Después de agua, el té es la bebida más consumida en el mundo. Se prepara a partir de una infusión de las hojas y brotes de la planta Camellia sinensis, una de las 50 hierbas fundamentales usadas en la medicina tradicional china. Aunque procede del sur de China y sudeste de Asia, en la actualidad se cultiva en todo el planeta.
Los hay de todos los colores: verde, negro, blanco, rojo, amarillo, azul (oolong)… y se diferencian por su grado de oxidación. El verde no ha sufrido una oxidación durante su procesado, a diferencia del té negro, por lo que contiene más antioxidantes (catequinas), que el resto. Para su elaboración, las hojas se recogen frescas y después de someterse a la torrefacción, se prensan, enrollan, trituran y, finalmente, se secan. Esta variedad supone entre un 20 y un 25% del té producido en el mundo.
Considerado por la medicina tradicional china como una bebida saludable, estudios recientes sugieren que el té verde puede reducir el riesgo de enfermedad cardiovascular, hepática y algunas formas de cáncer. Además, aumenta la densidad mineral ósea y ayuda al control del peso corporal, tiene efecto antihipertensivo, acción antibacteriana, antivírica y antiinflamatoria y propiedades neuroprotectoras.
Y precisamente esta última cualidad le ha puesto bajo un nuevo punto de mira. Muchos de estos efectos beneficiosos del té verde están relacionados con las catequinas, en particular la epigalocatequina-3-galato.
El equipo de Mara Dierssen, del Centro de Regulación Genómica de Barcelona, ha descubierto que la epigalocatequina galato, en combinación con un programa de estimulación cognitiva, mejora memoria, funciones ejecutivas (planificación y resolución de problemas) y competencias en la vida diaria de las personas con síndrome de Down.
Síndrome de Down y enfermedad de Alzhéimer están muy relacionados. Hay quienes creen que son dos caras de la misma moneda. Estadísticamente, las personas con síndrome de Down tienen seis veces más probabilidades de desarrollar alzhéimer. La causa hay que buscarla en las tres copias del cromosoma 21 que caracteriza esta patología. Y es que en este cromosoma se localiza el gen que da lugar a la proteína beta amiloide, la marca característica de la Enfermedad de Alzheimer. Seis de cada 10 cada diez afectados desarrollen demencia a los 60 años y los primeros signos a los 40.
El equipo de Dierssen ha llevado a cabo un estudio con ratones que muestra que la epigalocatequina parece favorecer la vía no tóxica de formación de proteína amiloide. Por lo que este componente del té verde podría ser útil también en la enfermedad de Alzhéimer.
Los resultados son prometedores, “pero hay que tener en cuenta que los modelos animales de alzhéimer, aunque bien validados, no son perfectos, a diferencia de los de síndrome de Down, que reflejan muy bien la patología humana”. Los datos están pendientes de publicación, por lo que de momento no se pueden adelantar más datos.
Entretanto, por sus muchas cualidades y en especial las neuroprotectoras, no está de más aficionarse al té verde. Al parecer, el consumo a largo plazo de las catequinas del té podría ser beneficioso para evitar obesidad y la diabetes tipo II, lo que reduce el riesgo de enfermedad coronaria. Y no hay que olvidar que muchos de los factores de riesgo para el corazón lo son también para el cerebro, y en concreto para el desarrollo de alzhéimer.
La entrevista completa con Mara Dierssen puede leerse en ABC.es
InvestigaciónSalud Pilar Quijadael