Por motivos de espacio, no pudo publicarse ayer mi habitual artículo de los sábados en la edición impresa de ABC. Como creo que es interesante el tema, lo cuelgo aquí para que no se pierda.
“Una vez más la hostelería se convierte en el chivo expiatorio. Por si los meses de obligado cierre durante el confinamiento no hubieran sido suficientes, las nuevas medidas aprobadas por el Gobierno central con el estado de alarma impuesto a Madrid vienen a suponer la puntilla para un sector que genera decenas de miles de empleos directos y otros tantos indirectos. Como ha publicado ABC, el pasado fin de semana, cuando entró en vigor el cierre de la capital y otras importantes localidades de la Comunidad, las reservas para comer o cenar se desplomaron un setenta por ciento. Sólo en la capital se cancelaron 75.000 cenas, con un impacto que se estima en unos ocho millones de euros. Cifras tremendas para unos negocios (¿negocios?) que apenas empezaban a recuperarse tras unos meses desastrosos. No es de extrañar por tanto el rosario de cierres que se ha ido anunciando en estos últimos días, incluido el del único restaurante madrileño con tres estrellas Michelin.
Nuevas reducciones de aforo, también en las terrazas, cierre de las barras y, por encima de todo, la obligación de cerrar por completo a las once de la noche, admitiendo al último cliente a las diez. ¿Por qué a las once? ¿A partir de esa hora el virus se vuelve más peligroso? ¿No podría haberse fijado al menos la medianoche para el cierre? Tan solo una hora que sin embargo supondría un importante alivio. Para un español, ir a cenar a las ocho es algo impensable. Hora de merienda-cena. Los biempensantes habituales nos dicen que así nos adaptaremos al horario europeo. Pero tal vez habría que empezar por adaptar los horarios laborales y los hábitos de los ciudadanos. Mientras estos no cambien, la cosa estará complicada.
Somos gente de tertulia y sobremesa. Que a las once menos cuarto suene la campana para que nos levantemos, sin tiempo siquiera para el postre, va a provocar que nos quedemos en casa. La mayoría de bares y restaurantes han adoptado las medidas de prevención más rigurosas. Y sin embargo se les sigue señalando. Toda crisis necesita un responsable al que colgar el sambenito. Y nuestros políticos ya han dictado sentencia: la hostelería es culpable”.
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