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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

El mejor bar de Europa y otros secretos de Barcelona

Francisco López-Seivaneel

Que Barcelona es una gran ciudad no lo duda nadie, por muy anticatalanista que sea. Me dicen que desde las Olimpiadas del 92 es una de las más visitadas del mundo y no me extraña, aunque parece haber cambiado el foco de los turistas que la frecuentan en la actualidad. Ahora, además del modernismo, de Gaudí, de Picasso, de las Ramblas y de la playa, muchos buscan la nueva gastronomía que empezó poniendo de moda en el mundo Ferrán Adriá y que ha dado lugar a una eclosión de nuevos y originales locales que hacen las delicias de los foráneos. Mi amiga Carolina Carrasco, el alma de The Treasures, una empresa dedicada a mostrar a los turistas más exigentes los secretos mejor guardados de la escena barcelonesa, la define como la capital mundial de la gastronomía. Y se propuso convencerme.

La otra noche me llevó al Borne. Eligió el Bar Brutal, la antigua bodega Can Cisa, para mostrarme su extraordinaria selección de vinos ecológicos, aunque no pudo presentarme a sus dueños, Max y Stéfano, dos gemelos venecianos que se encontraban celebrando por el mundo el gran éxito de su local. Cenamos con su marido, Rhys Pyefinch, un músico de jazz que baila con su saxo como Fred lo hacía con Ginger, en una larga mesa de madera a la misma entrada, rodeados de estanterías con botellas de distintas denominaciones de todo el mundo, pero con algo en común: todos eran vinos naturales, sin química. Nuria, la somelier, argentina de pura cepa, nos sugirió en primer lugar un vino blanco de aspecto turbio, cuyo origen no pude descifrar porque sus explicaciones viajaban a alta velocidad, y si te fijabas en un concepto, te perdías los siguientes. Sólo retuve que procedía de una tierra volcánica en el centro de Italia y que lo calificó como vino “extrem0”, añadiendo que estaba “de puta madre”.

Las paredes del bar Brutal están ‘forradas’ de botellas de todo el mundo.

Para entonces la mesa ya estaba llena de comensales. Casi todos los clientes que iban llegando se saludaban unos a otros como viejos conocidos. Curiosamente, había pocos catalanes. La fauna humana del Brutal aquella noche se componía mayormente de expatriados, que se perdían en las naves interiores de la antigua bodega. La comida, buena, sencilla y bien cocinada. Los vinos, excelentes. El ambiente, bullicioso, informal y distendido. El local, antiguo, remozado con encanto, que parece ser la nueva tónica.

Los platos del Brutal son sanos y, algunos, vegetarianos.

Al día siguiente, firme en su empeño, Carolina había acordado un encuentro con el rey de la noche barcelonesa, Kim Diaz, en su Bar Mut, un juego de palabras derivado de Vermut, que era la especialidad del local cuando lo regía su padre, el señor Díaz. Se dice que toda empresa no es sino la sombra alargada de un solo hombre, y en el caso de Kim Diaz no cabe la menor duda de que su personalidad y carisma se proyectan sobre todas sus creaciones. Se trata de un personaje post moderno y seductor, que surfea el éxito con la gracia y el pleno dominio de un actor consumado.

Kim Díaz, en su sala y en su salsa, vistiendo falda y medias.
Vista panorámica del minimalista Bar Mut.

El Bar Mut es diminuto y, claro, siempre está abarrotado. Tanto que Kim se inventó el Mutis, considerado “El Mejor Bar de Europa”, según me dice, una especie de club privado, un tanto canalla, justo encima de su bar/restaurante, donde terminan la noche todas las celebridades que pasan por la capital condal: Robert de Niro, Woody Allen, Bruce Springstein, Bono (el cantante, no el político)…, etc. No es más que un piso diáfano en una esquina de la Diagonal, pero decorado con sumo gusto y calidez. No falta un minúsculo escenario para tocar música en vivo, donde Woody Allen se animó a darle al clarinete, mientras celebraba la pasta gansa que le había sacado a la Generalitat por su promofilm sobre la ciudad, perpetrado con la onerosa complicidad de la Johanson, Cruz and Bardem.

La barra del Club Mutis, el “mejor bar de Europa”.
Otra perspectiva del Club Mutis, con el pequeño estrado donde Woody Allen tocó su clarinete.

Kim me ofreció probar ‘el mejor güisqui del mundo”, una malta japonesa. No acostumbro a beber alcohol, pero la cosa me tentó, así que mojé los labios con un buche de ruiseñor. Gran bouquet, vive Dios. “Es por el agua de Japón, que es única”, me dijo Kim. Y a continuación me explicó su primer intento de hacer un club privado para la burguesía catalana, fracasado porque “les escandalizaba que me pusiera una falda de vez en cuando o que apareciera algún día con los ojos pintados”. No entendían que Kim es un actor frustrado, para quien el club era como un escenario donde entretener y cautivar a su audiencia. Así que le dio un giro al proyecto, orientándolo hacia el glamour y la exclusividad, Y, de paso, aprovechó para dejar de votar a Convergencia.

Nueva perspectiva del muy privado Club Mutis.

Aún nos quedaba Etrepanes Díaz, justo enfrente, el último invento de Kim, una bocadillería de cinco estrellas, que consiste en meter un plato de alta cocina dentro de un pan especialmente cocido para él. Otro éxito gastronómico en la línea de los que ya hacen fortuna en Madrid. Lo interesante de este negocio es que Kim exige camareros que tengan cumplidos los cincuenta, en un intento de incorporar a su negocio la experiencia y buen hacer de tantos profesionales que se quedan fueran del mercado laboral ‘por ser mayores’. Diez puntos más para él.

Entrepanes Díaz, la bocadillería gourmet por excelencia de Barcelona.
Que ningún camarero baje de los cincuenta es norma sagrada en Entrepanes Díaz

Todo esto se lo conté a Luis Racionero, que vive justo al lado y no conocía el invento ni a su dueño. Me costó sacarle de su lobera, pero lo del güisqui japonés fue definitivo. Cuando les presenté, Kim le dijo que le admiraba tanto que el cuerpo le pedía ponerse de rodillas. Aunque era temprano, el local estaba abarrotado, así que nos sirvieron un dedal del güisqui nipón en un rincón y Luis, gran connaisseur, terminó admitiendo que era tan bueno como las maltas escocesas ‘de antes’. No quiso quedar en mal lugar y me llevó al Dry Martini, una elegante coctelería de las de toda la vida, donde, sentados en butacones de cuero verde, degustamos sendos mojitos, el mío sin azúcar ni ron. (Tendrían que haber visto la cara de la camarera cubana que me lo sirvió)

Luis Racionero, elegante, como siempre, aunque desenfocado. Foto facilitada por la Editorial.

Luis me habló allí de su último libro sobre Gaudí, un personaje irrepetible, cuya Sagrada Familia, la última catedral de Europa, perdurará por siempre. Ambos, Gaudí y Racionero, forman un tandem formidable. Gaudí con su genio, que desafía modas y escuelas, y Racionero con el suyo, que perfila, define y ahonda en las esencias, mucho más allá de los meros conceptos formales. Uno, que conoce de largo el talento literario del escritor, se atreve a asegurar que los lectores de esta biografía novelada cambiarán para siempre la imagen somera que hubieran podido tener hasta ahora del gran arquitecto catalán y universal. Si quieren conocer a fondo la vida de un genio irrepetible y su época, no dejen de asomarse a las páginas de  “Gaudí, la última catedral de Europa (Ed. Stella Maris).

Foto de portada: Carolina Carrasco y Rhys Pyefinch, mis anfitriones.

España Francisco López-Seivaneel

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