En algún momento de la historia reciente miles de argentinos creyeron que el paÃs era suyo y tenÃan derecho a ponerlo patas arriba. Aquel dÃa empezó la costumbre de cortar las calles, arrancar las baldosas de las aceras, lanzar piedras a la policÃa o sacudir a los de las cacerolas que se quejaban, con ese ruido insistente, en contra de los Gobiernos Kirchneristas. Los vándalos no tenÃan que ir muy lejos para aprender esos modos. El ex presidente Néstor Kirchner los celebraba y jaleaba, incluso contra Uruguay cuando el paÃs vecino se quedó con el proyecto de fábricas de celulosa que Argentina, según Mario Benedetti, perdió por exigir una “cometa” (soborno) demasiado alta.
Los estudiantes también entendieron en la década pasada que tenÃan derecho a ocupar las escuelas y universidades. Su ley se imponÃa sin considerar por un instante que los edificios donde se supone que deberÃan ilustrarse eran de todos y no suyos. Es decir, públicos. Tratar de razonar sobre esto resulta, hasta el dÃa de hoy, un desafÃo donde lo más probable es que pierdas la batalla dialéctica por agotamiento y cerrazón de la otra parte.
La semana pasada el Congreso de los Diputados intentó sacar adelante, o meter la tijera, según se mire, una reforma de jubilaciones y pensiones que abarcaba determinados subsidios sociales y hasta imponÃa tributar por las indemnizaciones por despido. El proyecto de ley habÃa tenido media sanción en el Senado y el Gobierno creÃa que se habÃa asegurado los votos en la Cámara Baja. La propuesta (mala) no pudo debatirse por el clima de violencia que habÃa dentro y fuera del palacio legislativo.
Los diputados del Frente para la Victoria que fundó Kirchner, con otros de ultraizquierda como Libres del Sur y peronistas alineados con Sergio Massa convirtieron el hemiciclo en un circo que bordeó lo dramático. Gritos, empujones, insultos y hasta amago de quitarle al presidente de la Cámara, Emilio Monzó, el micrófono dibujaron un cuadro esperpéntico. En simultáneo, en el exterior, periodistas recibÃan impactos de bala de goma de la PolicÃa y agresiones de una jauria humana empeñada en asaltar el Congreso con el guiño de legisladores de la oposición.
La sesión se aplazó hasta el lunes y entonces, el surrealismo se hizo noticia eterna. Una juez ordenó que las fuerzas de seguridad fueran desarmadas, que no hubieran agentes de paisano, que todos llevaran su nombre a la vista y que arrojaran botes de humo y balas de goma en último extremo. Le faltó añadir que pusieran el pecho cuando la turba, como sucedió, apuntara con sus tirachinas y canicas o con las piedras que cargaban en sus mochilas o con los fusiles o morteros de fabricación casera (carcelaria) como el que usaba un ex candidato con camiseta roja.
El gentÃo llegó y tomo por más de 8 horas la plaza de los dos Congreso. Martillos de obras en mano levantó las baldosas que utilizarÃan después como proyectiles junto con piedras o carbones ardiendo de fogatas. Algunas de estas le llovieron al periodista Julio Bazán que tuvo que salir a la carrera entre patadas por la espalda y huir en el metro.
Medio centenar de personas quedó detenida y más de 80 agentes de policÃas resultaron heridos. Antes de la medianoche en barrios de Buenos Aires y en la quinta de Olivos, residencia presidencial,volvieron a sonar las cacerolas. Unas para censurar a los violentos y otras para pedir, como estos, que se vaya Macri.
El dÃa de furia recordó, como el de la semana anterior, a aquel diciembre negro del 2001 que terminó tumbando a un atribulado Fernando de la Rúa, pero hay que repetir, para los que dudan, que Mauricio Macri está hecho de otra pasta que, pese a las limitaciones y tropiezos, la economÃa de Argentina crece, que la gente, con todas las estrecheces que pasa y la inflación con la que convive, lo volvió a votar hace un mes. Y, más importante aún, que el peronismo auténtico, muy a pesar del kirchnerismo. no quiere que ese episodio de la historia se repita.
El año venÃa tranquilo pero hay que pasar diciembre, un mes caliente en Buenos Aires donde las miserias y los miserables, se tientan con la revolución de los golpistas fracasados. Dicho esto, sà meterle la tijera a los jubilados, por poco que sea, es una injusticia.
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