Carmen de Carlos el 27 ene, 2014 La economía argentina está dolarizada. No es oficial pero sí una realidad. Cualquier ciudadano de a pie lo sabe. El Gobierno, éste y los anteriores de las últimas décadas, también lo saben. El argentino ahorra en dólares, compra o alquila las casa y pisos en dólares y estima sus salarios en dólares. Lo mismo sucede con los valores de venta de buena parte de los productos o artículos. Dicho de otro modo, el argentino no cree en su moneda, el peso. Una década larga de Gobierno kirchnerista, con la alternancia en el poder del difunto ex presidente Néstor Kirchner y su esposa, Cristina Fernández, no ha servido para que los ciudadanos recuperen la confianza en su moneda. Por el contrario, vista la actividad y ascenso del mercado negro, paralelo o “blue”, como se lo quiera llamar, se puede decir que consideran el peso casi, casi, papel mojado aunque obligado para poder realizar las compras domésticas cotidianas. En este contexto, la devaluación ha sido un proceso sostenido que estalló la semana pasada, cuando el Gobierno tiró la toalla de la intervención, para sostener la divisa oficial, bajo mínimos hasta entonces, y se resignó a dejarla en un precio que, de momento, la coloca en torno a los ocho pesos por dólar. El anuncio de la liberación del “cepo”, la prohibición de comprar libremente divisas en el mercado oficial, fue visto lo visto, una verdad a medias. Hoy no todos los argentinos pueden ponerse en la cola a adquirir divisas. Necesitan estar en blanco (más del 30 por ciento no cumple con ese requisito), ganar el doble del sueldo mínimo, tener el dinero en los bancos y no en efectivo y entonces, podrían ceder el 20 por ciento de su salario para esta operación. Esas divisas las deberá colocar en un plazo fijo o pagar un impuesto en su defecto. Como máximo, aunque ganen cuatro veces del exigido y les de permiso la Afip (Administración Federación Nacional de Ingresos Públicos), que tiene la última palabra, podrán comprar dos mil dólares por mes. El discurso oficial niega que la “devaluación” se traduzca en más inflación (28 por ciento) pero los comercios retiraron o remarcaron sus mercancías. Tanto las de producción nacional como las escasísimas importadas que no quedan frenadas en la Aduana, también por restricciones de la Administración “K”. La realidad del país dista mucho de la que intenta trasmitir el Ejecutivo, un poder que se debilita contra reloj, igual que su presidenta, víctima del cepo de sí misma. Quizás la visita de Cristina Fernández a Cuba y sus charlas con Fidel Castro supongan una bocanada de entusiasmo para la viuda de Kirchner. Quizás tenga suerte y, al menos, le suban el ánimo porque el resto y la economía están en otro lugar, más cerca de la tierra. Política Tags castrocristina kirchnerdevaluacióndólarpeso Comentarios Carmen de Carlos el 27 ene, 2014