Los secretos no existen pero están. La voz se traduce en letras que son palabras y estás escriben el mundo finito de una mujer herida. Dentro, en el discurso, encontramos una cronología de hechos expuestos bajo la razón de una terapia ordenada. El repaso sin barreras de un amor destructivo, la anulación de la persona, la entrega de la dignidad y, en un descuido, hasta de la sangre, salpican una página tras otra de un libro que la autora dice que es una carta.También, que no es novela ni thriller pero miente y se corrige después. “Los daños materiales” es suspense, es relato completo, principio, desarrollo y fin aunque en distintas secuencias. Es todo eso y más. Como Matilde Sánchez anticipa en el arranque, es lo que queramos que sea. Pues bien, para redondear su receta literaria añade otros ingredientes: dolor,deseo, pasión, abuso, sumisión, defensa, venganza y sexo duro.
La protagonista, en apariencia la autora, se confunde entre ficción y realidad, _¿será ella, es otra?. Víctima y verdugo la mujer sienta en el banquillo a un demonio de hombre que sueña que es dios y lo ejecuta. Lo hace como puede: perdonándole la vida. La venganza no es contar quién es quién, la revancha es… publicarlo, dejarle al descubierto, con el culo al aire. Desde el principio el lector se hace rehén del relato. Se deja llevar, primero, por la curiosidad. Después quedará atrapado en el curso de una pluma llena de tristeza que sobrevive con el sudor de tinta a las cornadas de la bestia.
“Los daños materiales”, -justificará el título-, va más allá del amor y su poder de muerte. Es el viaje de ida vuelta entre el cielo que no llega y el infierno de la tierra. Es un trago amargo, fácil de leer y difícil de digerir. Como la vida misma, la he visto y me acuerdo.