Teresa Zafra el 18 feb, 2014 Martín ya tiene trece meses y medio y, en este momento, está en una fase de transición de bebé a niño que nos tiene algo desconcertados. Nos desconcierta porque, como padres primerizos, todo es nuevo, y, casi de repente, hemos pasado de ser los padres de un mini Martín que comía, dormía, reía y, a veces, lloraba, a ser, de repente, los padres de un pequeño niño que empieza a entender, a imitar, a razonar y, sobre todo, a tener voluntad propia. Hemos tenido su primera tutoría en la guardería, y nos han dicho que, además de cariñoso y risueño, es un poco cabezota, que en general come bien pero que no le gustan los platos de cuchareo y que algunas veces le cuesta seguir las normas. Al principio, delante de su profesora, se nos vió el plumero: le defendimos y le excusamos sin atender a razones. Después, en casa, estuvimos hablando de forma más pausada y llegamos a la conclusión de que la verdad es que nuestro hijo es así, tal cual. Lo duro no es reconocer que tu hijo es un poco cabezota, lo realmente difícil es reconocer que lo ha heredado de nosotros, sus padres. Gracias a Dios, nacer en Cádiz me ha dado esa capacidad innata que tiene todo gaditano para reirse de uno mismo y relativizar los problemas, así que, sin problema, al día siguiente le dije a la profesora un par de cosas. La primera, le dí las gracias por conocer tan bien a nuestro hijo, porque realmente pensamos que está haciendo un trabajo estupendo con él y, la segunda, le dije que me parecía lo más normal del mundo que Martín fuera cabezota porque nosotros, tanto su padre como su madre, lo somos. Lo de no chiflarle los potajes, también lo ha heredado de mí, y eso de no seguir las normas, a mi pesar, también. Creo que es importante hacer estas reflexiones, porque, como os digo, los hijos no son extraterrestres que vienen de un planeta lejano: son personas a las que hemos dado nuestro material genético y que, por consiguiente, se parecen a nosotros. Estoy convencida de que yo seré la responsable (y su padre) de cómo será Martín cuando crezca, por un lado por todo lo que habrá heredado, sin más, pero, por otro, por el ejemplo que le habré dado y por todo lo que le habré o no enseñado. Muchos parecen no reconocer esta realidad: quién no ha visto a padres quejarse de que sus hijos son malos en ciencias olvidándose de que ellos mismos no aprobaron nunca las matemáticas. Mi consejo, o mi proyecto personal, es reflexionar sobre nuestros propios rasgos de carácter (tanto buenos como malos) para, de reconocerlos en nuestros hijos, saber comprenderles, ayudarles y, sobre todo, estar orgullosos de que nuestros peques sean un poco como nosotros. Ya lo dijo Serrat: “Esos locos bajitos se nos parecen”. El mensaje es claro, no lo olviden. embarazomaternidad Comentarios Teresa Zafra el 18 feb, 2014