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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Bagan, un impresionante cementerio de templos budistas

Francisco López-Seivaneel

He de admitir que este viaje lo realicé hace algún tiempo, cuando en Myanmar se respiraban aires democráticos y el poder militar descansaba en los cuarteles. Sin embargo, recuerdo perfectamente que el aeropuerto de Bagán era diminuto y estába repleto de turistas. Lo abandoné por una autopista flamante, florida y solitaria que me llevó hasta un hotel dominando el ancho río. El sol estaba cayendo y Zaw Zaw, mi guía, me apuraba para llegar a tiempo de contemplar el ocaso desde lo alto del templo de Mingalazedi, el último construido durante el período de esplendor y el que ofrece mejores vistas sobre toda la llanura.

Las agujas de los templos se recortan en el horizonte en la infinirta llanura de Bagan. Foto: FLS

Antes de entrar en el recinto sagrado hubo que descalzarse. No entendía por qué, ya que el suelo de las estrechas escaleras que conducían a las terrazas superiores estaba mucho más sucio que la suela de mis sandalias, pero no era cuestión de ponerse a discutir una costumbre milenaria. Mientras trepaba por la angosta y oscura escalinata cargado con el pesado equipo fotográfico, no pude evitar que mi pensamiento volara a los lejanos años de mi infancia, cuando subía todos los días a la torre del campanario románico de mi pueblo a fumar a escondidas. Por dos veces me golpeé la cabeza contra los ladrillos del techo antes de que mis ojos se inundaran con la luz roja del atardecer. La vista, con un sol naranja colgado en el horizonte y definitivamente remiso a desaparecer, me hizo olvidar los coscorrones y casi hasta las fotos. Pocas veces he presenciado un acontecimiento tan irreal, tan mágico, tan extraordinario y espectacular: una luz cálida y agonizante iluminando de modo casi irreal la más increíble concentración de templos que uno se pueda imaginar, recortando en negro, sobre un cielo índigo y naranja, aquellos que se interponían entre el sol y el objetivo de mis cámaras.

Un horizonte erizado de cúpulas budistas llenan de magia el atardecer. Foto FLS

A la mañana siguiente Zaw Zaw me despertó antes de que saliera el sol y cuando los primeros rayos comenzaban a calentar los ladrillos de los innumerables monumentos que erizaban el paisaje,  ya me conducía, dando tumbos en un desvencijado automóvil de los años sesenta, por solitarios caminos de labriegos que olían a polvo y a hierba seca. Se detuvo en un punto y me pidió que le siguiera ladera arriba, hasta coronar un otero. Arrastrando las cámaras seguí sus pasos hasta que la vista me dejó sin aliento. Desde lo alto, como un general dominando la batalla, me fue explicando la historia de cada estupa, monumentos sólidos, generalmente campaniformes, que encierran alguna reliquia de Buda (un pelo, un diente…) y de cada templo, éstos huecos, con espacios interiores que albergan estatuas de Buda, muros polícromos y, los más antiguos, incluso imágenes de Vishnu, mostrando la influencia hindú del budismo más temprano. En la antigüedad, muchos templos albergaban monasterios en sus recintos, pero éstos, construidos en madera, han ido desapareciendo. 

Los pastores de Bagan disfrutan cada atardecer de las vistas mas sublimes. Foto: FLS

Tras la magnífica lección magistral de la mañana, Zaw Zaw cargó mis cámaras a la espalda como si tal cosa e inició el descenso. A partir de aquí, comenzó a conducir laberínticamente, introduciéndome en los más recónditos secretos, llevándome a las ruinas más apartadas en una especie de itinerario iniciático que sólo se detenía cuando yo mostraba deseos de inmortalizar alguna escena. Mis cámaras son testigos de que recorrimos las entrañas del Bagán más olvidado, aquél por el que sólo transitan con absoluta indiferencia los labradores, camino de sus faenas. 

Cuando el sol ya achicharraba me condujo al pueblo de Nyaung U, apenas a cinco kilómetros del Viejo Bagán, como se denomina el recinto que fue ciudadela y que en otros tiempos albergaba el Palacio Real y los principales monumentos. Nyaung U es el más importante de los cuatro o cinco pequeños núcleos de población que se levantan en las proximidades del Bagán monumental. Nadie debe irse de Bagán sin recorrer su colorido mercado. Aunque sólo sea por contemplar a las monjas de cabeza rapada y túnicas rosadas que en impecable fila india recorren los puestos, acarreando los donativos que reciben en enormes platos que portan sobre sus cabezas. Los monjes budistas sólo pueden alimentarse de lo que se les da. Por esto cada mañana recorren plazas y mercados, casas y comercios, para obtener el alimento de la comunidad. O contemplar a ancianas desdentadas succionando con fruición gruesos puros hechos de tamarindo, tabaco y miel, mientras sostienen, a modo de ceniceros, cáscaras de coco para evitar que las enormes brasas que se desprenden puedan causar algún incendio. Basta observarlas para comprender que el puro que fuman con arrobo casi místico es la mayor fuente de felicidad que hay en sus vidas.

 

Las mujeres fuman en el mercado unos extraños puros de considerable tamaño que contrastan con la austeridad de los monjes. Foto: FLS

El mercado de Nyaung U encierra tal compendio de imágenes y enseñanzas que podría ponerse de ejemplo como la mejor metáfora para explicar el país. Cuando Marco Polo visitó la ciudad, en el año 1208, en el cenit de su esplendor, ya deescribió “una torre recubierta de una capa dorada de un dedo de espesor que parece oro macizo, y otra de plata. Cuando el sol las ilumina brillan como joyas y pueden verse desde una gran distancia”. Curiosamente, cualquier viajero de nuestros días podría describir lo mismo que Marco Polo. Desprovisto de todo valor religioso, Bagán no es en la actualidad más que un museo viviente, un conjunto monumental que conserva la historia de los siglos XI al XIII perfectamente encapsulada en la magia de sus ladrillos. Pero por encima de cualquier valor artístico o histórico, prevalece en el viajero el tremendo impacto emocional de lo nunca antes visto, esa explosión de belleza que un sol enamorado crea cada tarde al vestir los templos con sus mejores galas hasta que se lo traga el horizonte. Entonces es cuando aparece la luna…., pero esa es ya otra historia.

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