Se conocieron el 14 de febrero de 1995 en Madrid cuando ambos acababan de cumplir treinta. Ahora, Juan tiene cincuenta y Milagros treinta y nueve, según comenta ella siempre sonriente. Él está frente a la nevera, un aparato enorme que expende cubitos de hielo, tiene entrambas puertas abiertas y proyecta un chorro de luz hacia el exterior. Al varón le cuesta concentrarse para buscar, así que vocea:
– Milagros, ¿dónde están los yogures de soja con frutas del bosque?
– Si son de soja, no son yogures sino esa baba vegetal tuya – contesta ella desde el espejo, ante el que lleva seis horas depilándose.
– Pero ¿dónde están los bichos ésos de soja?
– Quid pro quo. Responde: ¿qué hay en la carpeta “cosas mías” de tu portátil?
– Hay recibos. ¿Dónde está eso que quiero comer?
– En el frigorífico. Es ése electrodoméstico blanco que tienes abierto ante ti. Los tarritos están en el centro, entre las chuletas y las olivas. Ante tus ojos.
El varón coge un vasito con soja y frutitos y recuerda que, cuando niño, su madre le decía “Verás si aparecen los Madelman como vaya yo…”. Era verdad que su progenitora lo encontraba todo si iba. No era magia: doña Consuelo era la única persona de la casa que ordenaba cosas. Igual que ahora Milagros, la media naranja de su hijo. El Juan de 2015 se dice que los dos se han ido pareciendo en todo, menos en el discurso. Frases de hombre, frases de mujer. Desde el primer día, para las oraciones de Milagros no parece haber pasado el tiempo.
– ¿Has escuchado lo que te acabo de decir, Juan?
– Por supuesto.
– Has mirado a la camarera con ojos golosones.
– Los británicos dicen “goloson eyes”.
– ¿Por qué no te cachondeas de tu padre?
– Porque no puede defenderse: está muerto.
– ¿Vosotros no os dais cuenta de que canta mucho que miréis las curvas de otras mientras saliváis como camaleones? Eso también es una forma de infidelidad.
– Nos damos cuenta de que algunas mujeres aguantan cuernos durante décadas haciéndose las suecas. Si él convierte la infidelidad en escándalo ella se divorcia, pero no porque sus cervicales no puedan con el peso de la queratina, sino porque sus cuernos se han hecho públicos.
– Cuando os acostáis con otra, seguís con nosotras porque consideráis que un polvo jugando fuera de casa no tiene importancia –sonríe cínicamente la mujer-, pero si yo duermo con el carnicero, lo más probable es que no vuelvas a verme. Si me he acostado con él es porque siento algo.
– Sí, supongo que algo sentirás…
El diálogo sobre lo que uno u otro han hecho durante la velada anterior es radicalmente diferente según quién pregunte primero:
– ¿Qué hicisteis anoche, nena?
– Pues fuimos todas al cine y luego a cenar a un indio y allí nos contamos un montón de cosas. Nada íntimo. ¿Sabías que Dunia se ha hecho la cirugía vaginal para estar más mona? Luisi se ha matriculado en Sociología de la Vecindad Arborícola en UNICA, la Universidad para Carreras Inútiles. Y María Antonia ha mandado a tomar por saco a Julián. Le ha dicho “tenemos que hablar” y ya sabes lo que pasa cuando una chica dice eso.
– Sí. Nosotros decimos “deberíamos darnos un tiempo, princesa”.
Si es ella quien empieza, el diálogo se queda en esto aunque pregunte quince veces:
– ¿Adónde fuisteis cuando salisteis?
– Por ahí…
– Pero ¿dónde cenasteis?
– No me acuerdo…
A veces, él se mete con las mujeres para picar a la fémina:
– Cada vez que una se lía con un casado, tenemos tragedia para doce años: “¡Me prometió que dejaría a su mujer, pero…”.
– ¿Y vosotros no hacéis lo mismo?
– No exactamente. Cuando él se lía con una casada, le toca la lotería: discreta por necesidad y demasiado ocupada con su familia para crearle problemas. Y si ella anuncia que va a dejar con su marido, le decimos “entonces te dejo yo a ti”.
Ella se cabrea y deja de hablarle hasta el día de Pentecostés. Si Juan pregunta, le contesta con cara de tubo: “sabes perfectamente por qué estoy enfadada”. Él ni lo sabe ni se acuerda de nada de lo que pasó el otro día. Milagros siempre le dice:
– Vosotros sois muy simples.
– Sí. Y muy felices.
– Y tenéis una tendencia innata a la infidelidad.
– No es mi caso. Jamás te haría eso.
– ¿Ni coquetearías?
– Nunca. Por ahí se empieza.
– Déjame leer el Whatsapp de tu móvil.
– No me importaría, pero no puedo. El teléfono se me cayó está mañana al cráter del Etna.
Por suerte para Juan, la conversación termina porque son las veintiuna. A esa hora, su mujer se levanta del sofá para ir a preparar algo de comer. Si un día se le olvida, no hay mayor problema: el hombre se ocupa de todo. No prepara el condumio. No le hace falta. Simplemente pregunta: “Es la hora de cenar, ¿no?”.
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