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Blogs Pienso de que por Rafael Cerro Merinero

Ellas

Rafael Cerro Merineroel

Jimena Orúe Merinero. La barbilla alta y, en la mirada de sus cinco años, un destello que parece un desafío. Hace poco le advirtió al mundo que no saldría de casa si no la pintaban con los cosméticos de su madre. Se dirige a ella para desollar viva a una compañera:

–         Mami, Carla es mala. Somos cinco niñas y lo decimos todas; todas…menos las demás.

 

Jimena: “podrías comer en otra mesa, tío”.

 

Una capacidad de manipulación digna de un diputado. Con dieciocho años, convencerá a un hombre de que es necesario ir a Ikea por tercera vez ese mismo sábado. Con veinte, si Marta se pone como un cachalote dirá que “Marta está monísima y le sienta fenomenal el tatuaje del delfín en el tobillo”, pero cuando los hombres babeen por Carolina, Jimena dirá que “parece que le han salido muchas arruguitas a la pobre Carolina, qué lástima”.

Jimena Díaz fue la mujer de Rodrigo Díaz de Vivar, El Campeador; con Jimena Orúe, El Cid no habría pasado de consorte.

 

Segundo caso real, nombre simulado: Cintia, diez años y un pantaloncito bajo la falda de tablitas del cole. Su papá le pregunta por qué.

–         Es que, si no te pones el pantalón debajo, cuando haces el pino te ven las braguitas todos los niños del colegio.

–          ¿Todos? (El papá lleva un mes aprendiendo a hacer la vasectomía con alicates por lo que pueda depararles el futuro).

–         Sí, Papi: basta con que te las vea uno…porque ése se lo cuenta a todos.

–         ¿Tú tienes curiosidad por verles los calzoncillos?

–         Yo…¿los calzoncillos? No. Para qué.

O sea: que lo de no comerse ninguna y contar veinte es genético y acompañará a Jorge durante el resto de su vida. Haces eso pero luego, calculadora en mano, resulta que a los cuarenta y ocho años te has acostado con el 0,00000104 % de la población femenina. Soberbio resultado.

Tercer sucedido. Esposa joven y bonita se ducha y llena el cuarto de baño de vaho. Sale desnuda y, a falta de manzanas, desafía a Newton con los pechos. Él se ducha después con agua fría, sale también y se cruza con ella, que vuelve al baño para acicalarse. La mujer protesta:

–         “¡Qué horror: con la cantidad de vaho que has formado no se puede pasar!”.

Hablamos lenguajes distintos. Somos venéreas y marcianos. Por mucho que le pese al políticamente correcto, no somos iguales y eso es precisamente lo más divertido. No les ganamos los debates casi nunca. Salvo superdotados como Winston Churchill.

 

Una profunda antipatía lo separaba de Lady Astor cuando la primera mujer que ocupó un escaño en la Cámara de los Comunes le dijo al Nobel de literatura:

–         Si yo fuera su mujer, le envenenaría el café.

–         Y, si yo fuera su marido, me lo bebería.

 

Dedicado a Susana Merinero. Paciencia; el camino es largo.

Más vida en @rafaelcerro

 

 

Ideología de género Rafael Cerro Merineroel

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