Carmen de Carlos el 25 ago, 2015 El fraude electoral no se hace necesariamente el día que se abren las urnas. El proceso de corrupción empieza antes, se consolida durante y se concreta después de contar los votos. El caso de Tucumán, provincia del noroeste argentino, podría ser un buen ejemplo. En esta provincia argentina existe un fenómeno que se llama “acople” y que consiste en lo siguiente. Un número, sin límite, de partidos puede presentarse a las elecciones y endosar sus votos a gobernador. De tal modo que a la hora del recuento aquellos “vagones” de boletas o papeletas que rodaban por carriles de distintos partidos, se acoplan en una misma vía por detrás de la locomotora que es el candidato más fuerte, el ganador que recibe todo el caudal de sufragios. Así ganó el gobernador en ejercicio, José Alperovich en su última reelección donde obtuvo el 82 por ciento de los votos tras sumarse los de unos 40 partidos. El invento tiene otras versiones en diferentes zonas argentinas que se conoce como “colectoras” y que, en síntesis, viene a ser lo mismo. Otro modo de hacer trampas, o algo muy parecido, es comprar a los votantes con fondos, artículos, ofertas de trabajo o cualquier otra cosa tentadora para el votante. Eso es lo que hicieron Máximo Kirchner, el hijo de la presidenta y su tía Alicia Kirchner, en Santa Cruz en las elecciones de agosto. Lavadoras, colchones (sí, colchones) o calentadores formaron parte de esa lista de productos básicos que, con el dinero ajeno, el de las arcas públicas, repartieron tía (también Ministra de Desarrollo Social) y sobrino, por la patagónica provincia de Santa Cruz (unos trescientos mil habitantes). Un sistema que requiere más constancia es el de la entrega de planes o subsidios sociales que entregan los llamados punteros o a los piqueteros. Si se portan bien, esos beneficios del Estado los reciben todo el año sino se quedan sin nada. Parece disparatado que no sea el Estado el que se encargue de adjudicarlos pero así son las cosas. Este sistema funciona hasta extremos insólitos y cuando alguien lo intenta sortear se puede jugar la vida. Aún está reciente el cuerpo de Ariel Velázquez, el joven radical (pese a lo que diga la Presidenta) víctima en vida de la agrupación Tupac Amaru, un ejército paralelo que comanda la indígena Milagros Sala, en Jujuy, fronteriza con Bolivia. Murió de un tiro por la espalda. Superada la etapa del clientelismo se puede pasar a otra más burda. La de llevar las urnas llenas con anterioridad y dar el cambiazo. Es rara la elección en la que no aparecen arrojadas en un arroyo o un descampado. Dicho esto, lo más frecuente es que los “punteros”, cabecillas que coordinan los barrios y administran subsidios del estado que les entrega el Gobierno, organicen sus turnos de votación en los colegios electorales con precisión suiza. El objetivo es entrar con las alforjas vacías al “cuarto oscuro” y salir con ellas llenas de papeletas de la oposición. El último paso consiste en modificar el “telegrama” donde debe figurar el recuento parcial y poner en su lugar el número que convenga. En fin, todas estas cosas forman parte de un proceso electoral corrupto al que los argentinos, para su infortunio, están acostumbrados. Y si no, observen el comentario de Anibal Fernández, jefe de Gabinete y candidato a la Gobernación de Buenos Aires, al día siguiente de la votación en Tucumán, cuando todos los abusos se conocían: “Tenemos un balance normal de cualquier provincia argentina que tiene que llevar a cabo sus elecciones provinciales”. Pues eso, normal. Política Comentarios Carmen de Carlos el 25 ago, 2015