Para muchos hoy comienzan las ansiadas vacaciones. Abandonar la urbe se convierte en el objetivo prioritario, a pesar incluso de la crisis. Y no es solo una merecida recompensa por un duro año de trabajo y de incertidumbre. Es una cuestión de salud mental. Vivir en la ciudad aumenta el riesgo de padecer ansiedad, depresión e incluso esquizofrenia, sobre todo cuando los primeros años de crianza han transcurrido sobre el asfalto. Por el contrario, el entorno verde mejora el ánimo y disminuye el riesgo de trastornos mentales.
Un anuncio publicitario de una marca de bebidas refrescantes propone a los telespectadores que se dejen adoptar por un pueblo. Y no le falta razón al aconsejarlo. Huir de la ciudad, aunque sólo sea por un mes, para cambiarla por un entorno rural tiene un claro beneficio para el cerebro, tal como demuestran cada vez más estudios. Incluso los microorganismos presentes en el medio rural, como mycobacterium vaccae, parecen mejorar la capacidad de aprendizaje.
Pero sin duda, las ventajas son máximas sobre todo para nuestro estresado cerebro urbanita. Y es que, según la teoría del biólogo Edward O. Wilson, nuestra especie necesita el contacto con la naturaleza para sentirse sana y feliz. Una hipótesis que han corroborado la gran mayoría de las personas entrevistadas en la sección “El sitio de mi recreo”, del suplemento Natural de ABC, donde nos describen la importancia para ellos de la naturaleza. El actor Eduard Farelo lo definía muy bien en el último número: “La naturaleza te ayuda a pensar y disipar dudas”. Algo en lo que han coincidido, con distintas formas de expresión, la mayoría de quienes han pasado por esta sección, que también han valorado la necesidad de sentirte en contacto con la tierra.
Y es que cuanto más verde es el entorno que habitamos, menos frecuentes son las enfermedades cardiovasculares y pulmonares, algo que está directamente relacionado con la contaminación, pero también es menor la probabilidad de sufrir diabetes, depresión o trastornos de ansiedad. En cambio, vivir con menos naturaleza alrededor acelera el envejecimiento, según un estudio publicado en 2009 por la socióloga Jolanda Maas, del Instituto EMGO de Salud y Asistencia Sanitaria de Ámsterdam. Los estudios de Maas le han llevado a asegurar que los espacios verdes actúan como un amortiguador de las perniciosas repercusiones del estrés en la salud.
Otros investigadores han demostrado que vivir cerca de la naturaleza aumenta la esperanza de vida. El número de junio de la revista Mente y Cerebro, dedica varios artículos a analizar los beneficios del contacto con la naturaleza. Al parecer un paseo por el campo nos ayuda a refrescar la atención voluntaria, la que se pone en marcha cuando un tema nos fascina. Además permite al cerebro recuperarse de los ruidos y luces de la ciudad, que se relaja por la acción de la luz natural, el sonido de los pájaros o el susurro de las hojas mecidas por el viento. Incluso algunos estudios han sugerido que 20 minutos de carreras por un parque o entorno verde ayuda a mejorar la atención de niños con TDAH.
La insana vida de la ciudad
Ya lo decía el poeta: que descansada vida la que huye del mundanal ruido… Los que se quedan en la urbe tienen más ruido, menos espacio disponible, falta de zonas verdes, mayor estrés, fragmentación social y menor tiempo para las relaciones familiares. Desde hace décadas se sabe que la vida en la ciudad perjudica la salud mental. Hay mayor riesgo de padecer trastornos mentales como depresión o esquizofrenia cuando se ha nacido y vivido la primera infancia en una ciudad, en relación a los habitantes de entornos rurales. Para la esquizofrenia, algunos estudios apuntan a un riesgo al menos dos veces mayor, otros lo aumentan al triple de posibilidades de padecer esta patología. El riesgo de padecer desórdenes de ansiedad es un 21% mayor entre los urbanitas y un 40% para los trastornos del estado de ánimo, como la depresión. El factor que más contribuye al desarrollo de estas patologías es el estrés social, por encima del ruido o la contaminación, como demuestran varios estudios epidemiológicos.
La actividad de la amígdala de personas estresadas aumenta de forma progresiva en función del tamaño de la ciudad de procedencia. Lo comprobó con técnicas de neuroimagen el matemático y psiquiatra Andreas Meyer-Lindenberg, del Instituto Central de Salud mental en Mannheim (Alemania). Los resultados de su estudio se publicaron en la revista Nature en junio del año pasado. Meyer-Lindenberg los explicaba en la revista Mente y Cerebro del pasado mes de marzo.
Del tamaño de un hueso de cereza, la amígdala está implicada en la regulación emocional y del estado de ánimo y desencadena en el organismo reacciones de alerta frente a situaciones de peligro potenciales o reales. Al parecer, cuanto mayor es la ciudad de la que procede una persona, tanto más hiperactiva se muestra su amígdala en situaciones estresantes. Sin embargo, no se inmuta cuando el área de procedencia es una zona rural.
Un dato a tener en cuenta, ya que la activación de esta zona del cerebro se relaciona también con la depresión y los trastornos de ansiedad, como explica Meyer-Lindenberg. Puesto que en el entorno urbano el riesgo de padecer ansiedad y depresión es más alto, la hiperactividad de la amígdala puede ser el mediador entre el estilo de vida urbana y el riesgo de padecer estas enfermedades mentales.
La amígdala no es la única que se altera a consecuencia del estilo de vida en la urbe. El tiempo que se ha vivido en una ciudad durante la infancia correlaciona también con la activación de la corteza cingulada anterior pregenual. En situaciones de estrés, la activación es mayor cuanto más tiempo se ha pasado en una urbe durante la infancia. Esta estructura forma parte del sistema límbico implicada en el procesamiento de las emociones negativas.
Estas dos estructuras, amígdala y corteza cingulada, están relacionadas y forman un bucle regulador que parece estar tanto más perjudicado cuanto más tiempo de crianza ha transcurrido en la ciudad, como explica Meyer en Mente y Cerebro. El psiquiatra sugiere que el estrés social que implica vivir en una gran ciudad podría ser el responsable de los cambios en estas estructuras cerebrales.
Otros temas Pilar Quijadael