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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

La batalla de La Coruña entre Napoleón y la flota inglesa

Francisco López-Seivaneel

Contemplando el aire apacible y burgués de La Coruña, apretada entre dos mares, con sus galerías de mil cristales para dejar entrar la luz del sol y salir las miradas discretas, sus playas abrigadas, sus verdes miradores, sus Cantones…, nadie creería que fue escenario de grandes batallas y asedios. Lejanas quedan las incursiones vikingas y musulmanas, pero aún están frescas en la memoria histórica de los coruñeses las batallas que llevaron a cabo los ingleses. Del asedio del corsario Drake en 1589 ya di cuenta en mi crónica anterior. La ciudad se salvó gracias la coraje de una mujer, María Pita, cuya estatua, lanza en ristre, preside y da nombre a la plaza más importante de la ciudad.

María Pita, lanza en ristre, preside la Plaza del Ayuntamiento de La Coruña/ Foto: F. López-Seivane

Menos conocida, quizá, es la batalla de Elviña, que enfrentó en 1809 a las tropas británicas contra los invasores franceses. John Moore, el general británico que había llegado a Lisboa para ayudar a los españoles en la Guerra de la Independencia contra Napoleón, supo, ya en suelo español, que el propio Napoleón había entrado en la península al frente de una Grande Armée de 200.000 hombres. Ante las bajas que habían causado en sus tropas el invierno, el desabastecimiento y las agotadoras marchas, More optó por rehuir un enfrentamiento desigual y dirigirse a La Coruña, donde le esperaba la flota inglesa. Pero a las puertas de la ciudad fue alcanzado por la vanguardia de Napoleón, al mando del Mariscal Soult. Moore opto por tomar posiciones en la colina de Elviña y plantar batalla a los franceses para cubrir la retirada del grueso de sus tropas. Una bala de cañón le hirió de muerte, pero logró salvar a su ejército antes de morir. Los franceses tomaron la ciudad cuando la flota inglesa ya navegaba rumbo a casa. Soult, al saber que Moore había muerto en el combate, le hizo enterrar con los honores debidos. Hoy, su féretro de granito se alza sobre un pedestal asomado al puerto en los Jardines de San Carlos. Es una visita imprescindible para los amantes de la historia y, sobre todo, para los ingleses que llegan por mar a La Coruña para disfrutar de la ciudad o dirigirse a Santiago por el conocido como Camino Inglés, que está resucitando estos días, trenzado por igual de devoción religiosa, interés histórico y curiosidad turística. Y es que la Coruña siempre fue muy ‘british’

Un grupo de cruceristas británicos escucha las hazañas de John Moore ante su tumba/ Foto: F. López-Seivane

Si la peregrinación por tierra era en la antigüedad todo un reto de supervivencia, la marítima, en ocasiones, era aún peor y ponía a prueba las aptitudes del peregrino. En los siglos tempranos de la peregrinación a Santiago, hacinados a bordo de naves mercantes medievales, y tras haber pagado un costoso pasaje de ida y vuelta, los peregrinos de allende los mares necesitaban una enorme dosis de fe y resistencia. Baste recordar este fragmento del poema Pilgrims Sea voyage: “No se piensa en reír cuando se embarca para Santiago. Para muchos es un dolor. Desde que se sube a bordo en Sandwich, en Winchelsea, en Bristol, o allí donde se puede, el corazón empieza a temblar. Lleva rápida la canoa, marinero, para que nuestros peregrinos se diviertan un poco, ya que algunos gemirán antes de que llegue la medianoche”.

El Camino Inglés tiene dos ramales. El principal parte de El Ferrol y el otro desde La Coruña. Desde Ferrol, la ruta más seguida, hay 122 kilómetros a Santiago, pero ambos caminos se hacen uno solo a las puertas del Hospital de Bruma, a 24 kilómetros de La Coruña, que es término de etapa para ambas rutas. Partiendo de la capital, se transita por los municipios de Culleredo, Cambre, Carral, Abegondo y Mesía, donde el camino se entronca con al que viene de Ferrol. Este tramo, de 24 kilómetros, arranca en la vieja iglesia de Santiago (S. XIII), la más antigua de La Coruña, situada frente a los balcones donde vivió Pardo Bazán, ahora sede de la Real Academia Galega, para dirigirse a otra iglesia, la de Santiago de O Burgo, a apenas siete kilómetros de distancia. Muy cerca de la iglesia aún está en pie el puente romano que cruzaron en su repliegue las tropas del general Moore y que éste hizo volar para detener el avance de los franceses. Felizmente reconstruido en 1992, es ahora una pasarela peatonal sobre el río, mientras el tráfico rodado circula por un puente aledaño.

La pequeña iglesia de Santiago de O Burgo, repleta de fieles/Foto: F. López-Seivane
Cruceiro ante el puente romano de O Burgo/ Foto: F. López-Seivane
Fuente para el peregrino ante el punto romano de O Burgo/ Foto: F. López-Seivane

Más adelante, cerca ya del aeropuerto, que se adivina en la distancia, a unos 14 kilómetros de la salida, queda la Iglesia de Santiago de Sigrás, con su espléndida Casa Parroquial y un bonito cementerio, justo al otro lado del camino. Los kilómetros restantes recorren el verde paisaje coruñés por agradables veredas y bosques de eucaliptos. Hay una razón para que los peregrinos de ultramar prefieran iniciar la ruta en el puerto de El Ferrol, antes que en los atractivos Cantones de La Coruña, y es que, para ganar el jubileo, la Iglesia exige haber caminado, al menos, 100 kilómetros, cosa que no se cumple si se arranca en La Coruña, que sólo dista 75 kilómetros de Compostela. Pero hoy día peregrinación y turismo se funden y confunden en una misma cosa, así que aquellos peregrinos que no tengan como objetivo final conseguir el sello del jubileo, harán muy bien en transitar por las quietas veredas de este ramal coruñés.

Los cruceiros marcan el Camino/ Foto: F. López-Seivane
No es infrecuente encontrarse signos religiosos a lo largo del camino/ Foto: F. López-Seivane
Otra fuente (ésta, no potable) a lo largo del camino Inglés/Foto: F. López-Seivane

La gran recompensa al final del Camino, aparte de los intangibles bienes espirituales, fue el Spa del hotel ‘A Quinta da Auga, un descubrimiento inesperado al que me condujo, casi a empujones, mi amiga Mariuca. La verdad es que esta vieja fábrica de papel del siglo XVIII, magníficamente reconstruida, está como escondida a las afueras de Santiago y, a juzgar por su situación y precios, no parece especialmente interesada en atraer peregrinos. Los actuales propietarios compraron el edificio en ruinas y la finca de 10.000 metros cuadrados en 2003 y tardaron seis años en convertirla en el único Relais & Chateau de Galicia. Los detalles pueden encontrarlos en la página web. Sólo he de añadir que, tras purificarme en el Spa de los rigores del Camino, me sentí con derecho a gratificarme sin bridas y sin estribos en su acogedor restaurante gastronómico. Ahora ya puedo reafirmar lo que siempre han dicho los peregrinos: “No hay nada como la llegada a Santiago”

Las imágenes que ilustran esta crónica hasta aquí han sido tomadas con una cámara Fujifilm X-T1

Vista exterior de A Quinta da Auga.
La jardines de la finca ofrecen un escenario idílico.
El Spa es la joya de la corona.
La elegancia incuestionable del restaurante hace honor a la calidad de la comida.
Un delicioso rincón en A Quinta da Auga.
Los salones están decorados con elegantes muebles de época.

Portada: Un actor con uniforme de época posa ante la tumba de John Moore en los Jardines de San Carlos

 

 

 

 

 

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