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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Mi abuelo y Delibes (III)

Rafael Cerro Merineroel

“Hay que levantarse de la mesa conservando un poco de apetito”. Ése fue su secreto. Sesenta y nueve años delgado hasta que el cáncer nos lo arrancó de los brazos y de las vidas, pero no nos dejó desnudos porque heredamos su recuerdo y también algunas palabras que treinta y tres años después siguen resonando en el eco de mi cráneo. Las palabras flotan más cuanto más pesan. Por eso son las más nutritivas las que quedan prendidas en el aire para siempre.

Luis Merinero falleció el 29 de febrero de 1980. Eligió muerte bisiesta para que sólo lloráramos cada cuatro años y añorarlo nos rasgara menos. Celebramos el velatorio en su casa de Virgen de La Roca, porque Madrid todavía era un pueblo y mi abuelo Luis no era un hombre rico. Ni pobre, porque jamás envidió cosa alguna. “A mí no me falta nada, que yo sepa. Cómo me va a faltar lo que no echo de menos, hijo”. No tuvo ni el Seiscientos. Sólo transitó el Metro. La hjita de la vecina murió entre sus brazos en un vagón cuando la llevaba a la casa de socorro. En el Madrid gris del Nodo, iban a urgencias en Metro. La muerte de la niña fue durante mucho tiempo la única cicatriz visible en el semblante del abuelo.

Desobedecí el consejo sabio de mi madre; entré a hurtadillas en la alcoba de mis abuelos a verlo metido en una caja. Me venció la curiosidad de los catorce años y no me arrepiento de haberlo visto de cuerpo presente. El semblante de nuestro ancestro era de paz y no me impresionó. Hoy cierro los ojos y sigo viéndolo, recortado en silueta. Es como el filamento incandescente de la bombilla que sigue proyectado en el interior de tus párpados cuando ya has cerrado los ojos. Los trazos de su rostro, impresos en luz roja y blanca. El padre de mi madre. Casi nada. El recuerdo del rostro del cadáver reconforta al cuarentón porque la vista del vivo nunca asustó al mozalbete. Pensé que el abuelo no necesitaba ningún hálito de vida para seguir repitiéndome lo de siempre: calor sabio, amor de abuelo necesario para un niño. “Tranquilo, hijo. Tranquilo”.

Nunca alumbró un mal pensamiento. Quizá no porque no quisiera, sino porque no sabía. Con ser buen pintor no podía comer y eso convertía al artista en un chupatintas, pero eso jamás lo amargó. El día en que se jubiló, salió de debajo de su propia sonrisa y me reveló el arcano de la vida: “Hijo, con sesenta y cinco años hoy empiezo mi camino. Atrás han quedado cuarenta trabajando en Hidroeléctrica y no dejo un solo enemigo allí”.

Señor de la gubia. Constructor de barcos de madera a escala, todas las piezas talladas a mano. Regresa de tomar notas en el Museo Naval. Bajo el brazo, el Abc de los domingos. En la mano, un melón de día de fiesta para todos y como mascarón de proa una sonrisa.

Nada he creado. Mantengo vivo el rescoldo de mis ancestros. A mí no me falta nada, que yo sepa. Nieto soy de Luis y soy hijo de Consuelo.

Hay gente que no deja huella, sino surco.

@rafaelcerro

 

A mi mujer y a mi hija.

 

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