Un escritor políticamente incorrecto tuvo a principios del siglo XVII la ocurrencia de titular La gitanilla una novela en la que uno de aquí se enamoraba de una gitana errante llamada Preciosa y se incorporaba a su caravana para cortejarla. El joven enamorado robaba para parecer una más entre aquellas personas con las que trashumaba, pero regresaba a hurtadillas a los escenarios del delito y devolvía el dinero con el fin de poder dormir en paz con su conciencia. Cuatro siglos después, hemos retrocedido bastante ideológicamente hablando; hoy sería imposible publicar esa novela corta. El diario español de lo políticamente correcto oculta sistemáticamente la palabra gitano como si fuera un insulto y la sustituye por el giro “un ciudadano de origen romaní”. Cuando se trata de un negro, el periódico habla de “hombre de color” aunque nunca especifica de cuál. En Estados Unidos, el eufemismo para no decir negro es afroamericano. Aquí, en el epicentro mundial de la corrección política, el papel citado se refiere a los moros como a “individuos de origen árabe”. La obsesión por colocarle a la gente el filtro semántico de la palabra origen es absurda: el árabe lo es de origen, pero también lo es de condición. Además, árabe es etnia y no religión, que es de lo que aquí se trata.
Llamábase el escritor censurable don Miguel de Cervantes. Llegó a la iniquidad de describir en El Quijote a otro joven que cuando descubría a un moro gritaba “Moros, moros hay en la tierra; moros, moros, arma, arma”. La palabra arma es un toque a rebato. Precisamente ante esa alarma, el vocablo moros aparece cuatro veces en frase puesta en boca de un chico muy asustado. Nuestra tradición es llamar moros a los moros y no hay que interpretar que quien pronuncia la palabra sienta desprecio alguno por ellos. En el diccionario de la Academia, moro significa primero norteafricano y luego fiel a la religión islámica. Eso tiene al menos tanto sentido como decir musulmán. No parece muestra de concordia denominar a los moros infieles, que es el apelativo que muchos de ellos nos aplican precisamente a nosotros. Si el diario español de la ortodoxia sigue por el camino que emprendió con gitanos y negros, terminará diciendo que un moro es “un individuo del halo de la media luna”. Ocultando las cosas, como ha hecho siempre.
Mientras recojo el recado de escribir y apago el flexo, la radio repite algo sobre “el problema de la violencia de las religiones”. Tiene razón; por todas partes veo comandos de budistas matando gente con sus kalashnikov y cristianos degollando a sangre fría a tipos indefensos vestidos de naranja.
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