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Blogs Cosas del cerebro por Pilar Quijada

Educar con inteligencia (emocional)

Pilar Quijadael

La lectura ayuda a los más pequeños a desarrollar la empatía y las habilidades sociales, gracias a las neuronas espejo, que les permiten experimentar los mismos sentimientos que los personajes de las historias. Leer es un buen medio para adentrarles en el mundo de las emociones y en la forma de manejarlas, la clave de la inteligencia emocional.  Desde antiguo, las fábulas han servido para transmitir valores morales. Elsa Punset apuesta también por este formato para entrenar a los más pequeños en la gestión de sus sentimientos

“No tenemos por qué ser marionetas de las emociones que nos embargan. Podemos aprender a gestionarlas”, señala Elsa Punset, que acaba de publicar su último libro, El león jardinero (ed. Destino), dirigido esta vez a un público infantil, aunque la idea es que padres e hijos se adentren, mediante su lectura, en “el mundo mágico e ineludible de las emociones”. Y es que, sostiene esta licenciada en Filosofía y Letras, “sobreprotegemos a los niños en lo físico pero les abandonamos en lo emocional”.

La autora se sirve de sus conocimientos sobre inteligencia emocional para crear un relato que sirva como “un instrumento capaz de generar, en casa y en la escuela, espacios para la reflexión y el aprendizaje de las emociones”.

Escrito en forma de fábula, “un idioma cómodo para un niño”,  el libro habla de la amistad en un pájaro que viaja a África para pasar el invierno, y un león. “Para los niños es natural que los animales tengan emociones“, resalta. El pájaro simboliza la intuición: recorre cada año miles de kilómetros en su migración a África para encontrar su nido. “A los niños les enseñamos que la intuición es una forma no válida de buscar soluciones”, explica, aun cuando se han demostrado fundamentales en la toma de decisiones.

El otro personaje, el león, representa la fortaleza que tal vez queremos mostrar, pero que en muchos casos no tiene otro fin que proteger lo que consideramos nuestras debilidades. Aunque es probable que a cada lector, este libro -que engancha desde el principio-, le sugiera metáforas distintas, en función de sus propias emociones. Esa es precisamente, una de las cualidades de la lectura, la de movilizar nuestros sentimientos. “A los personajes les ocurren cosas que les cambian la vida, como a nosotros las emociones“. De ahí que el final del relato sea abierto, como la vida misma, “porque las cosas pueden acabar de muchas formas distintas”, según las manejemos.

Esta fábula moderna, basada en la asombrosa capacidad de las aves para recorrer miles de kilómetros sin perder su objetivo, pretende ayudar a responder preguntas básicas de los niños, “en una sociedad que ofrece muchas distracciones, pero pocas oportunidades para responderlas”. Preguntas que hay que propiciar desde bien temprano porque, “a partir de los 6 o 7 años los niños tienen conformados sus grandes patrones emocionales. A partir de esa edad, empiezan a convertirse en adultos: se ríen menos y se protegen más”.

Simulador de la vida real

Las narraciones nos ayudan a mejorar las habilidades sociales y la empatía, precisamente porque nos permiten sumergirnos en las vivencias de los personajes y en las interacciones que establecen entre ellos. Elsa Punset lo sabe y lo lleva al campo educativo: “Cuando eres niño cualquier cuento te ayuda a ver la vida con otros ojos, te aporta experiencias, te permite ensayar la vida en la cabeza”.

Este “simulador de la vida real” que es la lectura ayuda a asimilar importantes lecciones sumergidos en las páginas de un libro, sin exponernos a situaciones comprometidas, justo desde el sillón de casa gracias a las neuronas espejo: “Tenemos empatía por los personajes de ficción -sabemos cómo se sienten- porque literalmente experimentamos los mismos sentimientos que ellos“, explica el neurocientífico Marco Iacoboni. Las neuronas espejo están implicadas en habilidades sociales, como la empatía, y también en la imitación. Son las responsables, por ejemplo, de que a las pocas horas de nacer un bebé sea capaz de sacar la lengua imitando el gesto de sus progenitores. Descubiertas en la década de los 80 por el neurobiólogo italiano Giacomo Rizzolatti, estas células se localizan en la circunvolución frontal inferior y en el lóbulo parietal del cerebro.

Además de la empatía, en la corteza prefrontal reside también la capacidad de regular nuestras emociones, la capacidad de relativizar o de tomar decisiones. Esta estructura cerebral está implicada en el equilibrio emocional y las actitudes prosociales, como el altruismo. Todas estas capacidades se pueden englobar en la palabra “sabiduría”, tradicionalmente entendida como algo más que la mera acumulación de conocimientos, según un metanálisis (Neurobiolgy of Wisdom) publicado en 2009 en Archives of General Psychiatry. Unas capacidades que se solapan con lo que conocemos como inteligencia emocional.

Inteligencia emocional

El término inteligencia emocional fue introducido por los psicólogos norteamericanos Peter Salovey y John Mayer, que en 1990 la describieron como la capacidad de automotivarnos, reconocer nuestras propias emociones y las de los demás y manejarlas adecuadamente. Aunque la popularidad de este tipo de inteligencia -denominada interpersonal/intrapersonal por Howard Gardner en su teoría de las inteligencias múltiples (lingüística, lógica-matemática, espacial, musical, corporal-cinestésica, intrapersonal, interpersonal, naturalista)- se la debemos a Daniel Goleman, con la publicación de su libro “Inteligencia emocional” en 1995, que se convirtió en un best seller mundial.

En la actualidad, la inteligencia emocional se propone como una forma de educación tan importante como la académica, como propugna la autora de Brújula para navegantes emocionales, Inocencia radical y Una mochila para el universo, que asegura que todos sus libros surgen de su experiencia personal: “Cuando algo me pasa lo transformo en un cuento, en algo que pueda compartir con los demás“. Un consejo que no está de más seguir, aunque no sea con la intención de convertir nuestras vivencias en un éxito literario, ya que escribir lo que nos ocurre es una buena forma de aprender a manejar las propias emociones, como sostiene el psicólogo James Pennbaker en su libro “El arte de confiar en los demás“. Pero esa es otra historia y debe ser contada en otro lugar…

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