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Blogs La capilla de San Álvaro por Luis Miranda

La Cuaresma como paraíso artificial

Luis Miranda el

Si el cristiano triste es una paradoja para la fe, la Cuaresma tampoco puede ser infeliz. Distinto es que uno mire hacia dentro y se examine, que le saque a los cultos todo el jugo que pueda y que los Vía Crucis los viva rumiando las estaciones y saboreando los padrenuestros, pero eso no quiere decir que deba vestirse de saco ni plañir un arrepentimiento. Lo dice el Evangelio de San Mateo cada Miércoles de Ceniza: «Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».

En las hermandades de hoy, quizá por el fetichismo de esos kofrades que igual se ponen una insignia y un lazo morado que una cruz de ceniza en la frente, hay quien se cogió el rábano por las hojas y pensó que la Cuaresma consistía en estrenar camisas fresquitas y dobladas en el sitio justo, lucir gafas de sol y pasarse los domingos de culto en culto, por supuesto sin misa, y dejarse caer por algún concierto. Sí, quizá detrás del «Feliz Cuaresma», que cada Miércoles de Ceniza se repetirá como si se estuviera celebrando la Resurrección con 50 días de adelanto y desde luego sin comprender nada de lo que este tiempo significa, haya mucho del espíritu impaciente de estos días, de los muñecos de nazarenos metiéndole prisa al camello de Baltasar, de las «igualás» en noviembre y del proclamar el gusto por las procesiones sin necesidad de que ningún remoto argumento espiritual las sustente.

Aquí el tiempo lo pone difícil, porque son los días de la anticipada y mejor primavera, que se deja caer ya en los últimos días de febrero y primeros de marzo, y hay algo en el ambiente de esas tardes alargadas y de esa tibieza de difícil equilibrio que obliga a salir a la calle y disfrutar de lo que es efímero por naturaleza, como una flor del azafrán que enseguida fuese a evaporarse sin remedio. Parece que algunos se aplicaron, por supuesto que sin leerla, a lo que de Sevilla dijo Santa Teresa –«Aquí con no pecar basta»- y vendieron una Cuaresma superficial de jubileo de la pestaña y fotografías sin nada dentro, de cervecitas a la sombra de una terraza mientras suena cualquier solo bien largo y vacío.

La preparación para la Semana Santa es entonces más bien un entrenamiento: nada de mirar a los titulares de la cofradía de uno y después verse a uno mismo; mucho menos homilías más largas ni de lecturas que dejan pensando; limosnas, con lo que cuestan las papeletas de sitio, ya veremos; y ayuno, entre tanto esfuerzo bajo las trabajaderas, lo vamos a dejar. Es más bien un descontar de días entre fotos que se despellejan en las redes sociales, ensayos hasta las tantas después regados a lo espirituoso y besapiés que no se visitan con el corazón desnudo del mundo, sino vestido de los oropeles de la acidez y los anteojos de criticar teniendo en cuenta el nombre del autor.

A nadie extraña que cuando lleguen los días últimos de Vía Crucis se vaya mucho más a hacer fotos que a tomar un cirio y meditar las estaciones, y que cuando por fin acabe la feliz Cuaresma, los impacientes pasen entre las filas de nazarenos buscando el giro, la marcha, la cruceta, la levantá al destrozo o a pulso, el repertorio, el solo, el sobre los pies, el cambio, el encaje y el bordado. Aquello que echarán de menos cuando la Semana Santa acabe y, con todo lo que han tenido delante de los ojos y del alma, no les haya quedado nada más que empezar una cuenta atrás de más de trescientos días. Quizá sea verdad que la Cuaresma les parezca feliz, aunque sólo sea un paraíso artificial, ante el vacío del resto del tiempo.

Cuaresmario
Luis Miranda el

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