La idea académica inicial de eufemismo recogida en el Diccionario, “manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante”, ha pasado a ser la de “trampa con la que ocultar lo que no debe ser visto por motivos ideológicos”. Si el periódico lo denomina ciudadano de color, el tío ya no es tan negro. Si digo larga y penosa enfermedad, ya no me muero de cáncer. Ésa ha sido seguramente la génesis del modismo emprendedor: se trataba de ocultar el vocablo empresario, que está mal visto desde que advertimos la evidencia de que todos ellos explotan a los currantes y duermen una vida dulce mientras Cándido Méndez se afana en crear riqueza para todos y hasta sonríe. ¿Se imaginan al señor Méndez sonriendo? Lo curioso es que empresario significa patrono y la primera acepción de patrono en el Diccionario de la Academia es “defensor, protector, amparador”. Emprendedor designaba a todo el que emprendía con resolución acciones dificultosas, no necesariamente laborales, pero hogaño se ha convertido efectivamente en eufemismo de empresario.
La sociedad del eufemismo es precisamente la que nos va licuando el cerebro poco a poco. El diario más políticamente correcto del país llama romaníes, o ciudadanos de etnia gitana, o cualquier cosa que no sea gitanos…a los gitanos. Quienes quieren referirse en televisión a la violencia en el fútbol dicen genéricamente violencia en el deporte, sin especificar si la última pelea a botellazos ha ocurrido en un campo de golf o si es que Magnus Carlsen se ha liado a bofetadas con Anand tras perder una partida. La peluquería anuncia ofertas para depilar a las chicas el labio superior, aludiendo al bigote, o incluso las ingles, refiriéndose a vaya usted a saber qué. Los más degenerados escriben niñ@s y, lo que es más grave, estudiant@s. Entiendo que esta palabra bífida es una contracción de *estudiantos y *estudiantas.
Don Luis Ángel de la Viuda no empleaba eufemismos en la radio. Sobre el lugar del que es aborigen decía “en Burgos hay un hijoputa con una máquina haciendo el frío” y simulaba que hacía girar la manivela del artefacto. Ni siquiera utilizaba hideputa. Han pasado décadas y sabiamente me hace ver que los taberneros dicen ahora que son hosteleros. Lo son, pero también lo es todo el que se dedica a cualquier negocio de hostelería. Y añade: “yo soy hijo y nieto de taberneros”.
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