Derrotada la candidatura de Madrid celebro la victoria de Río de Janeiro. Ni Chicago ni Tokio contaban con mi simpatía ni reunían, a mi modesto entender, las condiciones ideales para albergar los juegos olímpicos del 2.016.
Me alegro por Brasil, por Lula y, especialmente, por los más de seis millones de cariocas que a estas horas continúan de fiesta a ritmo de samba o de lo que les echen. También, y por interés propio, por mi amiga Marzia que tiene un piso en Ipanema. Estoy convencida de que, como a Roberto Carlos, le van a salir un millón de amigos.
Creo que Madrid hizo una presentación soberbia. Tenía todos los puntos a su favor. Objetivamente un único argumento le podía hacer trizas el sueño de casi toda España: Barcelona ya fue sede de las Olimpiadas y Sudamérica, con derecho propio, reclamaba su turno después de una espera eterna e injusta. Desde la distancia tengo la sensación de que esa razón ha sido la que, finalmente, ha inclinado la balanza a favor de esta orilla del Atlántico.
En estos momentos de tristeza personal nací, crecí, estudié, suspendí, aprobé, trabajé, soñé y viví en Madrid- lo único que me consuela es saber, como dijo Lula, que Brasil se lo merece. Ahora, tengo una duda: ¿Quién fue el españolito listo, miembro del Comité Olímpico, que declaró públicamente esta semana que Rio era la peor candidata? Mejor no recordarlo.