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España, ante el acuerdo entre EE. UU. y Cuba

España, ante el acuerdo entre EE. UU. y Cuba
Luis Ayllón el

El Gobierno español ha seguido muy de cerca el proceso que ha llevado a Estados Unidos y Cuba a anunciar la reanudación de las relaciones diplomáticas. Tanto es así que el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo se decidió a viajar hace sólo tres semanas a la isla, consciente de que iba a recibir numerosas críticas de una parte de su partido.

Volvió de La Habana con un sabor agridulce, ya que Raúl Castro no le recibió, como esperaba, quizás por su conferencia sobre la Transición española -una manera de hablar de la situación en Cuba-, o, más posiblemente, porque se deslizó la información de que llevaba algún mensaje de Washington, una publicidad que el presidente cubano no recibió de buen grado.

Pero la realidad es que Margallo sí transmitió algunos mensajes fruto de las conversaciones que la Administración española mantiene con la estadounidense desde hace tiempo, y que pueden resumirse en la idea de que Cuba tenía que hacer algún gesto para que Barack Obama pudiera mover pieza. España no ha ejercido ningún tipo de mediación, pero sí ha trabajado en apoyo de las gestiones para lograr el acuerdo. Y es obvio que al ministro le ha salido bien la jugada.

El Gobierno de Mariano Rajoy abandonó hace tiempo la política de confrontación con el régimen de La Habana que protagonizó José María Aznar y que abanderó el PP en la oposición frente a los coqueteos del Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, protagonizados por Miguel Ángel Moratinos desde la cartera de Exteriores.

Hay razones que llevan a justificar ese cambio de actitud, tanto políticas como económicas, y una de ellas tiene bastante que ver con los intereses empresariales españoles. Numerosas compañías de nuestro país –sobre todo medianas y pequeñas y pertenecientes al sector turístico- tiene fuertes intereses en Cuba y querían que el Gobierno español les ayudara a convencer a las autoridades de la isla de que debían adoptar medidas liberalizadoras de la economía.

Así se lo hicieron ver al ministro cuando se reunieron con él en La Habana y, sin duda, ellos serán los primeros en empezar a beneficiarse del nuevo clima de relaciones entre Cuba y Estados Unidos. No se pone fin al embargo, porque eso exige un proceso legislativo que puede ser largo, pero el Gobierno norteamericano puede aplicar muchas medidas que permitan respirar a la decrépita economía cubana y, sobre todo, a los “cuentapropistas”, los pequeños empresarios que, gracias a las últimas reformas económicas del régimen, empiezan a aflorar en el país caribeño y que necesitan el acceso a materias primas y productos del exterior.

La disidencia anticastrista no ha visto con buenos ojos, como era de esperar, ese cambio de rumbo de los dirigentes populares, y posiblemente haya faltado en el Gobierno la capacidad de explicar a quienes llevan tantos años luchando por la libertad en Cuba, que un nuevo escenario económico puede terminar por favorecer una apertura política.

En cualquier caso, el seguimiento de la evolución de Cuba tras el acuerdo con Estados Unidos, va a ser una importante tarea para la diplomacia española a corto y medio plazo. Arranca en una buena posición, pero no puede dormirse en la complacencia de haber sabido ver venir los cambios. Otros países estarán también atentos a esa evolución y habrá competencia en una carrera que, por lo demás, ni será corta, ni estará exenta de obstáculos. Esto no ha hecho más que empezar.

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