Bolivia es un polvorín donde a medida que pasan los días se almacena más dinamita. La política de Evo Morales de echar más leña al fuego de un proyecto de Constitución imposible, le puede estallar en la cara en cualquier momento. Los últimos focos de incendios registrados en Chuquisaca que, en definitiva, no es otra cosa que Sucre, la capital constitucional del país, son propios de un realismo mágico endemoniado.
Frente a la avalancha de protestas, manifestaciones y asaltos populares, el Gobierno decidió retirar la totalidad de los efectivos de Seguridad el pasado domingo. Desde entonces, ni un solo agente de Policía patrulla las calles de la ciudad que alberga la sede del Poder Judicial y la presunta Asamblea Constituyente. La población se pregunta dónde están las autoridades locales y advierte en las estatales el rostro del enemigo que se solaza en La Paz mientras deja que estalle algo que comienza a parecerse a una guerra.
A los desmanes tradicionales de una ciudad sin ley, se suma un escenario insólito: la fuga de presos de una prisión que, visto lo visto en libertad, decidieron, por seguridad, regresar a sus celdas. Con tres muertos en otros tantos días, ciudadanos corrientes en motocicletas se ocupan de mantener el orden en Sucre. En otros puntos del país los ponchos rojos, guardia indígena pretoriana de Evo Morales, le cubren las espaldas salpicadas de sangre- al presidente. En Santa Cruz, el enclave más rico de Bolivia, los jóvenes camisas negras se arman para defender o luchar por una autonomía que huele a independencia.
Por la razón o con la fuerza de sus denuncias, seis de las nueve provincias de un país que dobla a España en tamaño, se han puesto en huelga. La Navidad se acerca y con ella la fecha límite de una nueva Carta Magna que, si se proclama, como hasta ahora, a golpe de bayoneta, deberá pasar el filtro de un referendum. ¿Llegará ese día?
Otros temas Carmen de Carlosel