«LO dice un verso de “Cuaresma”, sin duda alguna uno de los mejores poemas de Pablo García Baena: “Se oyen lejos trompetas y tambores que ensayan para los días santos…”. Era otro tiempo». «Desde luego, compadre —pensó en voz alta mientras lo leía ayer—, porque yo los oigo muy cerca ensayar desde mi balcón. Como si no tuviera bastante con la que pone Radiolé para todo el bloque los sábados mientras limpia…»
Él no quería vivir a la vera de una hermandad, no por él, por los niños, que es bueno que crezcan en otros ambientes, pero su mujer se empeñó en ese barrio. Con ella discute, viernes sí, viernes también, cuando empieza el concierto y hay que subir la tele. Ella en su butaca, él en la otra o en palco platea con vistas a la calle, que en su salón no se fuma. Desde allí asiste, antes del ensayo, a un espectáculo curiosísimo que ha pensado en grabar para mandarlo a la 2 como documental sobre la especie cofrade. Llega un notas y le dice a otro: «Mira cómo entra el caballo en Campana». Toma algo que trae en la bici y empieza a soplar. Un tercero va haciendo de paso, como un maniquí, moviéndose sin gesticular, de costero y de frente con otro que lo va guiando. El primero sigue tocando, lleva ya un rato, se pone rojo y se infla del hombro hacia arriba. Entonces mira el vecino la bici, por si el chaval se ha confundido de instrumento. Pero no, la bimba sigue en su sitio.
Empieza a ensayar la banda y no puede evitarlo, se acuerda del presidente, que vive en el piso de arriba y no va a las procesiones desde lo de la maza. En la estrecha calle toda su fila se fue encogiendo y echando hacia atrás, pero Pepe es mucho Pepe y él no se aparta de donde lleva una hora esperando para que pase el del bombo. Nariz rota y varios puntos de sutura.
Y se acuerda, cómo no, del ateo del tercero. ¡Lo que tiene que aguantar! Y no por el ruido. Él, que no come torrijas ni va a las bodas si no son por lo civil, oyendo marchas de Semana Santa… Por eso ruega para que llegue ya mayo a ver si ensayan pasodobles.