El sentido común y la coherencia no acompañan a nuestra actual clase política, excesivamente joven, preocupantemente prejuiciosa, tendente al sectarismo y orgullosa en grado máximo. Son como nuevos ricos, con la diferencia de que juegan con el patrimonio de todos. Sánchez no acaba de percatarse de que su resultado del mes pasado es muy corto. A veces, en la soledad del trabajo, tengo la impresión de que voy a contracorriente, de que soy el único periodista de España que advierte que Sánchez no tiene mayoría ni absoluta ni suficiente como para ponerse estupendo y gobernar solo. Al PSOE le espera una legislatura de martirio, de constantes cesiones a independentistas, golpistas, filoterroristas y nacionalistas de toda ralea, además de que habrá de apoyarse para todo en la muleta de la extrema izquierda. El próximo Ejecutivo estará instalado sobre un polvorín, siempre a punto de explotar a la menor contingencia. Lo curioso, e incoherente, es que Sánchez pide ahora lo que negó en dos legislaturas distintas a Rajoy: lealtad y sentido de Estado. Está claro que la victoria del 28-A fue raquítica.