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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Phu Quoc, el paraíso que se disputan Vietnam y Camboya

Francisco López-Seivaneel

Los perros del paraíso es el título de un estupendo libro histórico del veterano diplomático, querido amigo y excelente escritor argentino Abel Posse. Me viene al pelo para referirme al paraíso que acabo de descubrir en el Golfo de Tailandia y a sus singulares canes, los más extraordinarios del planeta. La isla, del tamaño de Lanzarote, se llama Phu Quoc y pertenece a Vietnam, aunque los camboyanos, cuyas costas se encuentran a sólo cuatro kilómetros de distancia, no se cansan de reclamarla como propia cargados de razones y documentos. No hace falta ser un lince para entender que están en lo cierto, pero no quiero adentrarme en los vericuetos históricos del asunto, que enseguida me vienen a las mientes las recomendaciones de Fernando Baeta: “Cuando escribas de viajes, historia, la justa”. Por una vez, voy a hacerle caso.

Perros de singulares características abundan por doquier en Phu Quoc, probablemente como resultado de la endogamia canina/ Foto: López-Seivane

Algo tendrá esta isla cuando tanto se la disputan Camboya y Vietnam. Durante años fue un lugar estratégico para el ejército vietnamita, pero hace ya un tiempo que ha sido abierta al turismo y así podemos descubrir ahora sus increíbles playas de arena finísima, su clima ideal, sus interminables puestas de sol y sus  tupidas selvas vírgenes, protegidas por la Unesco como Reserva de la Biosfera. Quizá por eso resulte tan atractivo como destino turístico, ya que todo lo que se descubre es genuino, desde el silencio que reina por doquier hasta la larga franja de treinta kilómetros de playa solitaria, Long Beach, que recorre un buen trecho de la costa occidental. Aquí, en las proximidades de la capital, Duong Dong, es donde se concentran la mayoría de los escasos hoteles y pequeños resorts con que cuenta la isla. Hace apenas unos años que acaba de ser abierta al turismo y ya cuenta con un buen número de hotelitos, como La Veranda, un edificio colonial con porches y un lujuriante jardín que sólo se rinde en la linde misma de la playa, veinte kilómetro impolutos de arenas coralinas.

La Veranda, un coqueto y agradable hotel junto a la playa/ Foto: López-Seivane
Con su agradable estilo colonial, La Veranda ofrece tranquilidad y playa/ Foto: López-Seivane
El trecho de playa junto a La Veranda es prácticamente el único ocupado por bañistas/ Foto: López-Seivane

Bien, en Phu Quoc, la isla de las noventa y nueve colinas (montañas, dicen ellos, pero no me atrevo a llegar tan lejos, teniendo en cuenta que la mayor no llega a los seiscientos metros de altura), el 70 por ciento del territorio lo constituye un intocable Parque Nacional que ha sido declarado Reserva de la Biosfera por la Unesco. Abunda la selva virgen y las especies endémicas. Todo el perímetro de la isla, triangular, como un puñal que apunta al sur, está orlado de playas de arenas finísimas, muchas desiertas. De los ochenta y cinco mil habitantes que la pueblan, veinticinco mil son militares concentrados en el norte, como si esperaran cualquier día otro desembarco de los khemer rojos. Los demás, viven principalmente de la pesca.

Uno de los rincones del Parque Nacional que ocupa la mayor parte de la extensión de la isla/ Foto: López-Seivane

Tres cosas hay que hacen recordar la isla más allá de las apacibles vacaciones. Las plantaciones de pimienta verde, “la mejor del mundo”, insisten sus habitantes. La salsa de pescado, ‘Phu Quoc Fish Sauce’, que se exporta a numerosos países y es tan popular en Vietnam como el vino de Rioja de España. Y los perros, los singulares perros de Phu Quoc, que tienen seis dedos (el sexto, como un espolón, les nace más arriba y hacia atrás), unidos por una membrana de palmípedo, que les permite nadar como si fueran patos. Además, su lengua está salpicada de manchas negras y todos ostentan una delgada línea de pelo encrespado recorriéndoles el lomo como el penacho de un Cherokee.

Phu Quoc cuenta con extensas plantaciones de pimienta verde, semejante a la de la vecina Kampot, en Camboya, que pasa por ser la mejor del mundo/ Foto: López-Seivane

Todo esto, y mucho más, me lo cuenta Juan Lozano, un apuesto cuarentón, el primer español que recaló en la isla hace ya un puñado de años, con su fuerte acento francés y una pulsera roja y gualda en la muñeca.

– “Oye, Juan, el contradiós del acento y la pulsera tienes que explicármelo”

– “Es muy fácil. Mis padres son de Soria, pero yo nací y me crié en Francia. A España la llevo en el corazón y la considero mi patria”

Juan es propietario de ‘Terrace Café”, un bar/restaurante/terraza en Duong Dong, la capital de la isla, que se ha convertido en poco tiempo en el lugar de moda y punto de encuentro de los extranjeros que viven allí. No dejen de pasar a saludarle, si visitan Phu Quoc. Les tratará muy bien. Yo le regalé una Torta Imperial de turrón de Jijona para que disfrutara del sabor de España durante las Navidades y casi se echa a llorar. Siguiendo su consejo, opté por recorrer la isla de cabo a rabo. Nada de ‘motorbike’, taxi puro y duro con un taxista de aspecto adolescente, pero silencioso y concentrado. Si, resultaba muy laborioso entenderse, pero nos las arreglamos para visitar lo más destacado del norte y del sur, en dos etapas diferenciadas. Vi puertos pesqueros, mercados, ciudades, pueblos, rebaños de vacuno y bastantes restaurantes con muy buena pinta. Mi improvisado guía me metió hasta en el tinglado de un par de bodas, de blanco ambos contrayentes, y totalmente pasados de copas de vino de arroz los invitados. Como en cualquier parte, vamos. Terminamos en la capital disfrutando del fantástico puerto pesquero que hay en la desembocadura del río Duong Dong, el más importante de la isla.

Las bodas son grandes acontecimientos, como en cualquier otro lugar/ Foto: López-Seivane
Los barcos de pesca están en prácticamente todas las playas de la isla/ Foto: López-Seivane

Aunque para puerto pesquero, el de Gannh Dau, al noroeste, frente a Camboya. Allí los barcos se extienden anclados por toda la bahía. Los hay de todos los tamaños, formas y estilos. Es un espectáculo bellísimo al atardecer, cuando el sol del ocaso pinta el paisaje de oro viejo. Los distintos restaurantes que se extienden a lo largo de la playa sirven los pescados y mariscos frescos que traen los pescadores tras faenar toda la noche.

Hay un pequeño puerto donde recalan los pesqueros de mayor tamaño/ Foto: López-Seivane
Espléndidas puestas de sol en la costa noroeste de la isla/ Foto: López-Seivane

Para terminar, un consejo: si quieren ver la isla tal como la describo no se demoren. Ya existen planes y un proyecto faraónico para llenarla de campos de golf, urbanizaciones y megahoteles. Entonces, será otra cosa.

 Para dimes y diretes: seivane@seivane.net

 

 

Asia & Oceanía Francisco López-Seivaneel

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