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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

El lenguaje de Susana

Rafael Cerro Merineroel

La dama que va a repetir como presidenta andaluza será el ariete que destruya la corrupción. Ahora nos anuncia “el paquete más potente” de lucha contra ella que se ha conocido en España y que jamás “ha hecho ningún Gobierno”.

Desde el PSOE andaluz.

El gran Lázaro Carreter nos enseñó que hablante culto no es el que practica el habla de la clase ilustrada, sino el capaz de ir cambiando de registro para que sus interlocutores procedentes de estratos diferentes entiendan lo que dice. Creo que ni la misma Susana Díaz comprende al completo su propia parla, una especie de retórica barroca de piloto automático, pero está claro que las suyas son palabras de victoria: sus discursos sirven para que la mayoría vote por ella. Espero que no sea porque, realmente, siempre esté diciendo: “Tranquilos, que todo seguirá igual”. Susana Díaz sabe a quién se dirige y adapta el discurso a quien ha de digerir las ruedas de molino que va fabricando. Barrunto que le ha dedicado tiempo a estudiar la oratoria de Felipe González. Ambas se parecen en la forma, salvando las distancias de contenido. El expresidente esculpió para la historia frases como “Hay que ser socialistas antes que marxistas” y “Si don Carlos Marx viviera, no sería marxista, como tampoco lo fue en su tiempo”. Por encima de todo, nos iluminó con aquello de que daba igual que el gato fuera blanco o negro, con tal de que cazase ratones. No había nadie que no entendiera a Felipe, un hombre con una inteligencia muy superior a la media.

Doña Susana no tiene el ingenio ni la oratoria del señor González, pero tampoco los necesita: de él ha tomado sólo la capa verbal exterior. Su dialéctica se basa en el principio convence con la forma, olvida el fondo. Emociona. Se trata de encadenar muchas palabras grandilocuentes aunque no digan nada. Por ejemplo, Díaz a menudo une los términos Andalucía, orgullo y futuro para construir con esas palabras un contrapeso al paisaje real más pesimista de toda España. Cuanto más estratosféricos son los récords de paro, corrupción y fracaso escolar de la comunidad, cuanto más negro es el porvenir de los chavales de la región, cuanto más se gasta alguien el dinero que debería servir para construir el mañana de los parados, con más ínfulas habla su presidenta precisamente de futuro y de orgullo. Es una (repito que muy eficaz) oradora del vacío, una artesana del circunloquio, una orfebre del ornamento verbal. Como ha prescindido de la semántica y sólo emite sonido, Susana puede articular cualquier jeroglífico lingüístico sin que se le despeine un cabello. A veces parece incluso que está diciendo algo con su oratoria hueca y vibrante. Esto es textual: “Estableceré una hoja de ruta completa hacia el Gobierno abierto”. Analicemos la frase en clave: la primera mitad incluye el sintagma ornamental hoja de ruta, un modismo político del que ya hemos hablado en otro artículo, que poco o nada significa. Intentemos traducirlo a nuestro español de andar por casa. Supongamos que hablamos con nuestra familia sobre cómo reservar algún dinero para poder ir de vacaciones en agosto a la playa y queremos que nos entiendan. Jamás diremos que hay que trazar una hoja de ruta de gasto que alumbre el camino vacacional de Levante en el radiante porvenir estival de la familia. Diremos necesitamos un plan. O sencillamente señalaremos hay que ahorrar para ir a Gandía, una frase que tiene la particularidad de que todos los demás la entienden. Hoja de ruta no significa nada fuera del balbucir demagógico de los políticos. La segunda parte del criptograma anterior, hacia el Gobierno abierto, es un arcano que no sé desentrañar tras haberle dedicado muchas horas. Les suplico que colaboren con los comentarios que se pueden escribir abajo.

El espectáculo de una mujer dotada para hablar durante minutos sin emitir un solo bit de información y dejando a la audiencia satisfecha me resulta fascinante. Echo de menos al niño del cuento del emperador de Hans Christian Andersen. Alguien desconocido del público que no esté cobrando ninguna nómina oficial, ni nada peor, que al acabar ella de hablar grite “¡La presidenta está desnuda!”. Pero nunca ocurre. Escucho discursos enteros que me llenan los oídos pero carecen de semántica. La cosa no es baladí: la ventaja del lenguaje huero es que permite conciliar elementos aparentemente incompatibles. Enunciar frases que los demás no nos atreveríamos a pronunciar en nuestro español cotidiano porque contienen contradicciones que chirriarían. Ella ha logrado que no nos resulte sorprendente una contradictio in terminis como ser presidenta de Andalucía y decir: “Me avergüenza la corrupción. Tanto la complicidad con la misma como la tibieza en la lucha contra ella”. Gabriel Albiac ha demostrado en Abc que la corrupción en la comunidad –creo que en menor medida también en el resto de España- es estructural y, por tanto, concomitante con todas las estructuras de gobierno, forme o no parte de ellas Susana Díaz.

Hay poesía y música en Susana: el aderezo retórico y fonético de sus discursos, la pincelada demagógica final, está en la aliteración y en el tono vibrante de cada sílaba que pronuncia. La imagino hablando en ese tono mitinero hasta para pedir el desayuno en el bar:

– ¡Camarada trabajador apostado tras esa orgullosa barra de la hostelería de la hermosa tierra del sur! – eufemismo del políticamente incorrecto y clasista vocablo camarero – ¡Un café andaluz progresista con dos churros de la patria en aras de un futuro brillante para la altiva Al Andalus y para el sector del bar del que estamos orgullosos los andaluces de los cinco continentes!

No importa el qué sino el cómo se dice, pues la fonética de la reverberación ha sustituido al significado. Ella pronuncia palabras que sólo envuelven el vacío, pero que suenan rotundamente bien. La esencia de las homilías de Susana Díaz está en los sentimientos. Los adereza con un Marx al que no sé si ha leído y con un concepto anacrónico de la lucha de clases. Y, como decia, se recrea en las repeticiones. Con ellas es capaz de sublimar hasta los conceptos de los podemitas para apropiarse de ellos: “Yo soy de casta de fontaneros, nieta, hija y sobrina de fontaneros. Ésa es mi casta. Y hoy tengo el honor de ser presidenta de la Junta”. Si quiere decir que el sistema permite un acceso al poder igualitario pero ajeno a los principios de mérito y capacidad, perfecto: es justo. Pero si quiere significar que el sistema permite que los más aptos lleguen a presidentes, esto es un non sequitur (en latín, “no se sigue”), una deducción falsa. La prueba es el sillón que ocupa la mismísima oradora.

Más vida en @rafaelcerro

 

 

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