Hasta ahora la venía llamando Wroclaw (Vrotsuav), un vocablo de muy difícil pronunciación. A partir de hoy, siguiendo una sabia sugerencia de Juan Francisco Alonso, me referiré a ella como Breslavia, que viene a ser lo mismo, pero en castellano. Que me perdonen los puristas, pero creo que será mejor para todos.
En mi crónica anterior les hablaba de los innumerables puentes que cruzan esa bella ciudad polaca, que los alemanes tenían por suya y los soviéticos destrozaron, primero a cañonazos, y después con sus espantosos edificios ‘socialistas’. Bien, pues por ellos transitan a diario una serie de jóvenes españoles que tienen su lobera en un delicioso rincón aledaño a la Plaza de la Sal, contigua, a su vez, a la magnífica Plaza del Mercado, ésta si, perfectamente reconstruida, bellísima y llena de vida y color. Hay que adentrarse por un pasadizo de carruajes en una esquina de la Plaza de la Sal, hoy mercado de flores, para desembocar en ul. Szainochy, 5, un recoleto espacio interior, donde enseguida destaca la llamativa pintura contracultural de la Librería Española.
Allí no sólo se venden libros de autores españoles -en lengua vernácula y traducidos al polaco- y de autores polacos traducidos al español, sino que además, como es costumbre por aquellos pagos, cuenta con mesas para sentarse a leer, tomar un café, charlar, tocar el piano, cantar o jugar al mus…, en fin, un auténtico centro cultural hispano. Me alegró ver en las estanterías libros de viejos amigos, como Alberto Vázquez Figueroa o Javier Sierra, y eché en falta los de otros que me parece que también deberían estar, como alguna de las estupendas novelas histórico/mágicas de Álvaro Bermejo, por ejemplo. Por pura vanidad, lo confieso, me hubiera gustado ver asimismo algún título mío, pero esas cosas hay que merecerlas. En todo caso, me lo han prometido para el futuro, aunque mientras devoraban el almuerzo y con la mirada fija en el plato. O sea, que no me hago muchas ilusiones.
Siempre hay gente por allí, en perfecta simbiosis intercultural, aunque predominando en todo momento la lengua de Cervantes. No es de extrañar que ese rincón, empedrado y sin tráfico, que tanto evoca al sevillano Barrio de Santa Cruz, empiece a ser conocido por algunos como “Little Spain”. Hace apenas unas semanas, un gran evento multicultural tuvo la plazuela abarrotada escuchando cante hondo y otras manifestaciones artísticas con acento hispano hasta horas desacostumbradas por aquellos pagos.
Los fines de semana, al caer la tarde, enseguida empiezan a aparecer las birras, aquí llamadas pibos (piwo), suben los decibelios de las conversaciones y la placita se ve totalmente tomada por expatriados españoles (que no emigrantes, ya me entienden) y estudiantes de Filología Hispánica (mayormente estudiantas), en interminables veladas que se prolongan hasta muy entrada la madrugada. Allí ha encontrado su hábitat una curiosa fauna de hispanohablantes que trabajan en las finanzas, la enseñanza, el cante… Entre pibos y pibas, conocí una noche a un guitarrista autóctono, a quien han bautizado como ‘Polaco de Lucía’, y a su compadre Borja Soto, ‘El Niño Soto’, un gitano con planta, voz y mucho arte, que no se hace de rogar para arrancarse por bulerías y tiene revueltas a no pocas mozas eslavas. Borja vive muy a gusto en Breslavia, ya que considera que es “la Sevilla de Polonia” y además está profundamente enamorado de una ex jugadora de voleibol, aunque no supo explicarme muy bien cómo se entienden, ya que la chica no sabe ni papa de español y a Borja, el inglés como que no le entra. Y no digamos, el polaco: “Nos estamos esforzando, confiesa, pero de momento nos lo decimos todo con la mirada”. Ya.
El alma mater del invento de la cosa es la hispanista Ewa Malec, de quien todos ponderan su entrega, carisma y capacidades organizativas, aunque no siempre vayan acompañadas del deseable éxito empresarial. A mí, Ewa, que tuvo la amabilidad de pasearme por la ciudad, puente arriba y puente abajo, me ganó enseguida al asegurarme con rotundidad en un semáforo que hace las mejores tortillas de patata del mudo. Lamentablemente, no tuve ocasión de probarlas, pero he quedado en volver.
Y es que en Breslavia hay mucho que ver y que contar. Desde ya, auguro a esta ciudad un gran éxito en su capitalidad europea. Están volcados y tienen un programa original y muy creativo. ¡Qué gran oportunidad para acercarse a descubrir un sitio tan acogedor y entrañable, donde nadie se siente extraño! Se lo recomiendo vivamente.
Las fotos de F. López-Seivane que acompañan esta crónica están tomadas con una cámara Fujifilm X-E2
Uno de los cientos de esculturas enanas que caracterizan las calles de Breslavia/ F. López-SeivaneFoto de portada: “El niño Soto” y “Polaco de Lucía” en plena función de cante flamenco en Breslavia