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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La trampa de Tucídides (1)

Emilio de Miguel Calabiael

En “Historia de la Guerra del Peloponeso” Tucídides hizo algo que nadie había hecho antes: contar la historia de un conflicto sin intervenciones divinas ni mágicas, atendiendo únicamente a las motivaciones de los protagonistas. La idea central de la obra es que “fue el ascenso de Atenas y el temor que inspiró en Esparta lo que hizo la guerra inevitable”. El enfrentamiento en una potencia establecida y otra en ascenso como origen de una guerra es lo que se denomina “la trampa de Tucídides”.

En “Destined for War. Can America and China Escape Thucydide’s Trap?” el profesor de Harvard Graham Allison se pregunta si EEUU y China están condenados a entrar en guerra o si hay esperanza de que se detengan antes.

Lo primero que hay que saber es que a una potencia en ascenso se la puede calificar con un término muy castizo: “tocapelotas”. Antes de criticar las acciones de China en su camino hacia la hegemonía, hay que recordar lo intratables que fueron los EEUU a comienzos del siglo XX. Allison recuerda lo que fue la política exterior del Presidente más imperialista de todos, Theodore Roosevelt: provocó la guerra hispano-americana para eliminar la presencia de una potencia europea en las cercanas costas de Cuba y, ya puestos, se quedó con Puerto Rico, Guam y las Filipinas; forzó a que Gran Bretaña, Alemania e Italia solventasen sus diferencias con Venezuela mediante el arbitraje y no con cañoneras, haciéndoles saber de paso que ya no eran bienvenidos en el Hemisferio Occidental; fomentó la independencia de Panamá, porque estaba empeñado en construir allí un canal y Colombia, la legítima propietaria del territorio, no lo veía claro; impuso a Canadá un arbitraje completamente sesgado para la delimitación de su frontera con Alaska, que la prensa canadiense calificó abiertamente, y con razón, de “robo”; tropas norteamericanas intervinieron en la República Dominicana, Honduras y Cuba para defender los intereses económicos de los empresarios norteamericanos; su sucesor, William Taft, intervino descaradamente en la política mexicana…

El ejemplo de Roosevelt puede resultar extremado, pero por principio toda potencia en ascenso está llamada a pisar algunos callos,- ya sea a propósito o sin querer-, por el mero hecho de que pone en cuestión el status quo que le había venido tan bien a la hasta entonces potencia hegemónica.

Para mi gusto, el capítulo más interesante del libro es aquél en el que Allison destaca en qué se diferencia China de EEUU. Tradicionalmente China se ha visto a sí misma como el Imperio del Medio, la tierra que media entre el cielo y la tierra y a la que sus vecinos rinden pleitesía, ofrecen tributo y cuya civilización admiran y tratan de emular. Su visión de la escena internacional era jerárquica: todos los demás reinos debían reconocer la superioridad de China, una superioridad que se expresaba en términos civilizatorios y éticos. Los 150 años que van de la decadencia de la Dinastía Qing hasta la reaparición de China en la escena internacional, han sido una época de humillación colectiva. El mensaje del liderazgo chino actual, que encuentra eco en toda la población es: nunca más.

Para describir la visión china del mundo, Allison recurre a Huntington y a su choque de civilizaciones, un libro con más errores que aciertos. Según Huntington, el confucianismo refuerza “los valores de autoridad, jerarquía, la subordinación de los derechos e intereses individuales, la importancia del consenso, la evitación de la confrontación, ‘salvar la cara’, y, en general, la supremacía del Estado sobre la sociedad y de la sociedad sobre el individuo.” Es cierto que muchos de estos rasgos se le pueden aplicar a China, pero atribuirlos al confucianismo es demasiado simplista. Por otra parte, esta lectura se deja fuera a los legistas, un grupo de pensadores que eran como Maquiavelo, pero a lo cabrón. El Imperio chino se proclamaba nominalmente confuciano, pero a la hora de la verdad actuaba como legista.

Occidente entiende las relaciones internacionales como un orden de Estados que son soberanos e iguales. Todos sabemos que lo de la igualdad es más una aspiración que una realidad, pero fingimos que no nos damos cuenta. La visión china es la de unas relaciones jerárquicas y armónicas, en las que China ocupa la cima de la pirámide.

Pero la diferencia fundamental entre China y EEUU tiene que ver con el tiempo y la Historia. China se enorgullece de una Historia ininterrumpida que se extiende a lo largo de cinco milenios. Eso le da una idea de permanencia (China siempre ha estado allí) y una visión a muy largo plazo de los acontecimientos, que le permite distinguir lo urgente de lo importante. Así, por ejemplo, en los años 80 Deng Xiaoping optó por congelar por una generación la controversia con Japón por las islas Senkaku/Diaoyu, porque simplemente no era el momento. ¿Qué político occidental habría sido capaz de algo parecido?

Frente a esa visión que mide las cosas en términos de milenios, EEUU, que aún no ha cumplido ni 250 años, se ve como el resultado de un experimento histórico, como un nuevo comienzo, no como el resultado de un proceso histórico inmemorial. Los EEUU apenas prestan atención a la Historia y cada desafío les parece nuevo y sin precedentes. Sus políticos están cada vez más atentos al ciclo de los telediarios y confunden la estrategia con los bullet-points llenos de enunciados vistosos y, a ser posible, aliterativos.

A nivel geoestratégico, China es el país de la realpolitik. Es la lógica del poder y de la situación concreta la que marca sus acciones. El Derecho Internacional, las consideraciones religiosas o ideológicas, no entran en sus cálculos. Su visión del mundo es holística: todo está conectado con todo. Prefieren una política de pequeños pasos graduales, que vayan mejorando su posición de manera casi imperceptible. Para entender su manera de conducir la geoestrategia, comparada con la nuestra: nuestro juego estratégico tradicional es el ajedrez, donde mediante la fuerza bruta uno trata de hacerse con el centro del tablero; el suyo es el weiqi, más conocido entre nosotros por su designación japonesa de go. El objetivo en el weiqi es rodear al contrario. Exige planificación a largo plazo e ir mejorando la posición propia gradualmente. En el weiqi no hay esos golpes de efecto en los que uno come por sorpresa la reina del otro y le da un vuelco a la partida. Otro símil para entender las diferencias entre China y EEUU a nivel geoestratégico y militar es fijarse en sus principales pensadores estratégicos: von Clausewitz para Occidente y Sun Tzu para China. Von Clausewitz privilegia la batalla clave en la que uno aniquila las fuerzas del adversario; Sun Tzu prefiere las estratagemas y su objetivo último es producir la desmoralización del contrario, de manera que se rinda sin necesidad de derrotarlo en el campo de batalla.

 

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