Hay días en que cuesta mucho escribir. Y hoy es uno de ellos. Más si hay que hacerlo desde la distancia. Esta mañana, cuando aquí en Lima eran las ocho, mediodía en España, me llegaba la noticia no por esperada menos dura. Miguel Loya, el gran Miguel Loya, el amigo, la excelente persona, el mejor profesional de sala de Asturias y uno de los grandes de España, ha fallecido. La enfermedad que le atacó con crueldad en los últimos tiempos ha acabado por vencerle. Que su muerte me haya pillado en Perú me impide presentarme en Salinas hoy mismo para darles un abrazo a su hijos, Mikel, Javier e Isaac. Los dos últimos continuadores de la extraordinaria labor de su padre. El mayor, dedicado a otras actividades profesionales pero un gran gourmet.
Hace poco más de un año les daba cuenta en el blog de la muerte de Félix Loya. Y ahora tengo que hablar de la de su hijo Miguel, que heredó de su padre todas sus virtudes, especialmente la de ser un trabajador incansable y la de ser uno de los nombres propios más importantes de la gastronomía asturiana. Miguel se había quedado como patriarca de una familia que lo es todo en el mundo de la hostelería del Principado. Con motivo de un merecido homenaje a su padre, Félix, escribí un artículo en el que elogiaba su figura. Un artículo que es aplicable por completo a Miguel Loya. Con la urgencia del momento y desde la distancia, permítanme recuperar algunos párrafos, cambiando simplemente el nombre de Félix por el de Miguel, su hijo:
“En este agitado mundo gastronómico conviene de vez en cuando pararse a reflexionar. Y dedicar unos minutos a recordar a aquellos que con su trabajo esforzado en tiempos difíciles han llevado a la cocina al lugar que ahora ocupa. En estos momentos en que la cocina asturiana está entre las punteras de España gracias al trabajo de un grupo de excelentes cocineros y profesionales de sala, hay que recordar a los pioneros. Y Miguel Loya es uno de esos pioneros. Tengo que reconocer que siempre he tenido especial debilidad por los Loya, por el Real Balneario y por el restaurante San Félix porque están muy unidos a mi memoria. El San Félix se abrió casi al tiempo en que yo nacía. Y de su comedor conservo mis primeras experiencias gastronómicas. Es el primer restaurante “importante” que recuerdo, siempre acompañando a mis padres cuando yo no era más que un niño. Y eso deja huella. Ahora hay en Avilés y en toda Asturias muchos y muy buenos restaurantes. Pero el apellido Loya sigue siendo fundamental. Ahí está ese Real Balneario de Salinas, casi metido en el mar, uno de los mejores establecimientos de producto de España, donde Miguel ha hecho un enorme trabajo que ahora se ve continuado por Isaac, su hijo. Y ahí está Javier, otro hijo de Miguel, y otro gran cocinero, al frente de sus restaurantes en Oviedo y Gijón. Lo importante de un profesional es lo que queda tras él, y tras Miguel Loya queda mucho y muy bueno”.
No me siento capaz en estos momentos de escribir otra cosa. Esas comidas en el Balneario, viendo el mar, disfrutando del mejor producto de esas costas y con Miguel pendiente de todos los detalles. Con la sonrisa en la boca. Con esa ejemplar profesionalidad que permite a la vez estar muy próximo al cliente y guardar las distancias. Con la discreción del que sabe cómo comportarse en una sala y cómo dirigirla. Con esa satisfacción que le salía a raudales cuando me anunciaba el nacimiento de un nuevo nieto. Con esa cara pícara cuando decía, con la boca pequeña, que si Isaac seguía comprando esos grandes vinos para la bodega del Balneario le iba a llevar a la ruina. Con el cariño y la amabilidad que siempre demostró hacia mi madre, vecina suya en Salinas.
El hueco que deja Miguel es muy importante. Mucho. En mi comida de este verano en su casa él ya no estaba. La enfermedad se lo impedía. Hablé de él con Isaac, que me enseño un vídeo en el que jugaba con sus nietos. Le eché mucho de menos ese día. Y le pedí a su hijo que le llevara un fuerte abrazo y le dijera que esperaba verle en mi próxima visita. Ya no podrá ser. Maldito cáncer que se lleva la vida de un gran hombre, de un gran profesional, de un amigo. Descansa en paz Miguel Loya. Y desde Lima, con la imposibilidad de hacerlo personalmente como me hubiera gustado, un fuerte abrazo para toda tu familia.
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