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El pragmatismo de España en Cuba

Luis Ayllón el

Los dirigentes del Gobierno español están haciendo verdaderos esfuerzos para intentar convencer a la opinión pública de que no se ha producido un cambio en la política hacia Cuba, que impulsara José María Aznar. No tendrán gran éxito, porque para cualquiera resulta evidente que ese cambio se ha producido y, con algún matiz, el resultado es muy aproximado al que buscaba el anterior Ejecutivo de José Luis Rodríguez Zapatero, que tantas críticas recibió por ello desde las filas del PP.

Constatado el viraje, la cuestión que si puede plantearse es si había llegado ya la hora de dar un nuevo enfoque a la relación europea con el régimen de los Castro y si España debía o no seguir manteniendo que no se podía negociar nada con La Habana hasta que no hubiera avances democratizadores en la Isla.

Un hecho ha pesado de manera determinante en la nueva posición adoptada por un Gobierno del PP: la constatación de que más de la mitad de los socios comunitarios –dieciocho-han suscrito en los últimos años acuerdos bilaterales con Cuba. La Posición Común Europea adoptada en 1996 es cada vez menos común y, aunque formalmente se vaya a mantener mientras dure la negociación con Cuba, para cuyo comienzo ha dado luz verde el Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores  de la UE, la realidad es que ha dejado de ser el referente. Si no fuera así, las autoridades cubanas no aceptarían emprender esa negociación para tratar de alcanzar un acuerdo de diálogo y cooperación con los Veintiocho. La Posición Común adoptada hace 14 años era su línea roja y por eso Zapatero y su ministro Moratinos hicieron tantos esfuerzos por terminar con ella. La fórmula adoptada ahora es dejar la Posición Común como una espada de Damocles sobre la cabeza de los cubanos, pero una espada bastante roma.

Con España dejando hacer en el seno de la UE, las reservas de alemanes y checos terminaron por ser levantadas una vez que se incluyó la exigencia a los cubanos del respeto de los Derechos Humanos, un respeto para cuya evaluación no se establecen mecanismos. Las conversaciones comenzarán en fecha aún no determinada y se prevé un largo camino  (quizás un par de años) en el que, como hace sólo unas fechas, volverá a comprobarse que el régimen castrista seguirá practicando una política de hostigamiento hacia los disidentes del interior de la isla. Lo acaba de hacer estos días, como lo hizo durante la celebración de la cumbre de la Celac, sin que se haya escuchado una voz europea de protesta que pudiera unirse a la que sí se oyó desde Estados Unidos.

El Gobierno de Rajoy parece haber percibido también un nuevo clima hacia Cuba en los países del continente americano, muy pocos de los cuales mantienen posiciones abiertamente críticas hacia el régimen castrista, como se vio en esa reunión del Celac. Es otro punto que ha podido influir en el cambio de planteamiento, que se justifica también en que el mantenimiento de relaciones es más útil que el choque abierto para favorecer la mejora de las condiciones de vida de los cubanos y la democratización de un régimen, del que se piensa que, por cuestiones biológicas, no puede tener extenderse por mucho más tiempo.

Los exiliados cubanos y los opositores que aún viven en la isla se sienten, por el contrario, bastante defraudados con la actitud europea y, de manera singular, con la española.

 

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