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Blogs El talón de América por Carmen de Carlos

Cristina Kirchner, “la loca”, quiere gobernar

Carmen de Carlosel

Cuenta la propia Cristina que el día que Kirchner, tal y como se refiere a su marido, le dijo que se presentaba a las elecciones a Presidente ella le atajo: Vos sos loco. Incrédula de las posibilidades de su cónyuge le han bastado cuatro años para comprender que, ahora, la loca es ella.
Descartado su triunfo en octubre, salvo cataclismo imprevisto, Cristina, que está cuerda, lleva una legislatura preparándose para gobernar. Con mando en plaza en su casa y en el Senado, donde brilla por su ausencia, personalmente, le estoy agradecida aunque me debe una.
En la primera vuelta de las elecciones del 2003, Néstor Carlos Kirchner lograba unas décimas por encima del 22 por ciento y Carlos Saúl Ménem, otra pizca más allá del 24 por ciento. En plena efervescencia el rumor de que Méndez, -apodo al que recurren los argentinos para evitar tentar la mala suerte-, se retiraba del ballotage, se me ocurrió una idea para lograr la entrevista “imposible” con Kirchner (Néstor).
Sabía por un amigo que el matrimonio vivía en una calle de la Recoleta, equivalente al barrio de Salamanca. Recurrí a la guía de teléfonos y enfilé derecha. Mi amigo, el periodista brasileño Ariel Palacios, me había dicho que en la esquina de su casa había un bar. Allí me aposté con él. Sin luz en la vivienda y sin respuesta en su teléfono, esperamos casi tres horas. Café tras café ya dábamos por pérdidas nuestras esperanzas de verlos.
Imperiosa la orden de la vejiga le dije a Ariel que no quitara la vista del portal mientras yo bajaba al cuarto de baño. Sentada en el trono público, un grito desesperado interrumpió el goteo, del que no hace falta dar más explicaciones: ¡Carmen, ápurate que ya están!. Salí a la carrera mientras me subía la cremallera del pantalón. Con mi mejor zancada llegué al portal de la casa mientras me terminaba de abrochar el botón. Néstor, Cristina y Alberto Fernández, actual jefe de Gabinete, escuchaban desconcertados a mi amigo. Al verme, el todavía candidato, saludó: Hola, querida. Como casi todos los políticos, en las distancias cortas, el presidente es agradable.
Comencé a hablar sin parar. Pedí excusas por el asalto en la vía pública y le rogué que nos diera la entrevista. Mudo de la sorpresa, buscó con la mirada la aprobación de su mujer. Cristina dijo sí y nos invitó a subir al piso. Ella, Ariel y yo pasamos primero en el ascensor. Típica escena en la que uno no sabe qué hacer, mi amigo no tuvo mejor ocurrencia que comentar: Pensé que usted era más alta. ¡Tierra trágame! En ese momento lo hubiera estrangulado. Comenté algo así como, pues anda, guapo, que empezamos bien. Ella no dijo nada. Sólo parpadeó con unas pestañas que, por entonces, cargaba de rímel. Me gusta pintarme como una puerta, confesaría más tarde.
Hicimos la entrevista mientras Cristina se arreglaba porque se iban a cenar a casa de Daniel Scioli, el candidato a vicepresidente de Kirchner. Cuando terminamos, de esto doy fe, Ariel les sugirió la idea de recurrir a la figura del pingüino como gancho publicitario. Hasta entonces, no lo habían hecho. Aproveché el momento para pedirle a ella otra entrevista que tampoco había logrado_. Recuerdo que lo hice en tono muy respetuoso y utilice la expresión, si usted no tiene inconveniente. Le debió de parecer demasiado formal y, en un arrebato de humor, que dicen que no suele tener muchos, aceptó y repitió burlona: No tengo inconveniente.
Las gestiones en los días posteriores con el secretario al que me había remitido no tuvieron éxito. Por más que yo esgrimía la fuerza de la palabra, -la de ella-, recordaba me lo prometió y usaba expresiones de ese tipo que rezas para que convenzan, hete aquí que sigo sin su entrevista.
La de Néstor la única concedida a un medio español- fue un éxito. Avisó de lo que se les venía a las empresas de servicios públicos privatizadas y prometió que no habría reelección, opción que consideró buena para las provincias pero no para un país. Por eso, como decía, le estoy agradecida a Cristina pero, insisto, me sigue debiendo una. (Por cierto, con las prisas, Ariel y yo no pagamos la factura de cafés, agua y demás bollería. Un alma caritativa lo hizo por nosotros)

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