Se han cumplido cien años de la apertura allá por el uno 1 de abril de 1919 de una escuela en Alemania. La Bauhaus. Sinónimo de artesanía, funcionalismo, diseño, modernidad. Creó un antes y un después en el movimiento de vanguardia de principios del siglo XX hasta que llegaron los nazis y la cerraron, saliendo así la mayoría de sus profesores a otros países para seguir compartiendo sus teorías.
Pero no todos han sido escritos de alabanzas y grandezas, también la parte crítica ha hecho que miremos con más detenimiento a una Escuela, que eso sí, aportó al mundo del arte, del diseño y de la arquitectura grande nombres históricos.
Tom Wolfe (1931-2018) escribió dos libros que levantaron en su día una gran polvareda y que se leen como un todo: La palabra pintada y ¿Quién teme al Bauhaus feroz? (Anagrama) En los que nos lleva de la mano por el mundo del arte en el primero y de lo que llegó a influenciar la Bauhaus en el segundo.
En el prólogo de Oscar Tusquets, lo califica de un «escritor de altura, de gran colmillo metafórico, descriptivo, tenaz y de gran cultura que desarrolla un irreverente pero lúcido recorrido a lo largo de una parte de la historia de la pintura, la arquitectura y el diseño de vanguardia a lo largo del siglo XX». Comienza explicando cómo el Movimiento Moderno arrancó, para la pintura, en París, alrededor de 1900, con el rechazo de la naturaleza literaria del arte académico y, para la arquitectura, un poco más tarde, en Viena, con la Secesión. A partir de estos inicios, ambos libros narran de forma irónica y apasionada y rigurosamente documentada, el devenir de las vanguardias y de sus protagonistas, centrándose Wolfe en los teóricos, en los pensadores, en los vendedores de ideas y manifiestos programáticos.
Gracias a Wolfe, y a su inigualable descripción de la realidad social y artística, estas dos obras son ingeniosas e implacables de un escritor políticamente incorrecto y sin pelos en la lengua, que nos acerca a un punto de vista del arte desde «la anécdota y el conocimiento» complejo colonial de América por Europa, «la Bauhaus a través del tufillo de ajo en el aliento de sus miembros , o a Jackson Pollock, borracho y desnudo en una fiesta de Peggy Guggenheim. El valor revelador de la anécdota».
«Durante todos estos años he creído que en arte, más que en cualquier otra cosa, ver es creer. Bien, ¡cuanta miopía! Ahora, por fin, el 28 de abril de 1974, ya podía ver. De golpe he recuperado toda mi visión. Nada de ‘ver es creer’, tonto de mí: ‘creer es ver’, porque el Arte Moderno se ha vuelto completamente literario: las pinturas y otras obras sólo existen para ilustrar el texto». Escribe Wolfe. En la búsqueda del entendimiento de un nuevo arte, «naturalmente, el chic de Lo Moderno ponía especial énfasis en la teoría. Cada nuevo movimiento, cada nuevo ismo del Arte Moderno, declaraba gozar de una nueva forma de visión que el resto del mundo (léase la burguesía) no podía comprender. ¡Nosotros comprendemos!, decían los enterados, y en el acto se escindían del rebaño».
La Teoría del Arte, con anterioridad, se hablaba de ella como algo cultural, pero en el momento de las nuevas teorías se convierte en algo imprescindible. «Dar con la fórmula es comprender». Aunque algunos, como los dadaístas no estaban de acuerdo, «cualquier obra de arte que pueda ser entendida es la obra de un periodista», decía el Manifiesto Dadá de Tristan Tzara. «¿Teorías? Eran más que teorías, eran edificios mentales. No, más que verdaderos edificios mentales detrás de los ojos…, eran castillos en el aire…, papiros en las pirámides, algo frágil…, comparable en su fantástico refinamiento a la escolástica medieval», afirma Wolfe.
¿Pero qué significaba el mundo del arte para Wolfe? En esa pluma descarnada e irónica nos da una visión particular de un mundo cargado de fetichismos sobre las obras en las que el Arte «es una aldea; una parte de esa aldea, le monde (los enterados), siempre está pendiente de la otra, la bohemia, atenta a la nueva ola que pueda surgir, está aleccionada para creer en ella; la bohemia consta de cenáculos, escuelas, grupos, círculos y camarillas. Por lo tanto, si un cenáculo alcanza a dominar al resto de la bohemia, sus puntos de vista serán los que dominen la totalidad de la aldea (o sea, ‘el mundo del arte’).
En cuanto a esos artistas que pertenecían a las diferentes aldeas, Wolfe reflexiona si esas teorías o la gran Teoría no se estaban volviendo básicas. «Me pregunto si los propios teóricos eran conscientes de ello. Ambos, artistas y teóricos hablaban como si su intención fuese crear un arte totalmente inmediato, lúcido, despojado por completo del temible lastre de la historia, un arte completamente revelado, honesto, tan honesto como la integral falta de relieve del plano del cuadro. ‘La estética es para el artista lo que la ornitología para los pájaros’, dijo Barnett Newman.
«Todo arte profundamente original parece feo al principio», dijo Greenberg, «Pués… ¡sí! ¡Eso… es cierto! En una época de vanguardismo, en la que cualquier súbdito de Culturburgo podía recordar algún ismo que no había podido atrapar de entrada, la frase de Greenberg pareció una visión pivotal del Modernismo. Para los coleccionistas, encargados de museo y marchantes, toda nueva obra que pareciera genuinamente fea pasó a tener un extraño atractivo.
En su repaso sobre el Expresionismo Abstracto, Wolfe lo califica como «una ballena varada desde el punto de vista comercial», porque según él es que los «coleccionistas, a pesar de su ferviente deseo de hacer bien las cosas, nunca llegaron a sentir el menor gusto» por este movimiento artístico. «Una vez, oí decir a Robert Scull: ‘El Expresionismo Abstracto fue un pequeño club en la calle Décima. Nunca hubo en él más de cien personas’». «Si el arte Moderno inicial fue una digresión sobre el realismo académico, el Expresionismo Abstracto fue una digresión sobre el Arte Moderno inicial y el Pop Art una digresión sobre el Expresionismo Abstracto, ¿no había en todo eso algo asfixiante, tribal, congénito? De ninguna manera, dijo Steinberg al formular uno de los grandes axiomas de la época: ‘Entre otras cosas, todo gran arte trata del arte’».
A medida que avanzan las teorías, surgen nuevos movimientos propiciados por esos teóricos que nombra Wolfe, como Steinberg, que «podía atacar el Expresionismo Abstracto precisamente porque daba a entender que había encontrado algo más nuevo y mejor (…) Aceptaba todos los principios fundamentales que éste (Greenberg, tal como estableció sobre sus premisas del Arte). El realismo el tridimensionalismo quedaban vetados. La falta de relieve era todavía un dios. Steinberg, simplemente añadía: ‘He encontrado un mundo nuevo más plano’.» Y así es cómo llego el Pop Art: «Una orden nueva, pero la misma Santa Madre Iglesia».
Después de quedarse a gusto con la idealización del Arte Moderno, Wolfe se expresa en términos de la Bauhaus a través de lo que él denomina «las camarillas de los artistas» que fueron las que originaron un tipo de vanguardismo que ocupó gran parte de la historia del siglo XX. Las «camarillas -fueran cubistas, fauvistas, futuristas o secesionistas- tenían una natural tendencia a lo esotérico, a elaborar teorías y formas que confundiesen a la burguesía. El ingenio más perfecto, pronto descubierto por ellas, era pintar, componer, dibujar en clave. Los genios típicos del primer Cubismo, como Braque y Picasso, no creen en nuevas formas de ver, sino que utilizan claves visuales de las teorías esotéricas de la camarilla correspondiente».
La creatividad como acceso directo a la espiritualidad material de las obras de arte. De aquí una nueva forma de expresión de teorías a través de un documento, llamado el manifiesto artístico. En el mundo del arte no hay manifiestos anteriores al siglo XX y el desarrollo de las llamadas camarillas. Los futuristas italianos lanzaron el primer manifiesto en 1909. Después de esto ya no hubo freno para los distintos movimientos venideros. «Un manifiesto no era ni más ni menos que el Decálogo de una camarilla: hemos estado en lo alto de la montaña y traemos la Palabra y por tanto afirmamos que…»
«Puesto que la divinidad de l arte residía ahora en el seno de las camarillas y en ninguna otra parte, nada impedía que un hombre de inspiración y genio se forjara un prestigio sin salir siquiera de su recinto conventual. Así desembocó en otro fenómeno sin precedentes: el arquitecto célebre que construía poco o nada (…) Le Corbusier pertenecía a este tipo de intelectual de racionalidad implacable». Wolfe lo llama Don Purismo. «Enseñó a todo el mundo cómo ser un arquitecto célebre sin construir una sola casa. Construyó una Ciudad Radiante dentro de su cabeza». «En vez de masas dígase burgués y ese es tener el espíritu del vanguardismo del siglo XX».
En Europa, Gropius, Mies van ser Rohe, Le Corbusier y Oud -los cuatros grandes funcionalistas europeos- creaban arquitectura. En los Estados Unidos, incluso los arquitectos que creían ser modernos y funcionales no hacían más que edificios. Oh, estaba, naturalmente Frank Lloyd Wright... terminando diciendo que era semimoderno. Lo que era tanto como decir que estaba acabado y que se le podía olvidar, según decían Hitchcock y Johnson.
En 1937, otras estrellas del fabuloso mundo Bauhaus llegaron aproximadamente a la vez a los Estados Unidos: Breuer, Albers, Moholy-Nagy, Bayer y Rohe, que había dirigido la Bauhaus en 1930, llegaron sin patria a una tierra llena de oportunidades y muy propensa a las camarillas. «La forma en que vivían los norteamericanos hacía que el resto del mundo les mirase siempre con envidia o con malestar, pero siempre con temor respetuoso. En pocas palabras, ha sido este el período norteamericano de los machos, de los chicharrones entusiastas, del desmadre y del despelotarse. ¿Y qué arquitectura han tenido los Estados Unidos en correspondencia con esto? Una arquitectura cuyo dogma ha prohibido toda manifestación de exuberancia, fuerza, imperio, grandeza, incluso optimismo y de ludismo, por considerarse el no va más del mal gusto».
En definitiva, esta obra de Wolfe es esencial en el estudio y la crítica de un Arte Moderno y todo lo que conllevó e influenció en el devenir de principios del siglo XX. Un clásico de la ensayística que no debe quedar en el olvido, ya que es muy recomendable para todo amante del arte, la arquitectura y el diseño.
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