casualmente ni por error, sino que deliberadamente las busca en cumplimiento riguroso del principio nunca contrates a nadie más brillante que tú. Conozco a un publicitario al que le dijeron a bocajarro “no puedo ficharte porque eres demasiado bueno”. Sé de una chica del tiempo cuyo currículo terminó en un cajón de una tele casi sin ser leído porque, además de periodista, era meteoróloga licenciada. A un locutor de radio al que el cazatalentos le dijo hace poco que no se podría colocar si no retiraba un máster de su currículo. En privado, el seleccionador de personal nos explica que rechaza al mejor porque “Este tío es muy bueno: si lo cojo, se nos irá pronto”. Ésta es la causa de que en nuestra lista de cinco millones de parados haya muchas personas con cuatro idiomas. La escalera de trepas paralelos al sistema de aptitud profesional, de ascensos por las relaciones personales, explica casos como el del pequeño Nicolás. Es difícil imaginar que, en los países vecinos, alguien pueda ascender tanto por caminos turbulentos que haga temblar las estructuras políticas nacionales…sin mostrar realmente habilidad alguna.

Las redes sociales muestran que el modelo internacional de la mitad de la población es Grecia, que en síntesis es un enorme colectivo de fracasados. España adentro, la estructura máxima de generación de mediocridad se llama sindicato.  Si no sabes hacer nada, afíliate. El lema del sindicato, que nunca se explica ni justifica a conciencia, es aquí todos ganamos lo mismo. Las encuestas muestran que nuestros jóvenes quieren ser funcionarios y tener trabajo vitalicio. Nuestra tradición en este entorno habla de remuneración por asistencia, no por desempeño. Basta con ir y hacer girar el torno.

Las personas brillantes encuentran en el trayecto laboral una auténtica carrera de obstáculos, pero no tienen por qué manejarse mal en otros terrenos. En el sentimental, nadie quiere un novio aburrido; en el artístico es arduo leer una novela anodina; en el campo de la amistad, pocos quieren ir de cañas con una chica coñazo. Tenemos millones de tipos ingeniosos en las redes sociales. Nuestro problema es laboral: somos un ejército de gente que quiere seguir haciendo lo mismo, que piensa que inventen ellos y que vive deseando que llegue el viernes.

En el mediocre encontrarán siempre una gran resistencia al cambio. El mejor teórico del tema, José Ingenieros, escribió: “El mediocre no inventa nada, no crea, no empuja, no rompe, no engendra. Pero, en cambio, custodia celosamente la armazón de automatismos, prejuicios y dogmas acumulados durante siglos”. Nuestra frase es como se ha hecho toda la vida. Lugares comunes. Nosotros somos también un país que coloca etiquetas y, así, convierte al adversario en enemigo.

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