Ángel González Abad el 11 oct, 2017 Cayetano echó mano de su ADN, con la casta y la raza de su padre, con el empaque de su abuelo. Paquirri y Antonio Ordóñez, y valor para dejarse matar antes de irse a la enfermería con el muslo partido en dos por las astas de “Manzanito”, un toraco de Juan Pedro Domecq de casi seiscientos kilos al que estaba cuajando una encorajinada faena de muleta. El toro, pronto, se tiró como un obús hacia la femoral de Cayetano. Lo cazó certero. La cogida fue espeluznante, muy fea. El torero ensangrentado, la cara teñida de sangre de toro, el traje de luces mancillado por la sangre del torero, que manaba de la herida en la parte superior del muslo izquierdo. Era imposible seguir en el ruedo, pero la casta y la raza le salió de dentro a Cayetano. En cuanto consiguió zafarse de las cuadrillas que querían llevárselo a la enfermería, montó la espada y se tiró a suerte o verdad. Hasta la bola, y antes de que el toro cayera, el torero se desplomó para ponerse en manos de los médicos. Las dos orejas pedidas con locura. A hombros se lo llevarón, a hombros por la puerta de la enfermería. Toros Comentarios Ángel González Abad el 11 oct, 2017