El 20 de noviembre de 2009, Ferrán Adriá y Juli Soler deciden cerrar El Bulli. El propio Adriá lo anunciaría en enero de 2010 en el escenario de Madrid Fusión. El 30 de julio de 2011 se ponía punto final a una época que había comenzado en 1984 cuando el cocinero catalán se puso al frente de la cocina de un restaurante que había puesto en marcha, en el precioso paraje de Cala Montjoi, el matrimonio Schilling en 1961. Ahora, doce años después de su cierre, El Bulli se reconvierte en un espectacular museo “creado y pensado para salvaguardar su legado, promover la actitud innovadora y generar contenido de calidad para la educación y el autoaprendizaje de la restauración gastronómica”. No creo que exista en el mundo nada parecido. El 1846 que se añade al nombre tiene un doble sentido. Ese fue el año en que nació Augusto Escoffier, padre de la cocina moderna, y es también el número de platos que se elaboraron en el restaurante bajo la dirección de Adriá.
He sido invitado a formar parte de un pequeño grupo de periodistas que seremos los primeros en visitar el museo. Todos, menos uno, hemos comido alguna vez en El Bulli. La mayoría bastantes veces. La verdad es que resulta emocionante volver a recorrer la angosta y enrevesada carretera que lleva desde Rosas hasta Cala Montjoi. Han pasado doce años desde la última vez. Entonces era de noche. En esta ocasión un sol radiante nos da la bienvenida y nos permite disfrutar de los espectaculares paisajes de este Parque Natural del Cabo de Creus. En la puerta de lo que hora es un museo nos espera Ferrán, vestido completamente de negro y con una amplia sonrisa en la cara. La felicidad de quien por fin ha cumplido un sueño, poder mostrar al mundo lo que fue El Bulli. Junto a él, Lluis García, el hombre en la sombra, el que, entre otros cometidos, tuvo la difícil tarea de gestionar las reservas del restaurante y que ahora es director general de la Fundación El Bulli, propietaria del nuevo museo.
La Fundación, de estructura familiar, se constituyó en 2013, con Juli Soler ya muy enfermo, para salvaguardar el legado de El Bulli. Y desde luego nada mejor para cumplir ese objetivo que este impresionante museo que ahora se abre. Inicialmente la Fundación contaba con un patrimonio de unos cuatro millones de euros que procedían de las cenas para empresas que se organizaron tras el cierre del restaurante y de la venta de la bodega. Pero el museo, que ha pasado por muchas dificultades legales al estar situado en un parque natural, ha necesitado una inversión de once millones, y precisará de un millón más cada año. Fundamental por tanto la ayuda de cuatro patrocinadores: Telefónica, CaixaBank, Lavazza y Grifols.
Vamos a lo práctico. El museo abrirá entre el 15 de junio y el 16 de septiembre, todos los días menos los domingos, con horario de nueve y media a ocho. Las entradas se venderán desde este lunes 17 a través de la web elbullifoundation.com al precio de 27,50 euros (20,50 para mayores de 65 y menores de 16 años, estudiantes de hostelería, personas con gran discapacidad y residentes en Rosas). El aforo es de doscientos visitantes simultáneamente, que dispondrán de una guía multimedia por internet. Se calcula que la visita media será de dos horas y media, aunque no hay límite de estancia. Ya les adelanto que a mí se me hace muy cortos esos 150 minutos. Hay mucho que ver. Y un dato interesante: el museo cuenta con un parking, pero con un precio disuasorio (19,50 euros tres horas) y previa reserva. Se trata de evitar el tráfico por el Parque, por ello se invita a los visitantes a aparcar en Rosas (ya hay un espacio reservado para ello) y subir en un transfer gratuito que se reserva con la entrada. Y ojo, no habrá nada para comer. Agua y café en la tienda, nada más. Dice Ferrán que si se comiera sería un restaurante y no lo es. “Aquí se viene a comer conocimiento”.
Para ElBulli 1846 se ha aumentado un veinte por ciento la superficie útil con respecto a lo que era el restaurante. En total son cerca de 4.000 metros cuadrados, 2.700 exteriores y 1.300 interiores. El recorrido empieza por la parte exterior (no hay muchas exposiciones permanentes al aire libre) con la pregunta ¿qué es cocinar? Y hace un recorrido por la historia de la cocina desde el paleolítico para seguir con una lograda panorámica del proceso creativo y de innovación de El Bulli, aplicable a cualquier empresa. Antes de entrar en el edificio, un homenaje a los “bullinianos”, aquellos que trabajaron en el restaurante con Ferrán, en cocina o en sala. Todo muy interesante, pero para los que hemos tenido la suerte de visitar El Bulli muchas veces lo emocionante empieza cuando se entra en la casa, que se ha dejado exactamente como era. Hacerlo además junto a Ferrán Adriá tiene aún más valor sentimental. Cuenta el de Hospitalet que en esta nueva etapa hay dos visitas posibles: “La del que ya estuvo en el comedor de El Bulli y que se va a emocionar con esta visita porque le van a venir recuerdos y la de la gente que no estuvo nunca, quienes van a poderlo vivirlo de otra manera”.
La visita a la casa, a la que se entra bajo un gran cartel con el conocido lema “Crear es no copiar”, me trae esos recuerdos y esas emociones. La terraza sobre Cala Montjoi donde hice mi primera comida (en aquel entonces Ferrán era Fernando y abrían al mediodía y con carta) y donde he tomado tantos aperitivos y tantos gin tonics de sobremesa en animada tertulia con Ferrán y con Juli (al que se rinde un entrañable homenaje); el comedor, donde vivíamos el contraste entre una decoración de los 70 con la comida más vanguardista del mundo y que conserva todos los elementos originales, desde manteles a vajillas y cristalerías, con platos reproducidos y copas con vino, como si los clientes se hubieran levantado de pronto dejando las mesas vacías; y por último la cocina, donde Adriá recibía a los clientes, ahora más reducida para dejar espacio a una muestra de 28 platos icónicos de El Bulli perfectamente reproducidos con técnicas japonesas. Le pregunto a Ferrán por su favorito y me habla de la menestra de verduras en texturas, que supuso un antes y un después. En otra vitrina, el primer sifón, que ahora parece prehistórico, o un biberón, tan habitual ahora en las cocinas y que Ferrán introdujo en España.
Hay mucho más. Libros, entre ellos “Sabor Mediterráneo”, que fue el comienzo de todo, portadas de revistas del mundo entero, el momento mágico de Documenta, los instrumentos utilizados a lo largo del tiempo, muchos de ellos innovadores en su momento, los nuevos productos que se incorporaron en aquellos años, la pasión por Japón… Todo un mundo. Parece mentira que un solo restaurante haya podido generar tanto. Y que alguien tuviera cabeza para guardarlo todo y clasificarlo, materiales, recetas, ideas. El Bulli 1846 es el primer restaurante del mundo convertido en museo. En un museo lleno de interés para cualquiera que ame la gastronomía, independientemente de si fue uno de los afortunados que comieron allí. Es un completo recorrido por la historia de una revolución gastronómica que ha marcado la cocina moderna. Una forma de entender por qué El Bulli fue El Bulli y el enorme trabajo que allí se hizo. Una vez más Adriá ha querido compartir con todo el mundo sus conocimientos y sus experiencias. ¿Cuántos restaurantes en el mundo podrían crear este museo?
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