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La pasión turca alcanza también a Rajoy

La pasión turca alcanza también a Rajoy
Luis Ayllón el

¿Qué tiene Turquía que atrapa a todos los jefes de Gobierno españoles de los últimos tiempos? Sin duda una de las principales razones se encuentra en las posibilidades de negocio para nuestras empresas. Se trata de un país de 76 millones de habitantes, con un pie en Europa y otro en Asia, en el que hay que construir todavía muchas infraestructuras y mucha obra pública, a las que pueden aspirar las firmas españolas, sin olvidar las opciones en materia de industria militar.

Desde que Recep Tayip Erdogan se convirtió en el hombre fuerte de Turquía con su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) predicando un islamismo moderado, puesto como ejemplo para los países árabes, España ha sido uno de sus principales valedores en la pretensión turca de adherirse a la Unión Europea. Lo fue, de manera cauta, cuando gobernaba José María Aznar y, muy abiertamente, cuando el inquilino de La Moncloa era José Luis Rodríguez Zapatero, quien convirtió a Erdogan en su gran socio para impulsar la Alianza de Civilizaciones, que hoy sobrevive a duras penas.

Ahora, Mariano Rajoy acaba de reafirmar ese apoyo, aunque el ingreso de Turquía en la UE parezca estar hoy más lejos que hace algunos años. Y lo ha hecho respaldando a un Erdogan -que atraviesa sus horas más bajas por el aumento de protestas en las calles y el descubrimiento de casos de corrupción en su Gobierno-nada menos que en un mitin electoral del AKP. Si hay que creer a lo portavoces de Rajoy, en Moncloa se desconocía que Erdogan hubiera preparado todo para convertir la inauguración de una línea de metro en Ankara dirigida por una empresa española en un acto de campaña al que acudieron unos 5.000 islamistas con profusión de banderas. Alguna falta de previsión o información habrá que reconocer, al menos, al haber situado al jefe del Ejecutivo en una situación comprometida a la que, al parecer, se adaptó de inmediato, incluso exhibiendo un cierto tono mitinero en su intervención.

No es la primera vez que Erdogan utiliza a un gobernante español con fines partidistas. Lo hizo también con Zapatero, aunque en este caso se trató de algo pactado. El entonces presidente del Gobierno se mostró encantado de acudir en septiembre de 2008 a Estambul a la cena de ruptura del ayuno del Ramadán (Iftar) organizada por el primer ministro turco con dirigentes de su partido y algunas personalidades de distintos sectores del país. Eran los tiempos de la plena sintonía entre los copatrocinadores de la Alianza de Civilizaciones, aunque menos de tres años después, Erdogan, aficionado a sorprender a los dirigentes españoles, dejara de una piedra a su amigo Zapatero –agobiado entonces por lo más duro de la crisis- al anunciar que Turquía disputaría a España un puesto no permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU para el bienio 2015-2016, pese a haberlo ocupado ya en 2009-2010.

Turquía tiene una importante situación estratégica y está en pleno desarrollo, características que hacen que, muchos países, entre ellos España, busquen un reforzamiento de las relaciones bilaterales, pero ese objetivo no debería estar reñido con la exigencia a Erdogan de un comportamiento más leal y de un respeto mayor a las libertades democráticas, en muchos casos violadas en el país que gobierna.

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