“Reputación y generación de valor en el siglo XXI” (LIBRO) por Jorge Cachinero en libros.com
Irán es una sociedad de contrastes que vive un momento de encrucijada.
Irán es un país joven. En 1990, su población era de 35 millones y hoy es de 80 millones.
Sin embargo, Ahmad Jannati, el presidente de la Asamblea de Expertos, es decir, del órgano colegiado que está encargado de la elección del sucesor al líder supremo del país, tiene 92 años.
Irán es el sexto más grande productor de petróleo del mundo.
Sin embargo, el sector del petróleo iraní, del que la economía del país es dependiente, está obsoleto y falto de inversiones como consecuencia de los años sostenidos de sanciones económicas internacionales.
El acuerdo nuclear de julio de 2015 entre Irán y las seis potencias internacionales negociadoras -China, los Estados Unidos (EE.UU.), Francia, Reino Unido, Rusia y Alemania- para limitar el programa nuclear iraní a cambio de levantar las sanciones internacionales había despertado grandes expectativas para que Irán, por fin, pudiera cumplir su sueño de convertirse en “el país del futuro”, sin caer en la maldición literaria que recayó sobre alguna otra nación, que, en el pasado, mereció esa definición.
Durante los últimos años, $150 billones procedentes de las ventas de petróleo iraní habían sido depositados en bancos de los países compradores, es decir, China, India, Japón, Corea del Sur, Turquía y, en menor medida, Taiwan.
Posteriormente, al establecerse las sanciones contra Irán, estos fondos fueron congelados.
Tras la firma del acuerdo de 2015, la expectativa iraní era que dichos fondos serían liberados, pero, al final, resultó que sólo $35 ó $40 billones estaban disponibles para ser repatriados a Irán y para poder ser utilizados, eventualmente, para la contratación de grandes proyectos de inversión con firmas extranjeras. El resto eran colaterales de deudas y de préstamos contraídos por el gobierno de Irán -especialmente, con China, con intereses en torno al 6.5%-, que, de esa forma, había expatriado, indirectamente, gran parte de los beneficios de la venta de su petróleo a dichos mercados.
Al aflorar esa realidad se hizo evidente que el mito sobre el riesgo de la repatriación de los $150 billones de fondos iraníes en el extranjero había sido construido por razones políticas.
Además, los retos económicos de Irán se agravan por la crisis financiera que vive un país cuyo sistema financiero no puede operar con la banca internacional al no existir acuerdos con la Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunications (SWIFT), es decir, la organización mundial de comunicaciones interbancarias, con sede en Europa, creada en 2010 tras concluirse el Acuerdo entre la Unión Europea y los Estados Unidos relativo al tratamiento y transferencia de datos de mensajería financiera entre ambos a efectos del Programa de Seguimiento de la financiación del Terrorismo.
Este problema crítico de la ausencia de financiación en Irán -fruto de la crisis bancaria que provoca el que no existan oportunidades reales para que los bancos internacionales desarrollen su negocio en aquella jurisdicción- no ha sido suficientemente compensado por la disponibilidad de los fondos acumulados en manos privadas, durante los años previos al bloqueo, para financiar el consumo privado interno.
El hecho es que la banca iraní ha perdido entre seis y ocho años de tiempo de adaptación a las exigencias y a los estándares internacionales.
Por supuesto, en la narrativa del régimen político iraní, los culpables de esta situación son los bancos estadounidenses, mientras que los europeos han sido “cómplices cobardes” de los anteriores dados sus niveles de exposición en el mercado de los EE.UU.
Por último, la economía iraní, como suele ocurrir en aquellos mercados que no son transparentes, tiene una dependencia muy alta del poder político, hasta el punto de que algunos analistas estiman que cerca de un tercio del total de la misma gira en torno a los intereses y los negocios personales de los líderes del país y, más específicamente, de la Guardia Revolucionaria Islámica.
Con todo, y a pesar de que sea un país umbral en lo nuclear, con todos los problemas de seguridad, estratégicos, políticos, financieros, económicos y sociales que conlleva, Irán cuenta con grandes activos económicos y ofrece muchas oportunidades para las empresas que quieran, con las necesarias precauciones, aprovecharlas mediante una suma de presencia, de paciencia y de prudencia.
Es en interés de toda la comunidad internacional el que Irán juegue un papel constructivo, y no, destructivo, en el futuro. Aquélla no debe dejarse confundir por el espejismo de creer que vivimos en una situación que bordea el enfrentamiento, si tomara literalmente como ciertas algunas de las cosas que se publican en determinados medios de comunicación o de las que escribe, recurrentemente y de madrugada, el presidente de los EE.UU., Donald Trump, en su cuenta de twitter.
En Irán, como en otras muchas geografías, más allá de las palabras -con el efecto, sin duda, pernicioso que éstas ya están teniendo-, la política de la presidencia Obama y la de la presidencia Trump no se diferencian -todavía, al menos- mucho.
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