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Blogs Cosas del cerebro por Pilar Quijada

¿Se puede tener una memoria de elefante?

Pilar Quijadael

Imagine que le preguntan qué hizo el 19 de octubre de 1987. La mayoría de nosotros, salvo que la fecha coincida con un acontecimiento muy señalado, seremos incapaces de responder. ¿Lo recuerda, o lo sigue viendo negro? Si a pesar de la pista deslizada en las líneas anteriores no lo puede precisar, no se preocupe. Sólo algunas personas pueden responder sin esfuerzo ni vacilaciones: “Era lunes. Fue el día en que los mercados de valores se hundieron y también el día de la muerte de la violonchelista Jacqueline Du Pre”. Aún en días menos señalados que el denominado “lunes negro”, algunas personas pueden acceder al recuerdo de un día concreto con todo lujo de detalle, como el día de la semana en qué cayó o el tiempo que hizo. Y cuando esos detalles pueden ser verificados, su información es correcta en el 97% de los casos.

Una de esas personas es a A.J, como la describió en 2006 un equipo de neurocientíficos dirigidos por James L. McGaugh. A.J. es Jill Price. Nacida en 1965, sus recuerdos son como un libro en el que no falta detalle. Los recuerdos dominan su vida. “Su memoria trabaja ‘sin parar, de forma incontrolable y automática’. AJ dedica una cantidad excesiva de su tiempo recordando su pasado personal con gran precisión. Si le dan una fecha, puede decir lo que estaba haciendo y en qué día de la semana cayó. AJ es diferente de otros casos de personas con memoria excepcional que usan reglas mnemotécnicas para recordar grandes cantidades de información irrelevante”. En realidad Jill no tiene que hacer ningún esfuerzo por recordar ni utilizar ningún truco para reforzar su memoria, que es para ella “increíble regalo” a la vez que una “pesada maldición”. Aunque esa característica forma parte de su vida y sus familiares y amigos se han acostumbrado a ella, pocos entienden lo que realmente significa. “No fue hasta el principio de la segunda década de mi vida cuando comencé a sentir el peso de mi memoria. Al mismo tiempo me di cuenta de que realmente nadie entendía lo que estaba tratando de expresar, por eso dejé de hablar acerca de lo que era vivir sin poder olvidar”.

Para intentar aliviar su carga, Jill introdujo en google la palabra memoria y dio con James L. McGaugh, con el que trabajó durante cinco años. Ahora sigue sintiendo igual la carga de su memoria de elefante, pero piensa en lo que puede aportar para ayudar a otras personas con el problema opuesto: “Tengo que creer que hay una razón por la que he tenido que vivir con esta increíble regalo/pesada maldición y me han entrado ganas de seguir adelante con la esperanza de que otros [como ella] también lo hagan y que algún día se puede encontrar una cura para el tipo de enfermedades que le roban a la gente su memoria y su vida”.

Esos ¿afortunados? tienen una capacidad muy especial conocida como “memoria autobiográfica muy superior”. La memoria autobiográfica es el conjunto de recuerdos y conocimientos que poseemos sobre nosotros mismos. Las personas “hipertimésicas”, como también se las denomina, son capaces de recordar con todo lujo de detalles lo que ocurrió un día cualquiera a partir de los 6 o 7 años de edad, cuando empezamos a formar recuerdos estables. Algunos parece que llegan incluso más atrás. Jill asegura que que desde la cuna. Pero a veces la fuerza con que se graban en su memoria puede ser angustiosa y les gustaría no poseer esa habilidad.

Sin embargo, en los detalles finos tal vez su memoria no difiera tanto de la del común de los mortales. Una investigación publicada en el último número de “Proceedings of the National Academy of Sciences” (PNAS), en la que ha intervenido también McGaugh, sugiere que ni siquiera estas personas excepcionales se libran de las “falsas memorias”. Una distorsión de los recuerdos que ha hecho, por ejemplo, que muchos testigos oculares de un delito declaren cosas que en realidad nunca ocurrieron, con las implicaciones legales que esa distorsión no intencionada tiene.
Recuerdos transformados
Tal sesgo se debe a que lo que recordamos no es ni de lejos un fiel reflejo de lo que sucedió en el pasado. Al contario, cada vez que traemos evocamos una escena del pasado se va “enriqueciendo” con detalles en ocasiones más que dudosos. Y si no, hagan la prueba: pidan a un amigo que recuerde una experiencia común y comprueben cuánto coincide con la suya.

Y es que “desde el momento en que se forma un recuerdo, se embarca en un viaje dinámico durante el cual es consolidado, a menudo actualizado, y también a veces distorsionado hasta el punto de falsificar el pasado”, recordaba a principios de año un editorial de la revista “Nature Neuroscience”, que resaltaba la importancia de tenerlo en cuenta en los juicios a la hora de aceptar el testimonio de los testigos oculares.

En realidad, caer en esos errores involuntarios no es difícil. De hecho, hay muchas pruebas psicológicas diseñadas precisamente para demostrarnos que nuestros recuerdos, más que una fiel fotografía son un “montaje” de photoshop. Una de ellas es el denominado paradigma Deese/Roediger-McDermott. Se basa en una lista de palabras como: cama, descanso, despertar, cansado, sueño, pijama, manta, despertador, almohada, insomnio, bata… Si quiere probar, deje de mirar el texto e intente escribir las palabras que recuerde de esa serie en un papel. ¿Se ha olvidado de poner la palabra dormir tal vez? Si la ha puesto, perfecto. Ha seguido la pauta de un porcentaje muy alto de personas que han participado en este test, y que la incluyen a pesar de que no esta entre las que leyó. Sin embargo, todos los vocablos giran en torno a lo que se denomina “palabra crítica”, en este caso dormir, con la intención, precisamente, de manipular la memoria.
Recordar lo que no existe
La psicóloga y matemática Elizabeth Loftus, de la Universidad de California, que dirige el estudio de PNAS, conoce a fondo de este tema. Sus trabajos pioneros han hecho que se haya dejado de considerar la memoria como una reproducción precisa de las experiencias pasadas para verla más bien como un proceso reconstructivo que a menudo se desvía de la realidad. Y fue también de las primeras en demostrar que la gente sana e inteligente puede recordar hechos de forma “ligeramente” distinta a lo que realmente ocurrió o que a veces ni siquiera tuvieron lugar, como demuestra un experimento llevado a cabo en 2006 en la Universidad de Maastricht.

Los investigadores preguntaron a 83 estudiantes de pregrado si habían visto el vídeo del asesinato del político holandés Pim Fortuyn, y les pedían además los detalles que pudieran recordar de la grabación. El 63% de los estudiantes dijeron que lo habían visto y el 23% fueron capaces de proporcionar detalles. Sólo había un pequeño problema: el vídeo en cuestión nunca existió. Según el estudio, los participantes con “memoria” de las imágenes inexistentes del vídeo del asesinato obtuvieron las puntuaciones más altas en su propensión a fantasear que aquellos que no podían “recordarlas”. Probablemente también crearon falsos recuerdos a partir de las noticias sobre el asesinato.

Experimentos como los mencionados subrayan lo moldeable que es nuestra memoria autobiográfica. De hecho, Loftus, en una serie de experimentos ya clásicos, demostró que las “sugerencias” pueden también causar distorsiones en el recuerdo de un suceso. Pensemos en interrogatorios policiales o técnicas como la hipnosis o rebirthing, acusadas en ocasiones de inducir la formación de recuerdos falsos sobre sucesos que nunca ocurrieron en realidad, como abusos sufridos en la infancia, que tanto sufrimiento sin motivo han causado.

En el nuevo estudio que se publica en PNAS, Loftus y su equipo, para entender mejor la memoria superior y esas curiosas distorsiones, compararon la susceptibilidad para crear falsos recuerdos de 28 personas con recuerdos típicos y 20 personas identificadas como excepcionalmente dotadas por su capacidad para recordar con precisión incluso los detalles más triviales de su pasado lejano.

Los resultados demuestran que tampoco las personas con una memoria autobiográfica muy superior a la media están libres de estas distorsiones, como comprobaron con pruebas parecidas a las mencionadas (listas de palabras y recuerdo detallado del vídeo “inexistente” de un accidente de avión). Sus hallazgos sugieren que los mecanismos reconstructivos de la memoria que dan lugar a este tipo de distorsiones son básicos y están ampliamente extendidos en nuestra especie. La cuestión es por qué esta forma de recordar se ha conservado a lo largo de la evolución. ¿Quizá se relaciona con la fantasía y nos hace más creativos?
Cerebro diferente
Además, señalan los investigadores, probablemente nadie sea inmune a estas distorsiones. Ni siquiera personas como Solomon Shereshevsky, un periodista ruso estudiado por el neuropsicólogo Alexander Luria a partir de 1920 durante 30 años, y cuya experiencia plasmó en un libro titulado “The mind of a mnemonist: a little book about a vast memory”. S., como se le conoció durante mucho tiempo, era capaz de recordar un discurso palabra por palabra sin tomar ni una sola nota y es uno de los primeros casos de hipertimesia descritos.

En comparación con los controles de memoria normal, el cerebro de estas personas al parecer muestra diferencias en nueve estructuras cerebrales, algunas relacionadas con la memoria autobiográfica (como los giros temporales medio e inferior, la ínsula anterior, el polo temporal y el giro parahipocampal) y otras cuya función en este tipo de recuerdo se desconoce (núcleos caudado y lenticular), según un estudio en el que participaban varios de los integrantes de la investigación ahora publicada en PNAS. Los investigadores sugieren que estas diferencias halladas en el cerebro de las personas con memoria biográfica muy superior podrían contribuir a hacer un uso más eficiente del hardware que comparte con la mayoría de la gente. Pero según esta última investigación esa supuesta mayor eficiencia no les libra de los “errores de procesamiento” que nos afectan a todos.

Así que la respuesta a si podemos tener una memoria de elefante es que lamentablemente no. Podemos recordar datos concretos con gran precisión, pero a la hora de narrar los hechos, todos habremos “transformado” nuestros recuerdos.  Sin embargo, sí se puede mejorar la capacidad de retener datos.

Pero esa es otra historia y merece ser contada en otra ocasión.

Curiosidades Pilar Quijadael

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